Domingo 30 de agosto de 2015, p. a16
Imaginemos por un momento el episodio histórico en el que el emperador Moctezuma agoniza en palacio, segundos después de haber sido blanco de una pedrada. Su cuerpo reposa sobre el regazo de Malitzin, la intérprete, con quien el monarca elabora su último diálogo.
Afuera, en el costado este de la plaza monumental de Tenochtitlán, cientos de mexicas acosan con piedras el recinto, exigiendo la expulsión de Hernán Cortés, quien ya había amenazado con destruir los ídolos
indígenas y estaba en pie de guerra. Era el 29 de junio de 1520. En su agonía, el tlatoani vivía en carne propia el drama de todo un pueblo.
Aquel lapso, de unos cuantos y angustiosos minutos, tuvo algunos testigos oculares, pero al parecer no hay un testimonio del diálogo entre Moctezuma y Malitzin, en el ocaso de su vida y en el de toda una civilización.
Recrear ese momento con las herramientas del método y el conocimiento histórico es lo que motivó la escritura de El monarca y la faraute, de Luis Barjau, investigador especializado en la interrelación de las civilizaciones de Europa y Occidente, que ha incursionado en la narrativa y el ensayo, con obras publicadas por editoriales como Porrúa y Joaquín Mortiz.
Con el sello Ediciones Sin Nombre, a cargo de José María Espinasa, apareció en 2014 esta novela corta en la que los dos protagonistas –y únicos interlocutores– examinan el fenómeno de la invasión española.
Moctezuma y Malitzin hablan de la validez y la verdad de su religión y de las creencias españolas; las sopesan y las comparan.
Ella actúa compasivamente y le mira a los ojos con firmeza y amor, pero él se enoja al ver que ella, hablante de náhuatl y maya, no baja la mirada ante el monarca, se muestra de igual a igual y se confiesa cristiana.
A pesar de la presunta irreverencia, Moctezuma se manifiesta agradecido con Malitzin por reconfortarlo en su agonía.
Las reflexiones del emperador ante Malitzin trascendían lo personal y entraban en el terreno de la filosofía política: los huehuetzin, los venerados ancianos mexicas, saben que vinimos caminando sobre el hielo y aquí enterramos nuestro corazón en la casa de Huitzilopochtli (dios de la guerra). Somos ave grande sobre el nopal. Y quizá sólo quede nuestra fama en la tierra
.
Finalmente, el diálogo se corta porque sobrevino el sueño del monarca; cuando la mano negra de la eterna noche cerró sus párpados, la mujer de Painala (pueblo en el actual Tabasco) se zafó del cuerpo que pareció expirar en su regazo, pidió un petate y una manta y se fue al interior del palacio donde iban y venían frenéticos los españoles
.
Después vendría la batalla de la Noche Triste de Cortés, la derrota final de Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521, la formación de la Nueva España y el largo camino del mestizaje étnico y cultural.
Luis Barjau, El monarca y la faraute, Ediciones Sin Nombre, 81 páginas, precio de lista: 200 pesos
Intensa aculturación
Al día siguiente del triunfo de Hernán Cortés sobre Tenochtitlán comienza la vida de la nueva sociedad y así, entonces, el gachupín empieza a transformarse en criollo.
Este singular episodio de la vida novohispana está retratado en un estudio de la historiadora Solange Alberro, que se titula Del gachupín al criollo o de cómo los españoles de México dejaron de serlo. Esta investigación se remonta a 1992, pero su trascendencia ha llevado a la reimpresión del libro en cuatro ocasiones y sigue en circulación este año.
¿Cómo vivieron los españoles individualmente su contacto y convivencia con los pobladores originarios de Mesoamérica? ¿Cómo experimentaron la aculturación?
Aunque la ciudad de México se construía sobre las ruinas de Tenochtitlán como una ciudad europea, habitada por familias españolas, otros peninsulares vivían aislados en pueblos remotos, en ambientes donde predominaba la anterior organización política, con caciques regionales al frente. En esa atmósfera había que convivir también con una sociedad indígena que en los primeros años de la ocupación española conservó sus núcleos aristocráticos.
Alberro, ex investigadora de El Colegio de México, hurgó entre los documentos de la Inquisición para conocer los casos de gachupines llevados al tribunal religioso y obtener así los testimonios de españoles que adoptaban creencias, prácticas, rituales y actos de idolatría.
La Inquisición fue una forma de detener la intensiva aculturación a la que estaban sometidas las primeras generaciones de colonizadores españoles de la Nueva España, afirma Alberro.
Borracheras con pulque, uso de yerbas y plantas medicinales y alucinógenas como el peyote, participación en curaciones y ceremonias con humo aromático (copal), incorporación de la mujer indígena a las cocinas de los españoles y expresiones de amor a la naturaleza de América en cartas y obras de arte, todo eso convirtió al gachupín en criollo.
En este complejo proceso de asimilación a una nueva realidad, sucedieron hechos extraordinarios, como cuando los franciscanos tiñeron sus hábitos de azul para adoptar el color distintivo de Hutizilopochtli, colocarse a su altura y reconfigurar el símbolo religioso.
En la formación de una nueva sociedad, que asimila elementos autóctonos dentro de estructuras esencialmente occidentales
, los criollos debieron hacer frente al menosprecio de los peninsulares, que desde el siglo XVI los vieron como una cultura degradada y corrupta, que adoptó a la Virgen de Guadalupe, animada por el arzobispo Montúfar en el siglo XVII, para arrebatar a los frailes sus medios de influencia sobre los indígenas.
El lado contrario de la criollización fue el nepantlismo, estado intermedio e incómodo que caracterizó a los indígenas de las primeras generaciones, sometidas a su vez también a una aculturación tan masiva como sistemática
en la Nueva España. Sin embargo, este asunto ya no es materia de Alberro sino de otros investigadores que se han ocupado de estudiar el papel que para ello desempeñó la evangelización y la enseñanza de la lectura y la escritura.
Solange Alberro, Del gachupín al criollo, Colmex, 170 páginas, precio de lista: 120 pesos
Evangelización
Los primeros mexicanos –criollos, mestizos, indígenas– se formaron con la lectura de evangelización, leyendo cartillas y catecismos para aprender la doctrina católica.
La historiadora Pilar Gonzalbo, ex investigadora de El Colegio de México, estudió los materiales escritos e impresos que frailes franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas utilizaron para alfabetizar a los indígenas, imponerles normas de conducta e indoctrinarlos.
Aquellos lectores eran generalmente jóvenes, hijos de las familias indígenas principales
, que aprendieron a leer cartillas y catecismos en sus propias lenguas y en castellano.
Dado que la imprenta fue instalada en México hasta 1539 (por Juan Pablos), durante casi dos décadas los novohispanos utilizaron materiales de lectura importados desde España.
Los primeros catecismos impresos fueron enviados en los años en que fray Juan de Zumárraga era ya el primer obispo de la ciudad de México. En 1538, otro fraile, Vasco de Quiroga, envió a Sevilla el manuscrito de su Doctrina en purépecha y castellano para su impresión en una máquina de tipos móviles.
La década de 1530 fue la época dorada del bautismo masivo de indígenas y los religiosos necesitaban materiales de lectura. Hasta 1555, la primera generación de frailes –aquellos que llegaron o se sumaron a Cortés después de 1521– intentó crear un mundo cristiano ideal, multilingüe, multicultural, sincrético. Pero los concilios provinciales mexicanos de 1555, 1565 y 1585 revirtieron el trabajo de los frailes y, en consecuencia, la doctrina se unificó y únicamente podía imprimirse en castellano.
La cantidad de texto se redujo y al mismo tiempo se incorporaron y multiplicaron las imágenes como signos de comunicación pública y vehículos de fe.
El libro Historia de la lectura en México fue editado en 1997 y acumula ya cuatro reimpresiones. Esta obra tiene un punto de coincidencia con los textos de Luis Barjau y Solange Alberro y con el ensayo de Fernando Benítez titulado Los primeros mexicanos: todos se refieren a los momentos en que termina la guerra e inicia la colonización, el fascinante momento en que comienza a formarse el pueblo mexicano.
Pilar Gonzalbo, Historia de la lectura en México, Colmex, 380 páginas, precio de lista: 220 pesos
Texto: Guillermo G. Espinosa