n paseo con la vida y con la muerte. En esta temporada de vacaciones, las ofertas en la cartelera comercial de un cine distinto al entretenimiento masivo hollywoodense son escasas. Tanto así que quien desee ver un cine adulto –alejado un poco de lo que hacen en secreto tus mascotas o de la enésima entrega de la simpática Era del hielo– tendrá frente a sí un verdadero desierto. A menos de aventurarse, claro, hasta ese otro desierto californiano de temperaturas calcinantes en las que transcurre Valley of love: un lugar para decir adiós (Valley of love, 2015), largometraje más reciente del francés Guillaume Nicloux (El secuestro de Michel Houellebecq, 2014).
El cartel promocional de la cinta marca el tono dominante: los apellidos de los dos protagonistas aparecen en letras mayúsculas (Huppert, Depardieu), sobre el título que yace, por debajo, más discreto. Se trata de un evidente anzuelo comercial: se invita al duelo de actuaciones de dos monstruos sagrados del cine francés actual. Son ellos, Isabelle y Gérard (nombres de los actores y también de sus personajes), quienes dominarán, de principio a fin, la trama extraña, casi esotérica, de la película. Alguna vez fueron marido y mujer en Francia; ambos llevan ahora por separado una vida de la que ya cada uno sabe poca cosa del otro. Su rencuentro en California no es del todo voluntario, se diría incluso que es forzado y muy reticente. Michael, el hijo de ambos, les ha escrito, por separado, una breve carta antes de suicidarse, y en ella los invita a reunirse con él, de manera póstuma, en un día y un lugar muy preciso, en la inmensidad desértica del Valle de la Muerte.
De Michael sólo se sabe que eligió vivir lejos de Francia su vida de paria sexual a lado de su compañero, y ahora la ma-dre se pregunta si, entre todo lo que le aconteció durante esos años de separación familiar, no habría el joven contraído el padecimiento del sida. Ninguna aclaración o respuesta al res-pecto: el misterio envuelve por completo la vida del hijo pródigo. Isabelle y Gérard tienen literalmente cita con un fantasma del presente y del pasado; el hijo que hoy apenas conocen y al que tal vez nunca quisieron conocer del todo. Esa presencia espectral envenena ahora sus existencias, los obliga a reunirse y a buscar un mutuo refugio espiritual; todo en un territorio inhóspito, bajo una temperatura asfixiante y a lado de personas que lejos de interesarles llegan incluso a repelerles. El relato parece, en ocasiones, inclinarse hacia un melodrama rutinario (prolongado recuento de azotes, culpas y remordimientos por lo no vivido juntos, por lo desperdiciado en común y por el hijo que los dos transformaron en un desconocido), pero de modo sorprendente, la formidable solvencia actoral de Huppert y Depardieu transforman ese todo banal en algo casi excepcional. La conocida coraza sentimental de la Huppert de Michael Haneke y Claude Chabrol parece fundirse bajo el sol de este gran desierto, y la dirección de Guillaume Nicloux consigue extraer y plasmar en su personaje femenino un desasosiego y una vulnerabilidad conmovedores. Por su parte, el actor y personaje público que es Depardieu se muestra, con toda la generosidad de sus nuevas carnes, literalmente al desnudo: frágil como pocas veces, desamparado ante una enfermedad propia que le obsesiona, y temeroso de encontrar en la muerte de su hijo una inquietante anticipación de la propia.
Poco importa entonces ya creer o no en el cuento de aparecidos que insinúa la película, o saber si lo sobrenatural es algo fantástico o paranormal o simplemente el producto de un espejismo, delirio del desierto. Frente a la muerte, los protagonistas (identificados en el relato como actores célebres) cuestionan ya la vanidad de su propia fama, la certeza de su recia autonomía o la de sus nuevos arreglos sentimentales, el pasado con un hijo a la vez entrañable y extraño, y los valores morales que en ese valle mortal, Zabriskie point de un nuevo siglo, parecen haber perdido ya todo su antiguo sentido. Es evidente que relatos como éste, tan cargados de desolación e incertidumbre (tan llenos, sin embargo, de una ternura infinita), tienen poco lugar en una insípida cartelera de distracciones programadas.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: @Carlos.Bonfil1