Fabrizio Mejía Madrid perfila esa hipótesis en Un hombre de confianza
Aborda también su relación con Cuba
A Jesús Piedra lo asesinaron poco después de detenerlo
Sábado 5 de diciembre de 2015, p. 14
Existe muy poca literatura sobre Fernando Gutiérrez Barrios, militar, ex jefe de la policía política, cerebro de la guerra sucia de los años 1960-70, ejecutor de las primeras concertacesiones
de los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN). Ahora hay una novela del escritor chilango Fabrizio Mejía Madrid, construida con las licencias propias del novelista, pero con una fuerte dosis de labor reporteril y manías de historiador: Un hombre de confianza.
La trama parte del secuestro del poderoso político-policía en diciembre de 1997. Durante seis días no se supo nada de Gutiérrez Barrios. Finalmente fue rescatado mediante el pago de un millonario rescate. La novela especula –con indicios que, asegura el autor, pisan tierra firme en su investigación periodística– de que el secuestrador pudo haber sido Miguel Nazar Haro, su policía estrella.
–Esos seis días en la vida de Gutiérrez Barrios, durante y después del secuestro, quedaron envueltos en el silencio; unas cuantas notas periodísticas de la época, aisladas, eso es todo ¿Es esa la médula de la novela?
–Claro, es la estructura de la novela. Y el meollo es: ¿quién lo mandó secuestrar? Esas estructuras criminales que crea Gutiérrez Barrios dentro del aparato del Estado en los 60 para hacer desaparecer, secuestrar y torturar opositores, se le vuelve en contra; como una especie de Frankenstein. Él crea este aparato de secuestro impune y después se le revierte. Hay dos datos interesantes. Nazar Haro, líder de la Brigada blanca al amparo de Gutiérrez Barrios, es el que cobra el rescate en el estado de Morelos.
–¿Entonces Nazar es el secuestrador?
–Probablemente. Es mi conjetura. En la novela, desde la soledad y la indefensión de su secuestro se pregunta: ¿quién? Si es Carlos Salinas o Joseph Córdoba Montoya, algún ex guerrillero de las estructuras que él mandó exterminar, un rival político, ¿quién? Y el único que tenía la logística y el interés de la venganza de demostrar poder es Nazar Haro, quien además cobra el rescate. Yo creo que es válida la hipótesis.
–No comprobada.
–Es una novela. Se lo pregunté a Jorge Carrillo Olea (general del Ejército, director de la Dirección Federal de Seguridad en el momento de su extinción para convertirse en Cisen, bajo el mando del propio Gutiérrez Barrios) y me respondió que no, por supuesto. Pero esos dos hechos me hicieron pensar narrativamente que sería muy interesante que la propia estructura que Gutiérrez Barrios creó se lo comiera al final.
Durante 15 años a Mejía Madrid (1968) le rondó por la cabeza una descripción que hizo del sistema autoritario mexicano una joven chilena: una mano de hierro con guante de seda
. Reuniendo pedazos de información sobre ese sistema regido por una elegantísima mano dura el novelista empezó a dibujar el perfil de los hombres en las sombras de ese poder. Y ahí apareció Fernando Gutiérrez Barrios: copete perfecto, corbatas y pañuelos de seda, el pisacorbatas a la altura del corazón, la línea de la plancha en el impecable pantalón.
“Pero fue el caso Ayotzinapa el que me sacudió como un corrientazo de electricidad. Ahí cayeron las piezas en su sitio y empecé a escribir la novela Un hombre de confianza. Porque Ayotzinapa no es un crimen aislado, es parte de una historia de crímenes de Estado que empezaron en los 60, los 70. Pero no han cesado”.
–Gutiérrez Barrios no es un personaje sobre el que se haya documentado mucho. Esta investigación es, de alguna manera, pionera. ¿Hay fuentes, documentación, archivos abundantes?
–Cuando empecé una investigación para mi libro anterior, Disparos en la oscuridad, sobre Gustavo Díaz Ordaz, encontré mucha información. De Gutiérrez Barrios mucho menos… algunos expedientes en el Archivo General de la Nación, algunas cosas sueltas. Entonces empecé a hacer entrevistas. De entre todas las cosas que me decían saqué la parte que me interesaba, la parte dura, las torturas, las ejecuciones. Ya en la escritura fue un reto muy fuerte. ¿Cómo hacer esas descripciones tan brutales sin ser absolutamente grotesco? ¿Cómo le hago, cómo lo digo? Pero al mismo tiempo sentía una responsabilidad de hacerlo. Fue complicado.
–En el libro hay datos que no están en ningún otro lado, como lo es el sitio y el momento exacto de la muerte en una sesión de tortura de Jesús Piedra Ibarra, el hijo de doña Rosario, en las oficinas de la Dirección Federal de Seguridad, el tercer piso ¿Eso es ficción?
–No. Eso tiene una fuente sólida. No puedo revelarla, obviamente. Pero quien me lo dijo me lo aseguró en términos mucho más claros que lo que yo pongo en el libro. Pero no lo pude verificar cruzando datos con otras versiones.
–¿Lo trataste de cruzar?
–Pregunté y pregunté y el único militar que me lo dijo me describió: fue así, pasó en los primeros días luego de la aprehensión de Jesús. Y mientras Fernando Gutiérrez Barrios recibía a su madre, doña Rosario, y le decía mes tras mes: En cuanto tengamos información yo me comunico con usted
, sabiendo que eso había pasado.
–¿Entonces recurres a la novela para decir lo que en buen periodismo no se puede decir sin mayor confirmación?
–Así es. Es una conjetura. Pero lo mío es una novela. Son distintas maneras de validar un discurso de verdad. Tienes en las novelas dos validaciones posibles, una son los sucesos causa-efecto y en el caso literario tienes una mirada, conjeturas, qué sintió, cuáles son sus motivos, ya tomando a las personas como personajes. Creo que en la novela queda claro qué es real, qué no es real; qué es conjetura y cuáles son los sucesos realmente verificables.
–Otro tema es el de la relación de Gutiérrez Barrios con Fidel Castro y el pragmatismo crudo. Sobre esto, ¿qué hay de nuevo?
–Lo primero que me sorprendió fue constatar que las negociaciones entre Gutiérrez Barrios y Fidel Castro; es decir, entre los dos partidos, el Comunista Cubano y el PRI, eran muy sólidas y que se habían dado exactamente en la casa en donde yo vivo ahora, en el barrio de San Lucas, Coyoacán. Fue un descubrimiento completamente irónico, asombroso.
–¿Cómo es tu casa?
–Es un departamento chiquito, de 80 metros cuadrados. Pero en 1957 era una casa y ahí vivió Gutiérrez Barrios. Luego fue un taller mecánico y después se fraccionó. Esa fue la primera sorpresa. Lo otro fue poder explorar esa amistad que más que amistad fue una alianza entre Castro y Gutiérrez.
“Ahí el momento álgido en la novela es cuando Gutiérrez Barrios detiene a un nicaragüense que afirma haber visto a Lee Harvey Oswald, días antes del asesinato de John F. Kennedy en Dallas, recibiendo dinero en la embajada cubana en el Distrito Federal. Entonces Gutiérrez desmonta esta versión, que es la que querían oír los duros en Estados Unidos, para afirmar que el asesinato de Kennedy venía de Cuba. El ex director de la Dirección Federal de Seguridad desmonta este caso. Me dicen quienes lo conocían que solía jactarse: ‘Yo evité la tercera guerra mundial”’.
“Es decir: la relación con Cuba es una relación peculiar de un país que se pone donde tiene que estar, a medio camino entre la potencia hegemónica y la revolución. Creo que Gutiérrez Barrios lo entendió así y creo que Fidel entendió que la relación de la Revolución Cubana era con el PRI, porque en 1988 viene a legitimar a Carlos Salinas de Gortari. Aunque quien pacta esa visita de Castro a México, en 1988, ya no es Gutiérrez Barrios, sino el hombre de las sombras que vino a desplazarlo, Joseph Córdoba Montoya.