Opinión
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Infancia y Sociedad

Maestros poderosos/III

L

a escuela es de quien la trabaja. Los maestros son quienes mejor conocen los problemas y las posibilidades de la escuela pública. En medio de la tremenda crisis ética y amorosa que atravesamos, es prioridad social fortalecer a nuestro magisterio. Tenemos cientos de miles de educadores comprometidos con su razón de ser, dispuestos a defender sus aulas y derechos como trabajadores del mayor de los bienes del pueblo: la educación pública, gratuita y obligatoria.

La cultura de la corrupción, generada y alimentada en las cúpulas políticas, ha permeado a la sociedad. Su expresión más clara en el ámbito educativo es la imposición de burocracias de la SEP, para que los maestros no reprueben a ningún alumno. Se trata de una nefasta lección de doble moral y validación de apariencias dirigida a los mexicanos más jóvenes para que sepan vivir en el lenguaje de la ambigüedad, la trampa y el todo se vale. Una reforma verdadera tiene que incluir un replanteamiento ético y realizarse de la mano de los maestros, porque tienen el poder de educar, así como de influir de forma asombrosa en sus alumnos.

Conocí, por ejemplo, a una maestra que ya no sabía qué hacer con una niña mala que constantemente agredía a sus compañeros. La puso a cargo del botiquín: la niña se encargó de curar los raspones que se dan en los recreos. El cambio de actitudes fue total; se tornó solidaria y cariñosa con sus compañeros.

Está también el viejo experimento efecto Pigmalión, en el que se entregan a los maestros grupos formados por los peores y los mejores estudiantes, haciéndoles creer que tienen el grupo contrario al que en realidad se les asigna. Al final del curso los alumnos de más bajo rendimiento (los peores) mejoran en forma notable sus calificaciones, mientras los muy buenos bajan de rendimiento o se mantienen sin mejorías significativas, debido a las expectativas del profesor. Tal es el poder de los maestros.

Hoy que prácticamente toda la información está en Internet, una inteligente reforma educativa no necesita enciclopedias humanas, sino maestros que enseñen a razonar y argumentar, lúdicos y afectuosos; nuevos métodos y programas formulados por ellos, y mecanismos que impidan que nuestros niños trabajen o mendiguen, en lugar de ir a la escuela. Basta de hostigar a profesores y envenenar la instrucción pública en favor de intereses mezquinos: del oscuro sueño de privatizar y lucrar con la educación.

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