l acontecimiento que desde hace algunos días ha invadido todos los medios de comunicación de Francia es la renuncia de Christiane Taubira, ministra de la Justicia. Sin duda no es muy conocida en México y, sin embargo, su destino no debería dejar indiferentes a mexicanos y latinoamericanos.
Nacida en Cayena, Guyana, es decir en América del Sur, en 1952, Taubira ha logrado una carrera excepcional al extremo de encarnar en la actualidad, la figura más emblemática de la izquierda en Francia, y acaso más allá. Mujer de pequeña estatura pero de gran presencia, dotada de una inteligencia que impresiona incluso a sus peores adversarios cuando ella no los pulveriza con una frase o una sola palabra, a la manera de esos líderes que hubiesen soñado ser escritores, pues poseen un tal amor por su lengua que se convierten, a veces, en los mejores instrumentistas. La verdadera pasión de Christiane Taubira es, por otro lado, la poesía, arte que conoce a fondo, ama con amor y practica con modestia.
Su maestro, para ella, quien no se reconoce ningún patrón, es el gran poeta martiniqués Aimé Césaire, el cual tuvo un papel decisivo en Martinica y en Francia. Inventor del término negritud
, retomado por su amigo Léopold Sédar Senghor, también poeta, y quien fue el primer presidente de la República de Senegal. Negritud
, concepto adoptado por pensadores artistas y poetas de África y de Estados Unidos, afirma con claridad el orgullo de ser negro y arroja al basurero los prejuicios racistas y colonialistas.
Un viaje de André Breton a Martinica, en 1941, le inspira Martinique: charmeuse de serpents (Martinica: encantadora de serpientes), donde se refiere al libro de Aimé Césaire Cahier d’un retour au pays natal (Cuaderno de un retorno al país natal), del cual hará el prefacio en una edición posterior publicada en Francia metropolitana.
Estos libros se hallan al origen del pensamiento de Christiane Taubira. En su juventud, militó en el seno de movimientos independentistas. Ahora, sus enemigos, y son numerosos, no cesan de recordarle estas actividades de su juventud para tratarla de independentista. De hechos, la palabra que conviene sería más bien la de independiente. Eso es lo que ella ha sido a largo de su vida y sigue siéndolo como lo prueba su renuncia al gobierno socialista de izquierda, pero que ya no corresponde a sus principios ni a sus valores.
Independiente, pues, y feminista, aunque Christiane Taubira rechazaría probablemente este término: ser mujer debería bastar hoy día sin agregar ese ista
final, el cual evoca un combate, justificable en muchos casos, pero que no es siempre bien comprendido y gira en seguida hacia la caricatura, mientras que la única cuestión es cómo pueden vivir un hombre y una mujer, y según qué reparto, en una sociedad donde este reparto es tan mal concebido.
Independiente y audaz hasta la provocación, Christiane no temió hacer pasar una nueva ley que iba a modificar profundamente las costumbres de la sociedad francesa. Se trata del matrimonio entre personas del mismo sexo, llamada popularmente el matrimonio gay. ¿Se necesitaba valor? A Taubira le sobra. El don de la elocuencia que ella posee hasta su más alto grado le permitió vencer a todos sus opositores, muy numerosos, a su proyecto de ley. No dio un paso atrás ante la presión de los millones de manifestantes hostiles a la ley. Y la ley pasó.
No era la primera vez que Taubira ganaba. Siendo diputada hizo votar una ley que designaba crimen contra la humanidad el comercio de esclavos y la trata de negros.
En seguida de dejar el edificio de su ministerio, de donde salió en bicicleta, espectáculo filmado por todas las televisoras, pues Taubira no desdeña la provocación ni el placer del teatro mediático, tomó el avión para Nueva York, para dar conferencias en la universidad.
Su renuncia le otorga una palabra más clara y libre que nunca. Todo permite pensar que no hemos terminado de escuchar esta palabra y esta voz.