l presidente Barack Obama rompió ayer una lanza en la escalada de confrontaciones contra Rusia al señalar a Vladimir Putin de estar personalmente al tanto del hackeo de correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata (DNC) y de la cuenta de John Podesta, coordinador de campaña de la ex candidata demócrata Hillary Clinton. El mandatario estadunidense saliente exhortó al presidente electo, Donald Trump, a respaldar una investigación bipartidista del asunto, medida que parece contar con el respaldo del liderazgo republicano en ambas cámaras del Congreso.
La arremetida de Obama contra el líder ruso hace eco de afirmaciones vertidas por la cadena televisa NBC y es, hasta el momento, el punto más álgido en la campaña política y mediática que busca responsabilizar a la inteligencia del rival geopolítico de Estados Unidos por la derrota de la ex primera dama en las elecciones del 8 de noviembre pasado, lo que el ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Mike Morell, calificó de un ataque sobre nuestra propia democracia, una agresión a quien somos como pueblo
.
La diplomacia de la nación euroasiática rechaza de manera enfática todas las acusaciones, que el portavoz de la presidencia rusa, Dimitri Peskov, ha tachado de huecas y ridículas. En este sentido, es importante señalar que hasta ahora no se ha presentado ninguna evidencia para respaldar las acusaciones de agresión cibernética que cada vez más instancias y figuras estadunidenses parecen dar por ciertas, pues todos los informes se basan en declaraciones de oficiales anónimos de inteligencia.
Con los elementos de juicio disponibles hasta el momento, parece plausible suponer que tal campaña persigue el propósito político de forzar la mano al magnate inmobiliario para que recule en su propósito de conducir una distensión de las relaciones entre Rusia y Occidente, las cuales se encuentran en su peor momento desde el fin de la guerra fría a raíz del golpe de Estado en Ucrania en febrero de 2014 y la subsecuente intervención del Kremlin en la región rusoparlante de Crimea, a la cual Estados Unidos y sus aliados respondieron con una ola de sanciones económicas todavía vigentes y recientemente reforzadas.
Sin dejar de lado la condena necesaria en caso de que se comprobara con evidencias fehacientes la injerencia rusa en el proceso electoral estadunidense, debe ponerse un freno a las especulaciones sin fundamento dirigidas a elevar la tensión ya existente entre las dos mayores potencias militares y atómicas del orbe. Insistir en la actitud actual es muestra de un aventurerismo belicista inadmisible en el contexto del derecho internacional, y que pone en riesgo la convivencia pacífica en el mundo entero.