Sábado 11 de julio de 2015, p. a16
Un relámpago de acordes entrecortados, ráfagas en staccato. Lo que suena, dice su autor, Keith Richards, no tiene mayor complicación: muy directo y sin artificios
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Es el riff de la pieza Can’t you hear me knocking, una de las obras mayores de los Rolling Stones.
Suena efectivamente sin mayor complicación. Transparente. Una nota tras otra como una gota de agua sigue a su par géiser hacia arriba.
Se trata de la versión alterna, inédita hasta ahora, del track tercero de un álbum igualmente trascendental: Sticky Fingers, cuya versión remasterizada, re-ditada, es la novedad discográfica del momento.
En el álbum original esa obra ocupa en realidad el cuarto sitio, desplazada en el bonus disc que acaba de empezar a circular y causar furor en el planeta entero.
El original posee mayor velocidad, energía más acerada, menos reflexión que en la alterna. La comparación entre ambas es uno de los placeres que brinda el contar con un nuevo disco de la mayor banda de rock de la historia.
Este lanzamiento ocurre, como es ya costumbre, en varios formatos, desde el disco solitario hasta el paquete con vinilos, videos inéditos, fotografías en abundancia y todo el arsenal acostumbrado en estos re-descubrimientos a todo lujo.
La versión en álbum doble: el disco uno es el original pero remasterizado y el segundo, el bonus disc, con versiones alternas, grabaciones en vivo, versiones acústicas y ediciones extendidas.
En días recientes acaba de aparecer, vía iTunes (entrando por la página de los Rolling Stones en Facebook) Sticky Fingers live at the Fonda Theater in Los Angeles, una grabación en vivo del concierto que ofrecieron los Stones el 20 de mayo pasado ante 120 espectadores. Desde el abridor Sway hasta el potente Brown Sugar, se denota el sonido maduro de este grupo con la fuerza telúrica de las piezas conocidas que no obstante suenan como nuevas. El sonido del disco es el típico de intimidad y ruido en un concierto realizado en un local pequeño, con mucha dinamita.
Entre las curiosidades, trivia y asombros del disco doble remasterizado, tenemos una versión alterna de Brown Sugar, donde participa Eric Clapton. También, piezas fuertes como Honky Tonk Women y Midnight Rambler grabadas en vivo en el Roundhouse de Londres.
Los elementos que hacen de Sticky Fingers uno de los álbumes mejores de los Stones son abundantes. Hay que poner por delante que se trata del primer disco donde participa con todas las de la ley el guitarrista Mick Taylor, sustituto del malogrado Brian Jones (integrante del Club de los 27, pues falleció a esa edad al igual que Jim Morrison, Janis Joplin, Amy Winehouse, Jimi Hendrix, Kurt Cobain…) y quien dotó al grupo de un sonido poderosísimo. Precisamente la pieza Can’t you hear me knocking cobra fuerza inusitada en su segunda parte y conclusión gracias a la magia de Mick Taylor.
Otro elemento fundamental que hace de Sticky Fingers un monumento es su ubicación en el tiempo: empezó a gestarse en 1969 y se publicó en 1971, es decir, es otro de los productos del mayo del 68, de las causas sociales juveniles que hervían en ese momento. Su contexto histórico es apabullante.
Cierto, ya sabemos que con este disco apareció el logotipo de los Stones, el de la lengua y los labios, ideado por Mick Jagger y realizado por el joven estudiante de diseño John Pasche. Y la portada, también icónica, fue realizada por Andy Warhol.
Cierto, ya sabemos que este álbum contiene grandes éxitos como Brown Sugar, Dead Flowers y Wilde Horses. Pero también recoge obras maestras que nunca se comercializaron, como Can’t you hear me knocking, ideada a la manera de las grandes piezas épicas de Pink Floyd, con varios pasajes instrumentales.
Esa pieza, junto con Sway, Bitch y Sister Morphine hacen de Sticky Fingers algo realmente mayor. Como mayor resultaría el siguiente disco, doble: Exile on Main Street.
Y ya que mencionamos a Sister Morphine, hay un elemento primordial que hace de este álbum una impronta: la participación de una musa/diva/artífice: Marianne Faithfull, cuyo crédito aparece solamente como corista junto al de Anita Pallenberg en Sympathy for the Devil, pieza definitiva en la historia del grupo y es la que inicia otro álbum piedra de toque: Beggars Banquet. Cuando en realidad las contribuciones de Marianne Faithfull para el éxito creativo de los Rolling Stones es mayúsculo y aún no reconocido.
En su libro de memorias, Life, Keith Richards documentó su asombro en esa época, cuando Mick Jagger se volvió más creativo y productivo que nunca.
Hasta el momento no se ha hecho justicia: esa profusión de ideas, entusiasmo, creatividad del jefe de los Stones se debió a una persona: Marianne Faithfull, su novia en ese entonces y quien lo dotó de esas ideas, entusiasmo, proyectos que le regaló. Entre esos obsequios hubo uno muy importante: un ejemplar de la novela El maestro y Margarita, de Mijail Bulgákov, de donde Jagger extrajo el summun de Sympathy for the Devil, con su crítica a la sociedad y alusiones a la Segunda Guerra Mundial y la crisis de los misiles y el asesinato de John F. Kennedy y otras improntas de la historia.
El contexto histórico de ese momento creativo de los Rolling Stones: la aparición de los Black Panthers y sus ideólogos: LeRoi Jones, Eldrige Cleaver, la eclosión del Movimiento de Liberación Femenina, el Mayo Parisino, el poder del lenguaje, la imaginación al poder, el filme de Jean Luc Godard, Sympathy for the Devil, el nihilismo de Albert Camus y el ideal de la revolución: La única manera de ser un intelectual revolucionario es dejar de ser un intelectual
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Los Rolling Stones son revolucionarios porque no son intelectuales. Lo suyo es el blues.
Y Marianne Faithfull contribuyó a ese esplendor. Ella es baronesa por su madre, Eva von Sacher-Masoch. Marianne Faithfull es bisnieta de Leopold von Sacher-Masoch, el conde Masoch. Coautora de Sister Morphine, pieza clave, autobiográfica, en el disco que hoy nos ocupa.
Su voz oscura, quebrada, ajada, intensa como una hoguera, le es característica desde que se dio a conocer como cantante de As tears go by, de los Stones, a los 18 años de edad, cuando todavía podía cantar notas agudas pero siempre con ribetes oscuros, velos de melancolía.
Sus versiones de Sister Morphine y Ruby Tuesday, por ejemplo, son profundamente conmovedoras, al igual que cobra vida más intensa en ella el clásico de Bob Dylan: Visions of Johanna.
Sticky Fingers es una veta inagotable. Baste decir por el momento que su fuerza rotunda radica en el blues. He ahí para demostrarlo la versión alterna de Love in vain y los cañonazos que cierran el disco alterno: Midnight Rambler y Honky Tonk Women.
Vaya tormenta de relámpagos los riffs de Keith Richards y Mick Taylor. Vaya suculencia, potentes volcanes, vaya potencia puesta toda en un disco: Sticky Fingers.
Larga vida a Sus Satanísimas Majestades, los Rolling Stones.