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Consorcios presionan a los habitantes a vender sus terrenos a bajo precio: agrupaciones

Monstruos de concreto devoran casonas y las tradiciones del pueblo de Xoco
 
Periódico La Jornada
Domingo 19 de julio de 2015, p. 27

En el Pueblo de Xoco, barrio de únicamente ocho manzanas irregulares en la delegación Benito Juárez, también impera el desorden urbano con el auge inmobiliario, ya que fue seccionado por nuevas construcciones, que se han devorado no sólo sus viviendas, muchas de ellas de adobe, sino sus tradiciones.

Grandes monstruos de concreto se alzan por igual en Río Churubusco, Eje 8 Sur, Universidad o Cuauhtémoc, que delimitan la zona, los cuales avasallan a sus cerca de 3 mil 500 vecinos y atraen el triple de habitantes con mayor poder adquisitivo.

La presión inmobiliaria ejercida en los años recientes ha provocado que algunos vendan sus terrenos, que miden desde 500 hasta 5 mil metros cuadrados, en 10 o 15 mil pesos por metro, al presentar problemas para acreditar la propiedad, señala Oswaldo Mendoza.

El secretario técnico del Comité Ciudadano explica que en 1908 esta zona, ubicada en el sur de la ciudad, recibió la categoría de pueblo, pero 100 años después la perdió de un plumazo, para dar pie a las grandes construcciones, que han alterado la cohesión social.

Dichos proyectos contrastan con los primeros edificios modernos instalados en este señorío tepaneca el siglo pasado, como la Cineteca Nacional, el Instituto Mexicano de la Radio, el edificio corporativo de Bancomer y la Sociedad de Autores y Compositores de la Música.

La autorización para siete megaproyectos, algunos concluidos o en construcción, como City Towers, un hospital o un edificio de 60 niveles de departamentos en renta; o en suspensión, como la denominada Ciudad Progresiva, ha cercado a la comunidad.

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La construcción de grandes complejos de lujo modificaron las costumbres de los barrios, lamentan grupos de colonosFoto Francisco Olvera

La hacienda de Xoco, establecida en el siglo XVIII, donde se producía trigo, se fabricaba vino y se rentaban yuntas para la siembra del maíz y la cebada, ha desaparecido; así como la posibilidad de caminar por sus calles empedradas, donde no existen banquetas.

Diariamente, los vecinos tienen que esquivar los autos estacionados en doble fila o en batería y pelear con los franeleros, que han proliferado en la zona, para que no coloquen sus cubetas o huacales para apartar un lugar afuera de sus casas.

Las pequeñas calles del pueblo son insuficientes para dar cabida a los camiones de volteo o vehículos particulares de los vecinos y trabajadores de las obras, las cuales se colapsarán con la llegada de cerca de 10 mil nuevos habitantes y 11 mil vehículos”, advierte Mendoza.

La capilla de San Sebastián Mártir, edificada en 1663, sus fiestas religiosas y mayordomías, que son una institución ancestral, sufren también los embates de este crecimiento inmobiliario, que no parece tener fin, con el argumento de aprovechar la infraestructura.

Sus primeros efectos se han reflejado en el aumento exorbitante en las boletas de predial y agua, al reclasificarse la zona de clase baja y media a alta, expulsando a algunos habitantes originarios; así como la venta de terrenos a un precio mucho menor al que corresponde, valiéndose de los problemas de regularización de la tierra.

Hoy, reconoce Mendoza, el pueblo se encuentra en “agonía, pero seguimos dando la lucha en los tribunales y en las calles para detener los grandes desarrollos.