No hay otra opción
nte las sanciones de Estados Unidos, la Unión Europea, Australia, Canadá y Noruega, que se traducen en creciente confrontación al borde de la ruptura, Rusia impulsa sus relaciones con China, India, Brasil y Sudáfrica, con los cuales integra el grupo de los BRICS, y también con los países emergentes que forman parte de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS).
Esta semana Rusia ejerció de anfitrión en sendas cumbres de ambos organismos, que reunieron en la ciudad de Ufá, a 16 jefes de Estado o de gobierno –entre países miembros, socios y observadores–, quienes representaron a las economías emergentes más importantes del mundo.
El presidente Vladimir Putin y sus colegas de los BRICS sentaron los pilares de un sistema financiero alternativo al asfixiante modelo que, en favor del gran capital, imponen el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Aunque en menor escala en materia de recursos, al reivindicar un mecanismo crediticio propio, los BRICS pusieron a funcionar un Banco de Desarrollo y un Fondo de Reserva, que suman 200 mil millones de dólares y, en una primera etapa, servirán para financiar proyectos dentro de los Estados miembros.
En la cumbre de la OCS, que formalizó el ingreso de India, los gobernantes discutieron estrategias para afrontar desafíos comunes, como los riesgos de expansión hacia sus fronteras del Estado Islámico y los efectos de la compleja situación económica global. Dedicaron especial atención a intercambiar opiniones acerca de la crisis en Grecia, el frágil alto el fuego en Ucrania y la negociación de un acuerdo nuclear con Irán, entre otros temas.
Trascendió que hubo muchas coincidencias, aunque también serias discrepancias. Por ello, los matices hacen imposible una sola posición de los BRICS o la OCS en temas de la agenda política, sobre todo cuando unos, digamos Rusia o Brasil, proponen un choque frontal con Estados Unidos y otros, por ejemplo China o India, prefieren evitarlo para sacar provecho de sus nexos tanto con Moscú como con Washington.
Además, al tratar de minimizar su aislamiento por parte de EU y socios, Rusia a veces sacrifica sus intereses económicos, por no decir que algunos aliados fijan condiciones draconianas que permiten al Kremlin salvar la cara, a sabiendas de que detrás de algunos contratos multimillonarios sufrirá pérdidas o, en el mejor de los casos, no tendrá ganancias.
Otros grandes proyectos nacen muertos, pero tienen un fuerte impacto mediático como el que pretende que participen en un mismo gasoducto Grecia y Turquía, cuando el primero prefiere recortar las pensiones que el gasto militar para contener a su histórico rival y el segundo aún no acuerda con Moscú el precio por transportar el combustible ruso a sus clientes en Europa.
No obstante, al sopesar costos y beneficios, Rusia carece de otra opción que no sea continuar su política de acercamiento con los países que, pese a las presiones de EU, decidieron no darle la espalda.