Inválidos astados de la ganadería de Teófilo Gómez ayer en la Plaza México
Determinación de Octavio García El Payo
Fermín Espinosa Armillita IV, sin ganas
Lunes 18 de enero de 2016, p. a35
¿En qué consiste el toreo? Para los positivos y adaptados, en torear bonito cualquier cosa con cuernos que medio acuda a los engaños; para los aficionados pensantes, en dominar y luego hacerle fiestas a un toro con trapío, bravura y sensación de peligro, capaz de herir o incluso de quitarle la vida a su lidiador.
Como estos últimos son evitados por los que figuran, entonces con estos bueyes hay que emocionarse, y al que no le guste esta degradada versión del toreo sin toro ni bravura, que no vaya a la plaza y se acabó el problema. Por eso ayer nuevamente pocos fueron al coso de Insurgentes, que no registró ni un cuarto de entrada.
Así como existen toreros que materialmente sacan a la gente de la plaza, hay ganaderías que hacen lo propio gracias a su trayectoria de mansedumbre y escasa o nula transmisión. No obstante estar anunciados un estilista importado, un diestro en ascenso y un joven de dinastía en busca de cartel, al grueso del público, repito, no le interesó acudir al Cecetla o Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje, antes Plaza México.
El problema es que los contumaces miembros de este centro reprueban cada año la importante materia denominada Consideración, en tres módulos: al toro, al espectáculo y al público, que ya tiene muchos años pagando por algo que no recibe: toros con edad y trapío y toreros con espíritu de competencia. Si esas arbitrariedades y engañifas son solapadas hace décadas por malos taurinos y peores autoridades, el público parece que ya se hartó.
En la decimocuarta corrida hicieron el paseíllo el andaluz José Antonio Morante de la Puebla –36 años de edad, 18 de matador y 55 corridas toreadas en 2015, 49 en España y seis en México–, el queretano Octavio García El Payo –26, siete y 28–, y el aguascalentense Fermín Espinosa Armillita IV –21, un año de alternativa y 18 tardes el año pasado– para enfrentar –es un decir– un encierro débil, soso y disparejo de presentación de la ganadería de Teófilo Gómez, en el que sobresalió por su pastueño recorrido el segundo de Morante.
Se llamó Debutante y en la alucinada pizarra de toriles se leía que pesó 539 kilos. Feúcho de presencia y sin humillar, acudió por su pujal –fugaz puyazo en forma de ojal– y Morante, jugando saleroso los brazos le dio tres cadenciosas chicuelinas templándose él, pues no había manera de templar al descastado animal.
Se dobló para dejarse ver más que para fijar al bueyecito voluntarioso y ligó tersos muletazos por ambos lados, con adornos pintureros ante uno que medio repetía las embestidas, pero el grueso de los asistentes traía en el subconsciente la consigna de gritar ole con cualquier pretexto. Dejó tres cuartos de espada tendida y trasera y el Juezpen, arrepentido de su reciente desobediencia, premió aquella toreografía con dos orejas, que la suerte de matar es para fundamentalistas, y ordenó arrastre lento para aquel manso de solemnidad. Chale con los cecetlos.
De Octavio García El Payo puede decirse que está hecho un torero de convicción y de expresión y ante dos reses semiparadas derrochó disposición, conocimientos, buen gusto y afición, y de Armillita IV que si se empeña en salir en maestrito seguirá con los del montoncito.