Opinión
Ver día anteriorDomingo 31 de julio de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Rumbo a la hora de la verdad
A

tribulada por tijeretazos presupuestales y anuncios de éxodos de las multinacionales, amenazas de señoritos y supuestos dirigentes bancarios, así como por fintas de retomar la lucha de clases que han ganado de todas todas, según la sabia opinión de Warren Buffett, la economía mexicana se prepara para su hora señalada, su anual High Noon, que cada septiembre se exhibe al calor de la presentación del Proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación y su correspondiente Ley de Ingresos. En ellos y en lo que resulte de los debates y decisiones constitucionales que tendrán lugar en el Congreso de la Unión, se dibujarán el perfil, composición y dinámicas de la economía para el año entrante, sin que en ello vayan a dejar de estampar su marca las ominosas tendencias al estancamiento secular de que nos han dado cuenta una y otra vez el Fondo Monetario Internacional, la Cepal y el Banco Mundial, entre otros.

Los excesos de la movilización social desatada por la CNTE, que ya han puesto en la picota ingresos, ganancias, empleo y expectativas empresariales en el aporreado sur mexicano, deben inscribirse en este cuadro de previsiones, si no ominosas sí lúgubres, como si nos hicieran falta. Su empecinamiento y estridencia, su violencia y arriesgado nintendo de la guerra popular prolongada poco o nada tienen que ver con el heroísmo de los commnunards del París decimonónico, mucho menos con la valentía y la sagacidad de Ho y sus aguerridas y entregadas huestes. Toda analogía es riesgosa, pero su abuso es simplemente demagogia. O delirio.

Qué tanto condicionarán esas tendencias globales la marcha de la máquina económica nacional, depende todavía en muy buena medida de la política que los mexicanos podamos imaginar y poner en acto de cara a las duras señales provenientes del exterior. Es decir, de la medida en que las dirigencias políticas y sociales se arriesguen a hacer una política económica y social capaz de imprimir a la economía un adjetivo crucial que la vuelva economía política y nacional digna de tal nombre, dotada de destrezas y fuerzas dirigidas a modular tendencias para darle a la globalización y a nuestra manera de inscribirnos en ella signos de identidad emanados de nuestra problemática y de la voluntad de actuar para aprovechar, contrarrestar, blindar tejidos y vectores primordiales para el rumbo y calidad de nuestra evolución socioeconómica.

Todo esto puede sonar a saludo a la bandera o llamados a misa, habida cuenta de la imposición casi inconsulta por parte de la Secretaría de Hacienda de un solo criterio de evaluación y de una ruta única para nuestro desempeño económico. Sin alternativas, como si la señora Thatcher acabara de renacer y en el mundo no hubiese ocurrido una Gran Recesión que estuvo a punto de llevarnos de corbata a todos, ricos y pobres, desarrollados y emergentes, combatientes y víctimas.

La necedad de tal convicción encontró su más poderoso y decisivo mentís en la decisión del presidente Obama y por un tiempo del Dr. Bernanke, a la cabeza del Banco de la Reserva Federal estadunidense, de no repetir la triste y trágica historia del 1929-1932 y arriesgar, hasta lo imposible, para asegurar liquidez mínima al sistema financiero así como su supervivencia y dar inicio así a una recuperación menguante, pero no por ello menos significativa: la tasa de desempleo en Estados Unidos de América en 2009 llegó a representar 10 por ciento de su fuerza de trabajo y hoy llega a menos de 5 por ciento. Estos guarismos, fríos como pueden sonar, recogen el hecho esencial de un mayor consumo, además sustentado en importantes avances en el sistema de protección social estadunidense, como el ObamaCare, los incrementos salariales y los apoyos a la reconversión industrial.

La jauría trumpiana no expresa la mala conducción de la política económica frente a la crisis, como predicó en Acapulco el ex presidente Salinas. Más bien, lo que recoge la furia blanca de Trump es el hecho de que ni antes de la crisis, ni en medio de ella, ni ahora, pudo el Estado estadunidense desplegar el equivalente del New Deal que el presidente Roosevelt inventó y llevó a la práctica en los años 30.

En particular, las debilidades de la recuperación de Estados Unidos tienen que ver con la oposición casi total que el presidente Obama enfrentó para combinar su oportuna política monetaria con una fiscal de gran aliento y alcance. Gracias al permanente sabotaje de los republicanos, no hubo de eso y tampoco medidas de alivio y reindustrialización que pudieran sanar las heridas y cerrar las brechas abiertas por la globalización neoliberal que propició el traslado masivo de industrias a China y el resto de Asia, más que a México o Centroamérica.

Son esas regiones y esos contingentes proletarios, dejados de la mano de Dios por la muy visible mano republicana en el Congreso y, antes, por el presidente W. Bush, los que ahora forman filas bajo el discurso fascista y suicida de Trump y sus filisteas falanges de republicanos acorralados o felices por al fin haber encontrado a su salvador.

Esta parrafada viene a cuento porque el fideísmo antifiscal, disfrazado de casto temor al endeudamiento excesivo (que siempre lo es), recorre las filas del sector público mexicano, se apodera de los miedos e inseguridades de amplias franjas de la opinión pública y amenaza llevarnos a un consenso paralizante en torno a una estabilización cuan mítica como autodestructiva. Esta modalidad de la estabilidad ha sido y es contraria del todo, no digamos sólo a una recuperación efectiva del crecimiento perdido –lo que hoy suena a programa máximo–, sino proclive a la anulación de la magra actividad productiva que aún nos queda y mantiene a flote la nave escorada, pero que todavía navega, de la economía nacional.

Por más que la Secretaría de Hacienda ha hecho por adelantar el reloj y consagrar la hora señalada, con sus recortes a diestra y siniestra, hay que mantener la idea, constitucional sin duda, de que esa hora sólo la marcan los diputados y senadores y de que para que eso tenga sus efectos deseables debe resultar de la deliberación más amplia, donde se reafirmen los compromisos del Estado con los mandatos emanados del reformado primer artículo de nuestra Constitución, mandatos de los que no se ha enterado el portaestandarte de la estabilidad sepulcral del malhadado y peor llamado déficit cero.