Opinión
Ver día anteriorSábado 5 de diciembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¡Qué vergüenza de embajada!
¿S

e acabaron definitivamente los buenos tiempos en que los mexicanos podíamos enorgullecernos de nuestra diplomacia?

Confieso que me queda la esperanza de que sobrevivan ejemplos de la consistencia, la coherencia, el patriotismo y la dignidad de las que antaño dieron sobradas muestras embajadores como Gilberto Bosques y Luis I. Rodríguez en la Francia nazi, Vicente Sánchez Gabito en Punta del Este, Gonzalo Martínez Corbalá en Santiago de Chile y tantos otros que hicieron valer los principios fundamentales de nuestra política exterior.

Pienso también en el canciller Bernardo Sepúlveda, con quien dichos principios cobraron rango constitucional (fracción X del artículo 89).

Me permito copiar tres de tales principios, simplemente para recordáselos y recordárselas a miembros de nuestro cuerpo diplomático y actores primordiales que, o los han olvidado o los soslayan por ser contrarios a su idea de país: “la autodeterminación de los pueblos […] la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza […] la promoción de los derechos humanos”.

El pueblo catalán lucha por su libertad y el inalienable derecho a regir su futuro. La última elección, absolutamente limpia y democrática, le dio la mayoría legal en el Parlamento para abrir el cauce a su independencia por una vía incuestionable de diálogo y razonamiento. La presidencia de dicho Parlamento manda una comunicación a todas las representaciones diplomáticas acreditadas en Madrid, explicando lo que pretende realizar en los próximos dos años.

No se puede vaticinar con absoluta certeza si lo conseguirán o no, pero de cualquier manera nadie puede negar ni respetar el valor democrático del proceso. Todas las embajadas la recibieron, la leyeron y, seguramente, procedieron simplemente a informar a sus respectivas cancillerías. ¿Por qué nuestra embajada se convirtió en la criada respondona y regresó al destinatario la comunicación debidamente cerrada?

Ello constituye una auténtica grosería. Antes nos singularizamos por la defensa de la dignidad, en esta ocasión nos distinguimos por hacerle el juego al gobierno español, cuyas raíces franquistas son más que evidentes. ¿Es necesario recordar que México nunca reconoció al régimen de Franco? Ahora ganaron a la buena, pero no podemos perder de vista su filiación humanamente deleznable.

Dejando a un lado que tal servilismo es vomitivo, podemos preguntarnos ¿qué pasará si Cataluña logra convertirse en una república independiente, dentro de la Unión Europea, como es su pretensión? No perdamos de vista que, de ser así, estaríamos hablando de la décima economía de toda ella.

Habrá entonces que remontar mucho para superar tales ofensas, cuando antes de este rastrero desplante el sector más importante de la realidad catalana estaba sumamente agradecido con México, gracias a la conducta solidaria con la República Española del régimen cardenista y de sus sucesores.

De hecho, quienes eran reacios a México eran precisamente los afines al gobierno español actual, que constituyen una inmensa minoría en Cataluña.

El desplante antidiplomático de nuestra embajada en Madrid, no sólo es una grosería incomprensible, sino que, además, constituye una flagrante violación a nuestra Constitución y una traición vil a una noble tradición de la que el México progresista se mantiene orgulloso.