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Rinden homenaje al campeón de Santiago Tianguistenco, a 33 años de su muerte

Salvador Sánchez, ídolo al que aún lloran en un pueblo

En la secundaria le daba miedo pelear, recordaron asistentes

Cristian, su hijo, nunca siguió sus pasos; era la voluntad de su padre

Faltó el hombre clave en el surgimiento de la leyenda del pugilismo

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María Luisa Narváez, madre de Sal Sánchez, durante los actos para recordar al ídolo del boxeoFoto Alma Montiel/CMB
 
Periódico La Jornada
Jueves 13 de agosto de 2015, p. a13

Arturo Turi González vio crecer la carrera de Salvador Sánchez a mediados de los años 70 del siglo pasado. A veces viajaban juntos desde el centro de Santiago Tianguistenco para entrenar en la ciudad de México cuando ambos empezaban como boxeadores. Iban cada mediodía al gimnasio Margarita y volvían tarde, hambrientos porque en ese entonces sólo vivían de anhelos.

Yo iba atrasito de Salvador, dice emparejando los dedos índices para ilustrar lo que parecía una proximidad en el futuro: Él iba a 10 asaltos y yo a cuatro.

En unos años, Sánchez había aumentado el número de rounds y victorias. En cada aparición en el cuadrilátero sumaba un nuevo nocaut a su récord. Turi quería seguir el mismo camino, y aunque apenas empezaba como profesional, recuerda un momento en el que la fortuna lo tuvo cerca de quien años después sería un ídolo del pugilismo.

Una noche de 1979 –recuerda– ambos salieron gloriosos de la Arena Coliseo. Sal fulminó en dos asaltos a José Santana.

En esa misma función yo también noqueé a José Acosta, dice orgulloso Turi, pero nunca pudo alcanzarlo en el éxito. En algún momento sus caminos apuntaron rumbos opuestos.

Mientras Sánchez llegó a la fama al conquistar el título pluma del Consejo Mundial de Boxeo ante Danny López –febrero de 1980–, Arturo González tuvo su gran oportunidad ante el venezolano Betulio González, en octubre de ese mismo año, pero Turi fue noqueado en dos episodios en Maracaibo y ahí se terminó su historia.

Me ganó el alcohol: Turi

Por ese combate recibió el equivalente a un millón 800 mil pesos. No compró casas ni autos. Ni siquiera pensó en un Porsche como en el que Sal perdió la vida hace 33 años.

Al día siguiente me fui a Acapulco y me gasté la lana. Anduve de parrandero, me ganó el alcohol y el desorden, recuerda tras un silencio.

Turi cuenta su efímero paso por el pugilismo mientras un centenar de personas sale de la iglesia de Nuestra Señora del Buen Suceso, donde cada año celebran una misa por la muerte de Salvador Sánchez, quien la madrugada del 12 de agosto de 1982 estrelló su auto contra un camión de carga para inmortalizarse como el ídolo trágico del boxeo.

Cuando veo todo lo que ha ocurrido alrededor de él, añoro lo bonito que sería haber dejado un legado, dice Turi, quien a los 57 años regresó al pugilismo como entrenador y ahora atiende un gimnasio en Lerma.

Ve a los familiares del peleador que murió a los 23 años, eternamente joven y con esa media sonrisa que seduce y el pelo rizado de aquella época.

También mira con añoranza a los aficionados fieles. Se le hace un nudo en la garganta porque recuerda a su compañero con melancolía, pero suspira porque su historia también pudo estar revestida de gloria: “Me hubiera gustado ser una leyenda como Sal Sánchez. No me habría importado terminar como él tan joven”.

La comitiva dejó el atrio de la iglesia para rendir un homenaje frente a la tumba del ídolo fallido, el que ascendió a la misma velocidad con la que estrelló su Porsche blanco en la carretera, entre el campo de entrenamiento en San José Iturbide, Guanajuato, y Querétaro.

La Mutualista de ex Boxeadores y Entrenadores encabezó el cortejo con rostros como si Sal Sánchez acabara de morir.

En la calle se asomaban los habitantes de Santiago Tianguistenco, compraron toda una parafernalia de productos alusivos. Había discos piratas con las mejores peleas del nativo de esa ciudad, pósters de mala calidad salidos de alguna de las portadas de los diarios deportivos de la época, camisetas y retratos.

La gente madura, que asegura que lo conoció, está impaciente por decir algo, la vez que lo vieron charlando frente al palacio municipal, cuando lo conocieron en la secundaria técnica número 32, cuando –sostienen algunos– le daba miedo pelear en la escuela. Todos tienen un pedazo de memoria que quieren compartir.

Un hombre moreno de 59 años, a quien le faltaban algunos dientes, llegó al panteón con una mezcla de tristeza por el recuerdo trágico y de alegría por rencontrarse con viejos conocidos del boxeo.

Cenobio Nicolás contribuyó de algún modo al éxito de Sal Sánchez. Fue su espárring en casi todas las defensas del campeón. Formó parte de ese equipo de monjes fibrosos con los que Sal se encerraba en San José Iturbide durante las preparaciones.

Entre carcajadas que exhibían los huecos de su dentadura, recuerda lo duro que fue la preparación para el combate en el que Sánchez le arrebataría el cinturón al Coloradito López.

La Navidad de 1979 les llegó durante el encierro de preparación. En esa nochebuena recuerda que estaban solos, mirándose con cierto malestar por estar alejados de sus familias.

Mi difunto, porque así se refiere a Salvador, dijo que no podíamos estar así, que no sabía la Navidad en esas condiciones. Así que se asomó a la cava privada del lugar y se robó dos botellas de champaña y nos sirvió a todos, hasta al jardinero le tocó mientras escuchábamos música en una grabadora, recordó Nicolás.

Sólo hizo un ademán para contar porque no siguió la ruta del éxito en el boxeo como Sánchez: con la mano simula una botella que se empina hasta el fondo y con eso dice todo.

Un joven de 34 años vestido de traje negro, cuyo aspecto es imposible relacionar con el mundo del boxeo, recibió condolencias y respondió de modo educado a todo el que se le acercó. Era Cristian Sánchez, hijo del peleador muerto.

Trabaja de maestro de inglés e intérprete. Nunca pensó en seguir los pasos de su padre en los cuadriláteros. Esa fue la voluntad del ídolo y decidió respetarla. No creció como un júnior.

Supe que para tener las cosas hay que trabajar para conseguirlas, dijo el joven, quien estudió en una universidad pública.

Tenía un año de edad cuando murió su padre. No lo recuerda en vida, pero aprendió a vivir con el espíritu de un hombre al que consideran un ídolo: Muchos se preguntan qué fue de todo lo que ganó mi padre, pero yo mismo no lo sé.

Sin la sombra del padre muerto

Cristian no vive con la sombra de la fama de un padre muerto, porque nadie lo reconoce como el hijo de Salvador Sánchez: Veo el cariño de la gente y eso me nutre. De lo demás, de lo que acumuló en una vida como campeón de boxeo, eso no me quita el sueño.

En el homenaje por el aniversario 33 de la muerte de Salvador Sánchez falta un hombre clave en el surgimiento de esa leyenda. Un amigo ex boxeador que fue el responsable de que el joven Sal entrara al boxeo.

Todos lo conocen, pero nadie sabe dónde está. Algunos dicen que también fue derrotado por el alcoholismo o que está encerrado, sin especificar en qué circunstancia. Eso sí, los contemporáneos lo recuerdan. Parece absurdo, pero coinciden en que el nacimiento de la leyenda de Salvador Sánchez empezó con un hombre anónimo que todos mencionan y nadie sabe dónde se encuentra.