Opinión
Ver día anteriorDomingo 30 de agosto de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mujeres de la Independencia
M

uy grata es una caminata matutina cuando el Centro Histórico comienza a cobrar vida, se retiran los puestos que surten el desayuno más económico: tortas de tamal, atole o café. De las fondas y restaurantes comienzan a salir aquellos que pudieron disfrutar de un almuerzo completo.

La mayoría de los comercios, aún cerrados; escaso tránsito de vehículos y personas, evocan la antigua ciudad decimonónica. Ese ambiente nos lleva a pasear por las calles, que hace más de 200 años caminaron mujeres que fueron protagonistas del movimiento de Independencia.

La cercanía con la plaza de Santo Domingo nos lleva a la hermosa casona que habitó hasta su muerte Leona Vicario con Andrés Quintana Roo, su esposo, compañero y cómplice en sus peripecias insurgentes. La mansión fue parte de los bienes que le fueron reintegrados, ya que le confiscaron todas sus propiedades durante la gesta independentista, además de que gastó su fortuna en apoyar la causa.

Actualmente es sede de la Dirección de Literatura de Bellas Artes. La visita nos permite imaginar al matrimonio disfrutando finalmente una vida plácida, con reconocimiento público. Ella fue designada Benemérita, sin embargo, a diferencia de Benito Juárez, en el caso de Leona el nombramiento no permaneció en la memoria histórica.

Tras solazarnos un rato con la bella plaza de Santo Domingo, cuya fuente que la adorna muestra una escultura en bronce de Josefa Ortiz de Domínguez, decidimos ir a ver su casa. Se encuentra en la cercana calle del Carmen número 4, antes llamada calle del Indio Triste. Aquí vivió y murió en 1829 la valerosa mujer, que a diferencia de Leona no recibió ningún título y no aceptó ninguna compensación económica. Sostenía que sólo había cumplido con su deber, como una ciudadana que quería una patria independiente. Igualmente distinta es la situación en que se encuentra su casa, convertida en bazar de chucherías. Con una buena restauración y otro uso quedaría magnífica, ya que tanto su fachada como el interior, con su hermoso patio con columnas, se encuentran intactos.

Nos dirigimos a la avenida Madero, de rica historia. Recordemos que ahí se encontraban dos de los mejores conventos de la ciudad: San Francisco y la Profesa. Ambos bautizaban los respectivos tramos de la vía. El último albergaba a los artífices que trabajaban con arte y maestría la plata, por lo que llevaba el nombre de Plateros. En el siglo XIX tras la destrucción de los conventos, cuyos templos por fortuna se salvaron, en las nuevas construcciones se establecieron comercios y oficios de postín: modistas, perfumerías, joyeros, restaurantes y cafés, todo en estilo francés.

Manuel Gutiérrez Nájera inmortalizó la calle en el poema Duquesa Job, pleno de alusiones a nombres, tiendas, perfumes, mercancías de fines del siglo XIX, cuando la economía porfiriana había permitido la entrada de capitales y marcas extranjeras. Según el poeta Vicente Quirarte, en una investigación de campo, más bien de ciudad, “una hermosa mujer me hizo el servicio de calzar unos botines semejantes a los de la duquesa y recorrer la actual calle de Madero con la rapidez, el garbo y la firmeza con que debe haberlo hecho la griseta francesa con quien el poeta Gutiérrez Nájera sostuvo un romance de juventud y son exactamente 754 pasos desde las puertas de La Sorpresa hasta la esquina del Jockey Club.

Precisamente en esta calle vivía la famosa Güera Rodríguez, quien tiene más fama por su belleza, ingenio y supuestos cascos lígeros, que por su participación a favor de la Independencia, plenamente probada por los historiadores acuciosos.

Con tanta caminata y recuerdos llegó la hora de comer. ¿No se les apetece una reconfortante sopa verde con pescado y mariscos? Si el bolsillo está pleno continúe con unos langostinos al mojo de ajo; en caso contrario un pescado rebozado lo dejará muy satisfecho. El lugar: restaurante el Danubio, en Uruguay 3.

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