erá un año de intensa disputa política, en medio de la guerra. Pero la disputa entre los políticos será irrelevante. Lo importante será disputar la política misma, recuperarla.
En la superficie, la atención estará en los políticos. Habrá adelantos de la contienda presidencial de 2018 y elecciones de gobernadores, autoridades municipales y diputados en más de la tercera parte del país. La propaganda electoral encubrirá el vacío. La máxima difusión de lo irrelevante disimulará la ausencia de un debate sobre lo importante, particularmente sobre las perspectivas ominosas del desastre ambiental y social que se cierne sobre nosotros. En todo el país seguirá haciéndose evidente la distancia entre el discurso de los dirigentes políticos y económicos y las condiciones reales de la población y el país.
En el mundo de los políticos, nadie se atreve a reconocer el estado de cosas. Disputan intensamente por conquistar posiciones de gobierno, bajo la superstición de que una vez en ellas podrán gobernar… y que lo harán para el bien común. No pueden reconocer que sólo podrían conquistar prebendas y privilegios y una influencia marginal en lo que ocurre, al precio de hacerse cómplices de todo género de corruptelas y de la destrucción de la vida natural y social a la que se dedican todos los gobiernos. No puede ser de otra manera. En el mundo de hoy, todos los gobiernos
tienen que subordinarse a la lógica del capitalismo… y con el capitalismo no se puede gobernar, si por gobierno entendemos regular comportamientos y acontecimientos en función del bien común.
Hay muchas maneras de lidiar con la hidra capitalista. Caben todos los adjetivos: crueles, ingenuas, eficientes, ciegas, incompetentes, habilidosas, populistas, fascistas, xenófobas… Pero todas, por la estructura misma de los gobiernos, tanto de los aparatos estatales como de lo que se sigue llamando democracia, están subordinadas a la lógica del capitalismo y por tanto a su ímpetu corruptor y destructivo. Pocos políticos se atreven a reaccionar ante las posturas anticapitalistas en los términos del líder de Podemos, en España, que el pasado 25 de junio declaró: Que se queden con la bandera roja y nos dejen en paz. Yo quiero ganar
. Y así conquistó lo que conquistó: el sagrado derecho al pataleo. Su posición no es mero cinismo. Se trata de una actitud realista en el juego electoral: para ganar es indispensable vender el alma, porque una vez arriba no es posible tenerla. Es pura demagogia sostener que una vez en el gobierno será posible ocuparse realmente del bien común y conservar decencia y sentido ético.
Por eso la verdadera disputa está en otra parte: es la lucha por reivindicar la actividad política, alejándose como de la peste de la lucha electoral y ocupándose en cambio de resistir y construir: resistir el horror dominante y arrasador, cada vez más agresivo y ciego, y construir el mundo nuevo, un mundo que deje atrás tanto el modo capitalista de producción como su forma de existencia política, el despotismo democrático
que prevalece en los estados-nación y las instituciones internacionales.
Resistencia y construcción de lo nuevo, cada vez más inseparables, exigen en la práctica ocuparse día tras día, incansablemente, en casas, familias, comunidades, colectivos y organizaciones de toda índole, de desmantelar las relaciones sociales capitalistas y las relaciones políticas que las hacen posibles.
El régimen dominante, con su doble cara política y económica, organiza hoy una guerra devastadora sin precedente contra la vida en todas sus formas. No es la voluntad de unos cuantos políticos o capitalistas que se enriquecen con ella: es una inercia en la que ellos mismos están presos. Por eso es inútil pretender que la sustitución de algunos podría detener esa guerra. La única manera de conseguirlo es desmantelar sus bases de existencia mediante la construcción de autonomía política y económica.
Dice bien el EZLN en su comunicado del primero de enero que “una noche cruenta… se tiende sobre el mundo(…) Está claro que viene lo peor(…) Tenemos que organizarnos, prepararnos para luchar, por cambiar esta vida, por crear otra forma de vida, otra forma de gobernarnos, nosotros mismos, los pueblos(…) No hay nada ya de qué confiar en el capitalismo(…) Ya sólo queda la confianza entre nosotros mismos… Por eso debemos unirnos más, organizarnos mejor para construir nuestra barca, nuestra casa, es decir, nuestra autonomía, porque es la que nos va a salvar de la tormenta que se acerca(…) Es el momento de reafirmar nuestra conciencia de lucha y de comprometernos para seguir adelante, cueste lo que cueste y pase lo que pase(…) No es el momento de desanimarnos o de cansarnos, debemos de estar más firmes en nuestra lucha”.
Ante lo que viene, la tentación de rendirse, venderse y claudicar es grande. Tiene muchos rostros y justificaciones. No parece haber más opción que adaptarse a lo que existe… No hay de otra, se dice continuamente. Pero sí hay. Y esa otra vía plural, difícil e incómoda pero valiente e imaginativa, esa opción de resistencia y construcción, aparece cada vez más como la única forma de sobrevivir a la guerra general que se libra actualmente contra todo lo vivo y se intensificará este año hasta niveles sin precedente. No hay lugar al optimismo, pero empezamos el año llenos de esperanza. La voz del EZLN no es marginal o aislada. Encuentra resonancia en el mundo entero. Al final de cuentas, somos los más.