a economía mundial da tumbos, pero podemos estar seguros de que los actuales gobiernos de los países desarrollados
y las instituciones económicas de alcance internacional están incapacitados, por mil razones, para frenar los tumbos y poner un mínimo de orden, ya que, aunque juran (lo que nadie cree) y firmen acuerdos de que cooperarán de este y de aquel modo, todos, o casi todos, violarán las reglas acordadas y buscarán prevalecer sobre los demás.
Aunque Estados Unidos parece haber admitido que ya no es el mandamás mayor absoluto, no ha renunciado a recuperar ese puesto. Y aunque China pudiera aspirar a ocupar ese lugar, todo indica que no quiere hacerlo a gritos, sombrerazos, trompadas y cañonazos. Tiene un ejército de trabajadores inmensamente mayor que cualquier otra potencia y una frontera económica interna mucho mayor al espacio que ahora ocupa; de modo que por sus condiciones y por su propia idiosincrasia siempre intentan ver más allá de varias generaciones futuras para tomar sus decisiones. Pueden, por tanto, esperar el tiempo necesario a que las cosas maduren hasta que los frutos empiecen a caer por sí solos. Cierto o no, se cuenta que Deng Xiaoping, máximo líder de la República Popular China de 1978 hasta el último año de su vida (1997), interrogado acerca de la importancia histórica que él atribuía a la revolución francesa, respondió que era demasiado pronto para expresar una opinión suficientemente informada y reflexionada.
Stephen S. Roach, el ex presidente de Morgan Stanley Asia y economista jefe de la firma, es un antiguo miembro del Instituto Jackson de Asuntos Globales de la Universidad Yale y profesor de la Escuela de Administración de esa misma universidad. Es autor de La desequilibrada codependencia de América y China (2014) y considerado uno de los mejores conocedores de la economía china. Aunque no resulta necesario, hay que decir siempre que América
significa, en la ignorancia supina estadunidense, Estados Unidos.
Según Roach, a pesar de tanta ansiedad y retorcer de manos a causa de una posible y alardeada desaceleración de China, y desafiando tanto cacareo, continúa siendo el mayor contribuyente al crecimiento del PIB mundial
. Estos son sus datos: “Si el crecimiento del PIB chino alcanza a 6.7 por ciento en 2016 –cifra que está en línea con la meta oficial del gobierno chino y sólo ligeramente por encima del último pronóstico del FMI (6.6 por ciento)– China podría dar cuenta de 1.2 puntos porcentuales del crecimiento del PIB mundial. Considerando que el FMI espera actualmente un crecimiento mundial de sólo 3.1 por ciento este año, China contribuiría con casi 39 por ciento de este crecimiento total”.
Estados Unidos ha sido ampliamente elogiado por su sólida recuperación
(se espera que su PIB crezca un 2.2 por ciento en 2016), lo suficiente para contribuir al crecimiento del PIB total mundial con tan sólo 0.3 puntos porcentuales o, dicho de otra forma, su contribución es aproximadamente una cuarta parte de la de China
.
Se espera que la esclerótica economía europea añada apenas 0.2 puntos porcentuales al crecimiento mundial y que Japón no llegue ni siquiera a un bajísimo 0.1 puntos porcentuales
. La contribución de China al crecimiento mundial, en los hechos, supera en 50 por ciento, los 0.8 puntos porcentuales de la probable contribución combinada de todas las supuestas economías avanzadas.
Pero el G-20 está reunido (escribo el 4 de septiembre) con tantos socios e invitados como nunca, presidido por Xi Jinping. Joaquín Estefanía, incansable periodista y economista, que alguna vez fue director de El País, con estupor mira la reunión del G-20 y apenas puede creer lo que ve y oye, y que significa: nosotros, las mayores economías del mundo, somos incapaces de renunciar a nuestros intereses inmediatos, aunque en el plazo medio pudiera ser un estúpido y gozoso harakiri del conjunto. Por lo pronto ha escrito: “La economía mundial reduce su ritmo de crecimiento de forma acelerada, acuciada por el parón en seco de los países emergentes. Mientras tanto, los pocos organismos globales de gobernanza miran para otro lado y practican una especie de asombroso laissez faire. Con su inacción dan la sensación de no estar suficientemente preocupados por lo que está sucediendo y por lo que están inquietos los ciudadanos y los mercados. Coquetean de forma insensata con la posibilidad de otra Gran Recesión: o porque se aviven los rescoldos de la que comenzó en el verano de 2007, o porque aparezca otra nueva que lleva en su seno distintas burbujas de activos y, sobre todo, una burbuja de la deuda. El endeudamiento público y privado a nivel mundial está cerca de 300 por ciento del PIB global”.
¿Quién quiere poner fin a la insensata y monstruosa cantidad de dólares que tienen inundados los mercados financieros sin salida productiva posible? Sólo entre todos los ahora reunidos podrían. ¿Cómo?, distribuyendo las inmensas pérdidas que sería necesario provocar para absorber esa liquidez inconmensurable, detrás de lo cual otra reforma de las instituciones del gobierno de la economía mundial sería ineludible. ¿Acuerdos sobre pérdidas? Son demasiado torpes e insensatos para tomar un acuerdo así. Continuarán tratando de hacerse trampas unos a otros para prevalecer sobre los demás. En tanto, las atroces pérdidas que enumeré en mi entrega anterior continuarán creciendo.