Con cada detenido y en las reconstrucciones de hechos aparecen nuevas pistas
Según autoridades, las investigaciones realizadas confirman
la versión que ofreció la PGR
Lunes 3 de agosto de 2015, p. 6
En Iguala, tras 10 meses de los hechos que concluyeron con la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, los orificios de las balas permanecen en las paredes, en los anuncios de metal y en los árboles que se localizan en el cruce de la avenida Periférico Norte y la calle Juan N. Álvarez.
En este asunto, cada detención ha arrojado nueva luz sobre el llamado caso Iguala, como el hallazgo de una casa de seguridad en la que durante varias horas los integrantes del cártel Guerreros unidos mantuvieron cautivos durante varias horas a ocho de los 43 normalistas desaparecidos.
La Jornada realizó un recorrido por Iguala y Cocula, los dos municipios en los que, según las investigaciones de la Procuraduría General de la República (PGR), policías municipales e integrantes de Guerreros unidos actuaron como un solo grupo para detener y desaparecer a los normalistas, que habían acudido a Iguala a reunir fondos para viajar a la ciudad de México y participar en la conmemoración de la matanza ocurrida el 2 octubre de 1968.
En el cruce de Periférico Norte y la calle Juan N. Álvarez, los familiares hicieron más visibles las huellas de lo vivido, ya que cada orificio de bala en las paredes fue marcado con un círculo de color rojo.
En ese lugar ocurrieron dos de las agresiones que los policías municipales y narcotraficantes realizaron contra los normalistas que viajaban en varios autobuses y en los que pretendían regresar a su escuela.
Para evitar que las autoridades conocieran cuántos disparos realizaron, los policías de Iguala recogieron los casquillos de los cartuchos que percutieron en contra de los normalistas.
En un negocio de bombas y motores, la cortina de acero y el vidrio de una vitrina no han sido cambiados, por lo que las perforaciones permiten ver al interior del comercio.
En la zona, los troncos de los árboles también tienen huellas de los disparos realizados por los policías de Iguala a las nueve de la noche, y los que presuntamente realizaron miembros de Guerreros unidos tres horas después, cuando los estudiantes ofrecían una conferencia de prensa para denunciar lo sucedido.
Los techos y anuncios de metal de varios comercios de la zona siguen perforados.
En una de las esquinas hay dos coronas fúnebres marchitándose. Están allí para recordar a Daniel Solís Gallardo y Julio César Ramírez Nava, dos de los estudiantes fallecidos.
En la segunda agresión, los normalistas se dispersaron; algunos lograron ocultarse en casas y comercios. Sin embargo, 43 fueron privados de su libertad, y de ellos, 35 fueron subidos a las camionetas de las policías de Iguala y Cocula.
Según la versión oficial, algunos fueron ingresados a los separos de la Secretaría de Seguridad Pública de Iguala; a otros los mantuvieron boca abajo en las patrullas.
Así permanecieron los jóvenes durante varias horas, en las que fueron sometidos a golpes y vejaciones.
Otros ocho estudiantes fueron llevados en una camioneta tipo estaquitas a 20 kilómetros de Iguala, hasta una casa de seguridad que se localiza en los límites de la cabecera municipal de Cocula. A ese domicilio se puede llegar sin cruzar por el centro de esa comunidad.
Durante el recorrido,algunos de los participantes en la investigación –siempre bajo la petición de que su identidad no sea revelada– señalan que cada detención de los 110 involucrados, así como diversas reconstrucciones de hechos, han aportado nuevos elementos de lo sucedido.
Las últimas pesquisas han descubierto que Gildardo López Astudillo, El cabo Gil, conocido en la zona de tierra caliente como uno de los mayores apostadores en palenques regionales, presuntamente lavaba ahí parte de las ganancias del tráfico de drogas, principalmente de la producción y trasiego de goma de opio.
Los entrevistados durante el recorrido refirieron que el entonces alcalde de Iguala, José Luis Abarca, ordenó que detuvieran a los normalistas como fuera
, y así los policías de ese municipio pidieron el apoyo de los agentes de Cocula e iniciaron las agresiones y las detenciones ilegales.
Los investigadores refirieron que tras la orden del alcalde, la cual fue acatada por los agentes municipales, un hombre apodado El Chuky, identificado como uno de los líderes de Guerreros unidos en Iguala y del que ya se tienen retratos hablados, ordenó que entregaran a los normalistas a otro jefe de su organización, Gildarlo López, El cabo Gil, encargado de plaza en Cocula.
Los policías, según también la versión oficial, trasladaron a 35 normalistas a las instalaciones de la Secretaría de Seguridad Pública de Iguala, que se localiza en la calle de Vicente Guerrero sin número, esquina con Melchor Ocampo.
El lugar está asegurado por la PGR. Los sellos en la puerta impiden el acceso, pero desde el portón se puede observar el patio y unas paredes que tapan la vista hacia los separos.
Es una zona difícil para el movimiento de vehículos. Casi es un callejón en el que nadie podría acercarse sin ser visto, pero la cámara de vigilancia no funcionaba y por eso de ella no se pudieron obtener registros de ese momento.
El inmueble tiene una ubicación privilegiada, ya que conecta rápidamente con el Periférico Sur, una vía rápida para llegar a cualquier punto en la periferia de Iguala.
Durante la madrugada, según los investigadores, El cabo Gil ordenó que llevaran a los estudiantes a Lomas del Coyote. Una cámara colocada en un puente peatonal registró el movimiento de las patrullas y que los normalistas iban en las bateas de esos vehículos.
A El cabo Gil las autoridades lo ubican como el hombre que ordenaba la inhumación clandestina de personas que eran privadas de su libertad en un retén que controlaba la policía municipal de Iguala en la carretera que une a ese municipio con Cocula.
Durante las investigaciones se localizaron varias fosas clandestinas en la zona de Lomas del Coyote y Las Parotas; en ellas había restos de 28 personas. Inicialmente las autoridades de Guerrero creyeron que se trataba de los normalistas, pero no fue así; entre las víctimas había una familia que iba de vacaciones.
De acuerdo con la versión oficial, 35 estudiantes fueron llevados a tres y medio kilómetros del centro de esa Iguala, los condujeron hasta un camino vecinal que conecta la colonia Lomas del Coyote con la carretera hacia Cocula.
Pasaron por un retén que estaba en manos de los agentes municipales de Iguala. Ese punto actualmente está controlado por militares
Asimismo, en las investigaciones se descubrió que para conocer el movimiento de los cuerpos policiacos, vigilar el tránsito de personas y desplazar a sus células, Guerreros unidos utilizaba una cámara de videovilancia que transmitía directamente a un cuarto del bar La Perinola, que se localiza sobre Periférico. El sitio también se encuentra asegurado.
Lejos de la vista de transeúntes y automovilistas, junto a un árbol, en una zona de cultivos, los policías esperaron a que El cabo Gil llegara con su camioneta de 3.5 toneladas y subiera con su gente a los estudiantes, quienes ya iban golpeados y amarrados de las manos o esposados.
La casa de El cabo Gil está a dos kilómetros de distancia de esa vereda en Lomas del Coyote. El capo llegó por un camino vecinal de terracería. Luego, junto con un grupo de sicarios, llevó a los estudiantes hasta Cocula, a unos 26 kilómetros de Iguala.
Uno de los descubrimientos más recientes es que la camioneta llegó hasta una casa que ahora también se encuentra asegurada, la cual se ubica en predio de la calle Barrio de la Plata. De allí sacaron a los otros ocho estudiantes y los subieron a una camioneta tipo estaquitas.
Luego avanzaron nueve kilómetros por un camino de terracería, que se recorre a baja velocidad en unos 45 minutos.
Las camionetas con los estudiantes llegaron hasta la boca del basurero de Cocula. Las casas más cercanas quedan a unos seis kilómetros.
En la vereda hay árboles y arbustos que van cubriendo el camino. Hay ramas con espinas que rayan los vehículos; sólo algunos animales deambulan por la zona.
Los normalistas fueron llevados hasta el basurero. Las investigaciones señalan que unos 15 de ellos fallecieron por asfixia debido al aplastamiento de otros cuerpos durante el recorrido de la vereda. Otros fueron abatidos antes de ser lanzados hacia la parte baja de predio, que tiene entre 50 y 60 metros de profundidad en medio de laderas que desde el aire –en un sobrevuelo de helicóptero– apenas es visible por la vegetación. Ahí, según la versión oficial, fueron incinerados.
Durante el recorrido, que se realizó entre la una y las cuatro de la tarde, la mayoría del pueblo de Cocula luce vacío, y por las calles donde supuestamente transitaron los sicarios no hay comercios.
Actualmente, dos kilómetros antes de llegar al basurero se colocó un retén con policías municipales, y la entrada del sitio está resguardada por policías federales. Existe una banda de plástico de color amarillo que impide el paso. Ahí ya no tiran basura.
Los restos de los jóvenes estudiantes, según las investigaciones, fueron recogidos en bolsas y luego tirados en un acceso al río Cocula, que se encuentra entre predios de cultivo. El sitio exacto se encuentra a tres kilómetros del centro de ese municipio.
Los investigadores federales señalaron que aún hace falta conocer la manera en que el ex alcalde José Luis Abarca vinculó la actuación de los policías con Guerreros unidos. Además, la detención del ex secretario de seguridad pública Felipe Flores Velázquez se ha considerado un asunto de prioridad máxima para el gobierno federal.