a creciente e incontrolable corriente de migración de personas y familias de algunos países de África, Asia, Medio Oriente y otras partes hacia Europa y Norteamérica ha creado una grave crisis para su aceptación (o rechazo), pero al mismo tiempo refleja la explotación, la desigualdad y la inmoralidad que está ocurriendo en sus lugares de origen. La brutalidad de algunos gobiernos de naciones como Siria, Afganistán, Kosovo, Eritrea, Guinea y otros países islámicos ha provocado una inestabilidad en esas regiones que pone en peligro diariamente la vida de sus habitantes, provocando con ello su salida forzada, con todos los problemas y riesgos que acarrea para ellos, sus familias y los propios gobiernos que los reciben.
La Unión Europea es una de las zonas más ricas y pacíficas del mundo, y la gente piensa que sus ciudadanos tienen un alto grado de compasión y principios morales que los obligan a aceptar a la mayoría de los inmigrantes que sufren una tremenda persecución. Sin embargo, la búsqueda de asilo de tantas personas ha puesto a prueba el compromiso de los europeos con sus ideales, que no ha sido claro ni fácil en algunos países. Los neonazis en Alemania han atacado los hoteles o refugios de los asilados o los grupos antiinmigrantes en Suecia se han vuelto más populares. Algunos hasta llegan al extremo de afirmar que los inmigrantes ilegales ponen en peligro la sobrevivencia de Europa.
Según los editoriales de The Economist, la destacada revista inglesa, se estima en alrededor de 270 mil personas las que buscan asilo, las que han llegado a Europa en lo que va de 2015, cantidad mayor de la que arribó durante todo el año pasado. Según la misma fuente, hoy existe un asilado por cada mil 900 europeos, y eso que muchos han sido rechazados. Otros lugares más pequeños y pobres del mundo han aceptado grandes cantidades de inmigrantes, como Líbano con un millón, Siria con una cuarta parte de su población; Turquía por su parte ha recibido a 1.7 millones y Tanzania a cientos de miles de refugiados, mientras Grecia, con todos sus problemas, e Italia han aceptado a decenas de miles de personas.
En algunos casos particulares y de figuras públicas se han ofrecido alternativas para recibir a más inmigrantes, desde empresarios que ofrecen comprar algunas islas para ubicarlos y desarrollar una nueva vida fuera de peligros y de los abusos que el sistema de violencia y corrupción genera en sus países de origen, hasta sugerencias del papa Francisco para que se abran las puertas de conventos, monasterios e iglesias para alojar, aunque sea temporalmente, a más familias.
Las fotos que circularon en todo el mundo la semana pasada sobre la tragedia y muerte por naufragio de dos niños sirios de 3 y 5 años de edad, así como su madre de 27 años, conmovieron a la comunidad internacional sobre esta dramática situación que ha impulsado la emigración y el exilio forzado en la búsqueda de seguridad, protección y mejores oportunidades.
En estas condiciones, Europa podría hacer aún más para recibir un mayor flujo de migrantes y contribuir a reducir esta tragedia humana, y no sólo por razones morales, sino también de egoísmo para la protección de sus intereses. En efecto, la fuerza de trabajo de Europa está envejeciendo sin que se amplíe la base de ocupación por los problemas económicos y de recesión, de tal forma que pronto se van a reducir aún más el empleo y la apertura de nuevas alternativas.
Al mismo tiempo, las naciones europeas han acumulado fuertes deudas que tienen planeado transmitir a las futuras generaciones. La mayoría de los inmigrantes y de las personas que buscan asilo son trabajadores deseosos de laborar; son jóvenes que no asumirían riesgos para que los deporten y los regresen a sus países, de tal forma que pueden ayudar a aligerar este problema. Por supuesto que, actuando de manera egoísta, Europa podría utilizar la vitalidad y la juventud de los trabajadores de los países africanos, árabes de Medio Oriente y aun de Asia.
Para ello, los gobiernos europeos podrían dar muestras de sensibilidad para manejar este serio problema de la inmigración y actuar más políticamente.
Elaborar una serie de reformas que contribuyan a reducir el deterioro de los mercados y de sus economías, al mismo tiempo que a la crisis de los refugiados la conviertan en nuevas oportunidades, del mismo modo que Estados Unidos lo hizo durante el siglo XX, que incluyó a muchos inmigrantes de Europa. Se ha comprobado en diversos estudios que los inmigrantes en diferentes partes del mundo son más proclives que los nativos a formar nuevos negocios y es menos probable que cometan crímenes y que son contribuidores netos para la productividad y la reactivación económicas.
En México no hay tanta información ni conciencia sobre lo que está sucediendo en esta verdadera tragedia europea ni sobre las dictaduras, corrupción y condiciones institucionales y sociales que provoca la migración. Aunque aquí hay más sensibilidad, se requieren acciones más fuertes para contener el drama que representa la fuerte inmigración ilegal de centroamericanos que exponen su salud y su vida para llegar a nuestro país, transitar hacia Estados Unidos o permanecer en territorio mexicano, pero esta también es una tragedia humana que el gobierno nacional tiene que enfrentar y solucionar, ofreciendo protección, libertad y oportunidades de llevar una vida digna con mayor calidad humana.
Es una vergüenza que en pleno siglo XXI todavía existan la explotación y los abusos por parte de delincuentes coludidos con autoridades que permitan la existencia de La Bestia, el tren de la muerte, que transporta en condiciones inhumanas a los centroamericanos por el territorio nacional, o los robos y saqueos, así como los crímenes que llenan las fosas clandestinas donde esconden los cuerpos de sus víctimas y, más doloroso también, la trata y venta de niños y mujeres.
Todo esto implica que el mundo se enfrenta a un problema global, que requiere una atención mucho mayor que la que hasta hoy se le ha prestado. Es un problema explosivo en marcha.