na sociedad que se caracteriza por tener instituciones corruptas y semifeudales (corporativas, grupales) no suele fomentar la meritocracia. Estas características: corrupción, corporativismo y amiguismo son factor clave del subdesarrollo.
De acuerdo con el sociólogo Alejandro Portes, las sociedades desarrolladas se caracterizan por contar con instituciones que poseen un sistema de ingreso o contratación basado en el mérito, ser inmunes a la corrupción y haber roto con la dinámica de grupos, feudos, fidelidades, amiguismos o clientelismos enquistados en las instituciones.
Lamentablemente, en México son pocas las instituciones que pueden pasar esta prueba. La corrupción está en todos lados; la lealtad, la sumisión y las relaciones personales son el principal criterio para conseguir trabajo o colaboradores y, finalmente, el corporativismo es pieza fundamental del sistema político mexicano emanado de la Revolución.
El sistema corporativo defiende con los dientes los derechos laborales de sus agremiados; allí radican su poder y fuerza. Sobre todo, defiende la definitividad, que es una de las conquistas sindicales más valiosas. Lamentablemente, en muchos casos la defensa irrestricta de esta conquista laboral se ha convertido en defensa de la mediocridad. No es posible despedir a un profesor universitario, un maestro o un trabajador, aunque existan razones claras y evidentes para hacerlo.
El caso de los maestros es paradigmático. Estudiar en una normal da derecho, de por vida, a tener una plaza de profesor, pero los maestros se niegan a tener evaluaciones, y muchas veces tienen razón. Hace dos años (septiembre, 2013) escribí un artículo en La Jornada titulado El corporativismo sindical y la cláusula de exclusión
, en el que me refería a la pertinencia de que ellos fueran examinados.
Sin embargo, un maestro me hizo el siguiente comentario: ellos estaban de acuerdo con la evaluación, pero no tenían confianza en el sistema. Las experiencias pasadas confirmaban que los exámenes se vendían, y que a fin de cuentas los dirigentes sindicales, sus aliados y protegidos iban a pasar el examen de todos modos y a tener derecho a una plaza.
No hay confianza en el sistema de evaluación porque es muy proclive a la corrupción y porque hay grupos que deciden el ingreso o la permanencia por vías diferentes al mérito. Volvemos a lo mismo: se quiere imponer un modelo meritocrático a fuerza, sin haber solucionado el problema de fondo de la corrupción ni haber roto con el modelo corporativo que impide la implementación de un modelo de admisión y permanencia basado en el mérito.
Hace ya 20 años solicité una beca a la universidad donde trabajaba para estudiar un doctorado. La respuesta fue negativa y la razón, obvia. Yo no era ex alumno de esa universidad. Era profesor, pero no me había formado en esa alma mater. Se trataba de becas corporativas, sólo para aquellos maestros que habían estudiado en la misma universidad. No era un concurso de acuerdo a los méritos. Mejor dicho, el mérito que valía era ser ex alumno.
Sin ir más lejos, uno se pregunta por qué en la UNAM tienen privilegios los que vienen de las prepas de la misma institución y sacan buenos promedios. Es una universidad supuestamente nacional
, que debería ofrecer las mismas oportunidades a todos los mexicanos, no otorgar privilegios a unos cuantos que viven en el Distrito Federal y son ex alumnos de un CCH.
El modelo mexicano para romper con el corporativismo universitario ha sido aumentar el sueldo por vías indirectas, donde ni los rectores, ni los sindicatos puedan intervenir. El Sistema Nacional de Investigadores (SNI) es un buen ejemplo. Se concursa a nivel nacional; hay una evaluación de pares, reglas claras y posibilidad de apelación. No es un modelo perfecto, ni mucho menos, pero ha mejorado los salarios de investigadores que demuestran tener méritos: doctorado, publicaciones, docencia, direcciones de tesis y difusión de la ciencia.
Como mal menor, este sistema ha provocado una avalancha de libros autoeditados
que no tienen ningún valor a la hora de la evaluación, pero que generan esperanzas, expectativas y ,la mayor de las veces, desilusiones. En otros casos –que ya van siendo puestos al descubierto– la desesperación, la falta de profesionalismo y la carencia de ética y las ganas de estar en el SNI conducen a algunos a asumir el riesgo del plagio, la mayor de la veces repetitivo y adictivo.
Un sistema similar es el de estímulos a los profesores que se ha generalizado a todo el sistema universitario de la SEP. Si se dan clases, se participa en congresos, se publica, se dirigen tesis y presentan los comprobantes de todo, se puede tener derecho a un estímulo. La obsesión por las constancias en el medio universitario es ya una enfermedad delirante. No basta dar clases; hay que demostrar que uno tuvo un buen desempeño docente, y es aquí donde vienen el amiguismo y el compañerismo. Un jefe de departamento no puede dar una carta donde diga que el desempeño de tal profesor fue malo o regular. Simplemente no se puede. Se juegan el puesto, la amistad y la reputación.
Las consecuencias de este modelo ya las estamos percibiendo en la mayoría de las universidades públicas. El salario real es irrisorio; representa una tercera parte y sólo si se tienen estímulos a la docencia y se entra al SNI es posible tener un salario decente. A la hora de la jubilación ese tercio de salario no alcanza para retirarse.
Con los estímulos se han solucionado problemas, y se trata de premiar a los que sí trabajan, pero se han creado otros. Una de las consecuencia esperadas
es que nadie se jubile. No hay plazas para los jóvenes; no se renueva ni actualiza el personal académico.
Los estímulos, como parte fundamental del modelo meritocrático mexicano son un parche para tratar de romper con el modelo corporativo, pero ya es hora de evaluar todos los problemas adicionales que ha generado y si es pertinente, aplicarlo al caso del magisterio.