l acuerdo recientemente firmado entre Teherán y Washington (y a continuación los vasallos europeos de los estadunidenses) es favorable a Irán y a sus aliados, China y Rusia. En primer lugar, el largo plazo durante el cual sólo podrá desarrollar la energía nuclear con fines pacíficos no le impide armarse hasta los dientes una vez terminados esos 15 años mientras, en lo inmediato, podría recuperar su dinero congelado en el exterior, vender masivamente petróleo en el mercado mundial (aunque eso tropezaría con los intereses rusos y venezolanos al deprimir aún más los precios del barril) y lograr como contrapartida grandes inversiones europeas, favorecidas por la caída del precio del crudo.
Además, y sobre todo, tendría las manos libres para desarrollar su política regional en el Golfo Pérsico, la península arábiga y en Medio Oriente y Afganistán. En efecto, en las dos primeras regiones compite contra Arabia Saudita y las monarquías árabes apoyando a los hutíes en Yemen y al gobierno de Bashir al Assad en Siria, así como a Hamas en Palestina y a Hezbollah en Líbano.
Israel, siempre partidario de un ataque piratesco contra Irán, su principal adversario regional, se opone al tratado nuclear estadunidense-iraní también porque la influencia del segundo se extenderá y disminuirá la del Estado judío, que es cada vez más agresivo, segregacionista y colonialista.
Turquía, por su parte, antes aliada militar de Israel, se vio obligada a romper sus lazos públicos con el gobierno de Benjamín Netanyahu y a fingir combatir contra el Estado Islámico, promovido, financiado y armado por Israel y las monarquías árabes, porque el gobierno sirio se reforzó con el acuerdo nuclear y los kurdos de Turquía actúan conjuntamente con los de Siria e Irak para derrotar al califato y en esa vía construir las bases de un Estado kurdo sirio-turco-iraquí. El aventurerismo del presidente turco Erdogan, que quiere enfrentar simultáneamente a la creciente oposición legal del Partido Democrático de los Pueblos y la guerrilla del PKKE (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) y ha perdido ya la mayoría parlamentaria, corre el riesgo de acentuar su aislamiento.
Irán, además, influye en Afganistán mediante su acción política permanente, utilizando la frontera común con ese país y la existencia en el mismo de una fuerte minoría de lengua farsi o persa. Su permanente campaña antiimperialista acelera la expulsión de las tropas extranjeras en Afganistán, estratégico para Pakistán, India, Rusia y China, y coincide con las necesidades del nacionalismo pakistaní e indio y de Pekín y Moscú, los permanentes protectores de Teherán y el gobierno sirio.
Naturalmente, como en el caso del bloqueo a Cuba, la decisión de anular las sanciones a Irán no está en manos del vicepresidente Kerry ni de Barack Obama, sino del Parlamento controlado por la extrema derecha republicana, la cual está muy ligada a Israel. Pero, de todos modos, el impacto político de las actuales concesiones que Obama debió hacer a La Habana y Teherán ya es grande y cambia las relaciones de fuerzas y en la próxima década muy probablemente seguirá debilitándose el poder imperialista.
En Irán, el acuerdo nuclear con Estados Unidos fue apoyado por los nacionalistas, pero también por las clases medias liberales y los grandes comerciantes del Bazaar que se ilusionan con el posible aumento de las importaciones y exportaciones. El ala conciliadora –y hábil– de los mulás y ayatolas predominó en este caso sobre los más hombres más agresivos del régimen y, por consiguiente, es muy posible una mayor apertura cultural y democrática legal en Irán mismo, para ampliar el consenso gubernamental.
Desde 1979, cuando la Revolución islámica derribó al Shah Reza Pahlevi, agente primero de los ingleses y después de Estados Unidos, Washington ha intentado acabar con el gobierno de los mulás. Primeramente utilizó para ello al gobierno iraquí de Saddam Hussein, que combatió durante ocho años con todas las armas posibles contra iraníes y kurdos. Después se sirvió de Israel para intentar golpear a Teherán. Pero todos sus esfuerzos fueron vanos y sólo consiguió que el régimen iraní se acercara a Rusia y China. Ahora mantiene siempre su objetivo, como con Cuba, pero debe cambiar de táctica, ya que la relación de fuerzas real no le permite otra cosa. Sin embargo no hay que engañarse: Washington mantiene en su panoplia bélica las viejas armas y tratará siempre de eliminar a todos los que una vez calificó de agentes del Mal.
Estados Unidos, como Inglaterra, tiene siempre intereses y objetivos permanentes, aunque para lograr lo que desea deba cambiar muchas veces de disfraz. La piel de cordero con que se viste Obama no alcanzará nunca para esconder el carácter sanguinario y depredador de un gobierno que anhela controlar todo el petróleo y el gas de Medio Oriente.