no puedo menos que evocar, para que nos acompañe en esta celebración, a Mariana Frenk, otra joven y longeva mujer quien murió a los 106 años, completamente lúcida, con una memoria magnífica. Mariana, sí, otra extraordinaria e inteligente mujer que seguramente nos contempla y aplaude desde el cielo, si es que hay cielo.
En esta ocasión desearía recordar una larga conversación con Margit cuando estaba a punto de cumplir 80 años, en vísperas de un homenaje en la Facultad de Filosofía y Letras, donde enseñaba como profesora de asignatura desde 1966 y que en 1996 la acogió como maestra de tiempo completo y luego emérita, cuando por razones no muy ortodoxas dejó la dirección del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, donde fundó la revista Literatura Mexicana, de máxima excelencia, si se me permite esta hipérbole. Ya de tiempo completo en la Facultad fundó la revista de Literaturas Populares, vivita y coleando hasta la fecha. En esa conversación, publicada en el libro que conmemoraba el homenaje, yo trataba de que Margit me contara la historia de su vida académica, la razón de su interés por la literatura popular, entre otros de los muchos temas que la han atraído y fascinado, y que con constancia y un rigor admirables ha proseguido a lo largo de cerca de siete décadas por las que ha transcurrido como filóloga y profesora eminente.
Ya desde 1946, en que consagró su tesis de licenciatura al estudio de la lírica popular en los Siglos de Oro que supuestamente le dirigió Julio Torri, pésimo maestro y extraordinario escritor, Margit había elegido el tema que le apasionaría y al que dedicaría toda su vida, la vinculación entre la literatura y la cultura de los pueblos, como acertadamente dijera en su prólogo a la edición del libro que comentó Ambrosio Velasco, trabajo que culminó en su monumental –tanto por su volumen como por su significado– Nuevo Corpus de la antigua lírica popular hispánica, siglos XV a XVII, sin permitir que ese magno esfuerzo la llevara a descuidar muchos otros temas como la lingüística, la lírica popular mexicana o la literatura de los Siglos de Oro, la picaresca, la paremiología, y muy especialmente el teatro de Lope, Tirso, Calderón de la Barca, Ruiz de Alarcón y sobre todo sus importantes estudios sobre el Quijote.
Margit optó cuando joven por una heroica solución, por un aprendizaje autodirigido, o, para decirlo con palabras de Sor Juana, tuvo que habérsela a secas consigo misma, como dije en 2004; aún peor, porque, a diferencia de la monja novohispana, ella sí fue a la Universidad y sí tuvo maestros y sin embargo escribió su tesis a tientas y a ojo de buen cubero, antes de irse a estudiar a Estados Unidos y sobre todo a Berkeley, donde encontró por fin a un verdadero mentor, José F. Montesinos. Quizá parezca exagerado lo que cuento y lo que recordamos tanto Margit como yo, pero ése era definitivamente el caso en las carreras de Letras, aunque por allí andaba don Alfonso Reyes, sonriente, magnánimo, bonachón, y entre los alumnos estaban Rosario Castellanos, Ernesto Cardenal, Jaime Sabines. En Filosofía era diferente, allí estaba nada menos que el doctor José Gaos, cuyas clases y seminarios de tesis formaron a los maestros más destacados de nuestra actual Facultad, la mayor parte de ellos hoy profesores eméritos; cito como botón una sola muestra: Luis Villoro, recientemente fallecido, y a quien recuerdo con nostalgia y enorme cariño.
Margit empezó impartiendo en Filosofía el curso de literatura medieval y sustituyó a Julio Torri. ¿Existe una mayor justicia poética?
Margit, quien desde muy jovencita se atrevió a discrepar de la palabra sagrada del gran filólogo Ramón Menéndez Pidal y se enfrentó por ello con Amado Alonso, de visita a El Colegio de México allá por la década del 40.
Rindo homenaje a su ciclópea y persistente labor como investigadora y profesora.
Y a nuestra ya larga amistad.
Twitter: @margo_glantz