n su primera visita oficial a Sudamérica, su región de origen, el papa Francisco ha sostenido un discurso de solidaridad con los sectores más vulnerables, en línea con su crítica a la desigualdad y al consumismo. Antes de partir rumbo a Ecuador, afirmó que su mensaje va dirigido a quienes son víctimas de esta cultura del descarte
. El otro eje fundamental de sus declaraciones ha sido la enfática defensa de la familia, pero no como mera categoría moral, a la manera en que la entendían sus antecesores en el cargo, sino como un espacio imprescindible para la regeneración del tejido social.
Lo novedoso de este énfasis en la familia no puede entenderse si se pasan por alto anteriores afirmaciones de Jorge Mario Bergoglio, en las cuales marcó una clara apertura hacia formas distintas al modelo de familia tradicional, preconizado por la Iglesia como el único válido, y si se ignoran los distanciamientos del Papa argentino con respecto a las posturas católicas tradicionales ante la diversidad sexual.
Asimismo, el llamado de Francisco a defender la familia trasciende la moralidad católica, pues fue planteado como un tema de justicia social en el que la institución familiar cumple el papel de refugio ante las necesidades que otras instancias no están cumpliendo. En la homilía pronunciada por el Papa en la ciudad de Guayaquil, esta justicia social es señalada como deuda social
con las familias, relevando los enfoques conservadores que la limitan a un ejercicio de caridad sujeto a la buena voluntad de los poderes políticos y económicos.
En efecto, al priorizar el combate a la pobreza como deuda de toda la región latinoamericana, lo dicho por el actual pontífice evoca la Teología de la liberación, surgida principalmente en Latinoamérica –aunque alimentada también por el trabajo de teólogos europeos– en la segunda mitad del siglo pasado y ferozmente perseguida por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Aunque Francisco no pertenece a las filas de esa corriente progresista del catolicismo, las cuestiones por ella planteadas regresan, en el discurso pontificio, al primer plano de las relaciones entre religión y política.
Debe señalarse que las nuevas posturas impulsadas por Francisco tienen como telón de fondo los profundos cambios vividos por muchos países de la región con el surgimiento en ella de proyectos políticos que –con todo y sus diferencias, contradicciones, dificultades y retrocesos– rompieron la lógica de sometimiento a los dictados de Washington y de los grandes capitales trasnacionales y emprendieron ejercicios de gobierno con sentido social, recuperación de la soberanía y acciones concretas de integración regional.
Es razonable suponer que, así como las derechas de la región envolverán su incomodidad en un silencio hipócrita, el discurso de Francisco será criticado por sectores progresistas que desearían que el Papa se distanciara de manera tajante del conservadurismo tradicional de la jerarquía católica o incluso que rompiera con él en forma abierta y definitiva. Sin embargo, considerando las restricciones dentro de las que se mueve y las enormes inercias institucionales que enfrenta, cabe afirmar que el primer pontífice latinoamericano avanza en la dirección correcta.