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¿La fiesta en paz?

Valencia: defensores en su tierra, abusadores donde los dejen

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Juan José Padilla (al centro, con un parche en el ojo), durante la manifestación en Valencia el pasado 13 de marzoFoto Afp
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esde luego, fue muy importante, sobre todo para la fiesta de toros de España, perdida también con los vaivenes del pensamiento único, la multitudinaria manifestación del domingo 13 de marzo en Valencia, en que más de 10 mil personas en la explanada de la Estación del Norte de esa bella ciudad, convocadas por la Unión Taurina de la Comunidad Valenciana, recorrieron calles aledañas al coso de la calle Xàtiva para externar su apoyo y defensa a la tradición taurina, que no debe confundirse con la ventajosa organización del espectáculo en el mundo taurino.

Como cierre de la manifestación, encabezada entre otros por El Juli, Manzanares, Castella, Padilla, Morante y Rincón; mientras José Tomás, de barba y gafas, prefería mezclarse entre el gentío, el valenciano Enrique Ponce leyó un manifiesto desde uno de los balcones de la plaza de toros para defender un bien cultural, que ampara la Constitución y ha reivindicado a la tauromaquia como portadora de valores sociales y humanos, y como soporte básico y principal de la biodiversidad en nuestro país.

Sic, del latín así, indica que la palabra o frase empleada en un escrito, por dudosa o inverosímil que parezca, es textual. Así, el sicoso manifiesto comenzaba: “Somos fuertes. Y muchos. Y responsables (sic). Lo hemos demostrado hoy aquí. Lo estamos demostrando. Y por todo ello somos felices y estamos orgullosos de ser aficionados a los toros. Que se entere quien debe enterarse, ¡que se entere el mundo! Somos españoles con derechos, españoles de estos tiempos, españoles de todas las sensibilidades y orígenes, también tenemos que resaltar, gracias, que nos acompañan muchos compañeros (sic) de países europeos y americanos donde la tauromaquia tiene reconocimiento y tratamiento de arte, aprendamos (resic) de ellos”.

Continuaba el autor de la poncina: “…en nuestro país 500 mil hectáreas de dehesa se mantienen gracias a la cría del toro bravo, dónde estarían si no en esos paraísos, en qué incendio hubiesen desaparecido, quién las mantendría… Reivindicamos la tauromaquia también por su animalismo, que incluye especialmente la defensa del toro y todas las especies que se refugian en su ambiente. Reivindicamos la tauromaquia como herramienta económica dinamizadora de tantas y tantas ciudades, por su capacidad de crear puestos de trabajo, por los efectos en la fijación de la población rural, por sus aportaciones a las arcas del estado y fundamentalmente porque son raíces de nuestra cultura a las que tenemos derecho a no renunciar”.

Pero en el penúltimo párrafo apareció la pifia generalizadora: ...a quienes no les guste que no vengan a la plaza, a quien no le guste el toreo bastante pena tiene con ello, pero sí exigimos, como es propio en un estado de derecho, la libertad de elegir... El trasfondo de este argumento sofista, comodino, exclusivo y excluyente es que pretende agotar el toreo, la verdad, dinamismo y equidad de la tauromaquia, en el mezquino concepto de espectáculo impuesto por la tauromafia en Europa, en América y concretamente en México, donde no hay institución, gremio, autoridad ni diestro que figure dispuesto a exigir el toro de lidia con edad y trapío, pues la bravura es un lujo de la naturaleza y de la inteligencia en vías de extinción. La bonita kermés con que concluyó la reciente temporada grande en la Plaza México, con improcedente salida de Ponce en hombros por ratoneras faenas, es otro lamentable ejemplo de la doble moral de estos defensores.