En la octava corrida en la Plaza México continúan las entradas discretas
Eulalio López Zotoluco, más cerca… del adiós
Diego Silveti, sin calentar
Lunes 7 de diciembre de 2015, p. a46
Estaba cantado. Querer imitar en la Plaza México ferias como la de San Isidro, en Madrid, anunciando 20 carteles o más en una temporada anual caracteriza- da hace años por el voluntarismo y el sometimiento a las figuras importadas, no iba a borrar el amiguismo y la autorregula- ción irresponsable de más de dos décadas.
De los ases
anunciados, uno de plano no quiso venir aunque sí a otras plazas (Ponce), otro actuó una tarde frente a toritos de la ilusión (Juli), y otro más pretextó que sería intervenido quirúrgicamente (Manzanares), dejando al público con un palmo de narices sin que la autoridad o lo que se le parezca estableciera sanción alguna.
En la octava corrida en la Plaza México, que con trabajos registró un cuarto de entrada se lidió un toro de Marrón para el rejoneador Jorge Hernández Gárate, que regresaba después de ocho años de haber cortado una oreja, y seis toros muy bien presentados de Xajay para Eulalio López Zotoluco, Sebastián Castella y Diego Silveti.
Desde siempre Hernández Gárate ha mostrado grandes cualidades como torero a caballo; le ha faltado un sistema taurino que sepa aprovecharlo. Con Oro Negro –¿no faltó a remate?– anduvo certero con las farpas, espectacular con las suertes y templado con las jacas, logrando encelar al tardo pero claro astado. Su fina labor se vio malograda con el rejón de muerte. Aquí hay Hermosos, pero no creemos en ellos.
¿Por qué el público no acudió en masa a ver al reciente triunfador de la plaza de Las Ventas? Pues porque Castella, sin necesidad, ha tenido una trayectoria ventajista en el coso de Insurgentes, desde negarse a matar un chivo de Los Ébanos, permitir que le indultaran un novillón de Teófilo Gómez y, quizá por último, retrasar por impuntual el inicio de la corrida de aniversario del año pasado cuando juez ni empresa se atrevieron a comenzar la función sin él.
Con su primero, uno de los buenos toros de Xajay aunque de escaso recorrido, que como sus hermanos sólo recibió un puyazo, tras quitar por ceñidas chicuelinas consiguió una meritoria faena derechista a base de colocación y mando. Como dejara una entera en buen sitio al primer viaje, de inmediato el juez soltó la oreja, mientras la villamelonada solicitaba la segunda y, el colmo, el mismo Castella volteaba al palco de la autoridá a ver si era chicle y pegaba.
La faena a su segundo, con fondo pero sin calidad, fue igual o más interesante pero el público quiere toros de la ilusión para faenas predecibles y los toreros no se atreven a desplegar una tauromaquia más imaginativa de aliño, de toreo por la cara, de pitón a pitón y de sometimiento a secas, que exhiba las condiciones de uno y los recursos de otro.
Es difícil tener casi tres décadas de alternativa, una condición de primera figura o de primer espada y un dinero ganado con mucho esfuerzo para todavía andar con hazañas en los ruedos.
Así, Zotoluco ya no es –no puede ser– ni sombra de lo que fue. Algunas minitandas con la diestra a su claro y repetidor primero, feamente rematadas a distancia, cuatro pinchazos, aviso y entera, son posibles pero no tienen caso. Pasó casi crudo a su segundo y las limitaciones de Eulalio hicieron que el toro pareciera un pregonado.
Diego Silveti se topó con otro buen astado de Xajay que exigía colocación, mando y ligazón. Vuelta entonces a las minitandas por ambos lados dejando, contra su costumbre, una estocada certera en ambos toros. Pero calentar la tarde…