n el Museo de Arte Moderno (MAM) se exhibe La otra fiesta de las balas con 58 obras que pertenecen a Martín Luis Guzmán, a quien Diego Rivera retrató en 1915. Roberto Montenegro, Saturnino Herrán, Ángel Zárraga, el Dr. Atl, Frida Kahlo, Orozco, Siqueiros, Tamayo, Pablo O’Higgins y Juan Soriano son parte de su colección. Hace años tuve la oportunidad de entrevistarlo en su imponente oficina. Se veía diminuto tras un gigantesco escritorio que a él lo empequeñecía y vi que concedía la entrevista más por obligación que por gusto. Ahora que se expone en el MAM su colección pictórica, recordé al académico de la lengua que al final de su vida se convirtió en funcionario apegado al régimen, como si no hubiera sido pieza clave en la Revolución Mexicana.
–¡Pase usted!
Martín Luis Guzmán sonríe desganado. Su traje café hace juego con su escritorio. Deja de sonreír apenas le pregunto si puedo usar la grabadora...
–¡No, no, nada de grabadoras!
–Es que escribo despacito.
–¡Yo le hablaré muy despacio!
–Don Martín, ¿puedo hacerle preguntas personales?
–¡No, no, nada de preguntas personales! ¡Las personas no existen!
(Pienso: ¿Cómo que las personas no existen? ¿Qué no fue usted revolucionario? ¿Qué no se metió en el cuerpo y en el alma de Pancho Villa, expresó sus impulsos y su fuerza, galopó a su lado y nos regaló el extraordinario Memorias de Pancho Villa? ¿Qué no creó La sombra del caudillo? ¿Qué no estuvo en la Peni en 1914 aprehendido por Carranza por ser partidario de Villa? Si eso no existe, ¿qué es lo que existe? ¿O sólo existe la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, Conaliteg?)
–Don Martín, le dijo a Emmanuel Carballo que aún padecemos la confusión, la improvisación y el fraude. ¿Por qué y en qué la padecemos?
–Mire, yo le dije que le concedía esta entrevista siempre y cuando se refiriera únicamente a los libros de texto gratuitos.
–Entonces ¿jamás podré hacer preguntas personales?
–En otra ocasión sí, ahora no. A cada cosa, su momento.
–Bueno, don Martín, qué bueno que haya un texto único y se regale a todo el mundo, pero, ¿por qué obligatorio? Vamos a suponer que ahora el texto único es estupendo, pero que el día de mañana se transforme en malo, ¿qué defensa tienen entonces los padres de familia?
–Cuando los textos sean malos, será oportuna la pregunta. Sobre la obligatoriedad de los libros de texto gratuitos, lo que hay que decir es muy sencillo: siempre, en todos los países, en todas las escuelas, los libros de texto han sido obligatorios. ¿Concibe usted una clase en la cual unos niños usaran unos libros o un libro, y otros niños libros diferentes? ¿Habría maestro que pudiera trabajar en un ambiente de anarquía de libros de texto? Interrogarme sobre esto no deja de ser curioso si se considera que cuando los libros, en lugar de ser gratuitos, eran motivo de comercio, a nadie se le ocurrió dudar de por qué esos libros comerciales, muy caros por cierto, eran también obligatorios.
“La Secretaría de Educación Pública, por conducto de esta comisión, ha distribuido hasta hoy 168 millones de libros de texto gratuitos, sin contar los 2 millones de cartillas de alfabetización. Solamente en los tres meses transcurridos en lo que va del año se han repartido 22 millones de libros.
Si los libros fueran comerciales, se habrían vendido, muy baratos, a un precio promedio de seis pesos por ejemplar. Lo que los padres de familia llevan ahorrado por este concepto es la friolera de más de mil millones de pesos.
–¡Pero la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos también ha ganado millones!
–La comisión no puede ganar ni perder un solo centavo. Produce todos los libros de texto y cuadernos de trabajo necesarios para surtir de ese instrumento educativo a los niños y niñas de todas las escuelas primarias del país, ya sean federales, estatales, municipales, rurales, particulares, etcétera. Y el gobierno le da a la comisión lo necesario para hacer los libros.
–¿Y cuánto cuesta cada libro hecho por la comisión?
–Los libros y cuadernos de trabajo tienen un costo de 2.05 pesos en promedio.
–Don Martín, ¿son verdaderamente revolucionarios los libros de texto único? No me refiero a que ensalcen la Revolución, sino a que sean ellos mismos revolucionarios dentro del sistema educativo como la técnica Freinet.
–El mérito mayor de los libros de texto gratuitos consiste en que han convertido en realidad el anhelo de que la educación primaria sea verdaderamente gratuita. Don Valentín Gómez Farías, gran patriarca del liberalismo mexicano, ya pensaba –de esto hace más de 125 años– que los libros de texto fueran gratuitos, como único medio de que la enseñanza primaria fuera gratuita también.
(Don Martín me dicta las respuestas, con puntos, comas, guiones, entre comillas, dos puntos y yo apunto como alumna aplicada. ¡Todo en él es metódico, pulcro, severo! Construye sus frases a la perfección, maneja su idioma con pulcritud. Y, sin embargo, añoro al hombre que alguna vez le dijo a Emmanuel Carballo que las revoluciones no las hacen los que se duermen a las ocho de la noche, sino los que conciben el desorden como instrumento creador…)
De acuerdo con el decreto que la creó, el propósito único de la comisión es elaborar, editar y distribuir los libros de texto, y éstos tienen que hacerse conforme a los principios y la metodología de los programas educativos formulados por la Secretaría de Educación Pública.
–Maestro, ¿y los libros de texto de primaria recogen la verdad histórica de los grandes momentos de la vida política mexicana?
–Justamente, el espíritu en que los libros de la comisión se inspira es el de la secuencia de las tres grandes etapas históricas mexicanas, la de la Independencia, la de la Reforma y la de la Revolución. Don Agustín de Iturbide ocupa en los libros de texto gratuitos el lugar que le corresponde de acuerdo con su actuación histórica.
–¿No es el texto único una limitación al desarrollo intelectual de un niño, cuando se le limita a una verdad y a un solo criterio, y todos sabemos que en la vida hay muchas verdades y muchos criterios?
–Los niños de todas las escuelas, de todo el mundo y de todos los tiempos, nunca han dispuesto más que de un solo libro para cada materia. En el caso actual de México, cuando los padres son ricos los niños pueden disponer de todos los libros que sus padres quieran comprarles. Le diré a usted algo más interesante: el 80 por ciento de la niñez mexicana no habría visto nunca un libro de texto hasta que aparecieron los libros gratuitos.
–¿Y qué repercusión ha tenido en el país este reparto masivo de libros?
–Enorme en el orden educativo y enorme será en el orden cultural. La sola existencia de los libros de texto gratuitos ha aumentado en un porcentaje muy considerable la asistencia de los niños a las escuelas y su permanencia en ellas.
–Consecuencia de lo anterior, don Martín, ¿cuál es entonces el porvenir que espera a la comisión?
–¡Un porvenir que pone miedo! Para 1970, la comisión tendrá que editar más de 70 millones de libros anuales. Porque ahora, a los efectos de la existencia misma de los libros gratuitos se suma otro factor: lo que resulte de la gran campaña de alfabetización audiovisual.
–¡Qué bueno que a la televisión se le dé esa función!, ¿verdad? Pero, ¿usted cree, don Martín, que los libros son totalmente objetivos?
–Nunca se han hecho libros más objetivos que estos, para no deformar ni en lo mínimo la mente de los niños mexicanos. El Estado mexicano es laico y, en consecuencia, laico debe ser el espíritu que infunda a la enseñanza. En esto, México no hace sino conformarse con un gran apotegma cristiano: Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios
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–Así es de que usted queda bien con Dios y con el diablo.
–Yo soy un hombre profundamente respetuoso de las creencias de los demás, señorita.
(La entrevista ha terminado. Don Martín me tiende la mano y, al darle la mía, me despido del autor de textos únicos en nuestra literatura. Sin embargo, se me han ido las ganas de entrevistarlo, porque creo que ya envejeció e incluso si le pregunto por su Pancho Villa o Plutarco Elías Calles, me mandará a volar como lo hace en este momento.)