a presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela, Tibisay Lucena, anunció ayer que el organismo ha fijado la fecha de las próximas elecciones legislativas para el próximo 6 de diciembre, anuncio que fue de inmediato saludado tanto por el gobierno que encabeza el presidente Nicolás Maduro como por los grupos de oposición que de manera intermitente han intentado desalojarlo del cargo desde que tomó posesión, hace más de dos años.
Ya tenemos fecha para la batalla por una nueva victoria del pueblo
, tuiteó el mandatario. Ya por fin se tiene fecha de elecciones. Ahora más que nunca, #Unión yCambio
, replicó Henrique Capriles, el aspirante presidencial que perdió ante Maduro por un estrecho margen en los comicios de abril de 2013.
A últimas fechas la programación, por parte del CNE, de una fecha para la elección legislativa había sido una de las exigencias centrales de la oposición, uno de cuyos líderes, Leopoldo López, encarcelado por el cargo de incitación a la violencia, está a punto de cumplir un mes en huelga de hambre, en demanda, entre otras cosas, de la realización de esos comicios en un día definido.
Aunque es claro que la coalición opositora que se articula en la Mesa de Unidad Democrática (MUD) tiene una agenda que trasciende los desacuerdos políticos con el gobierno chavista y que objetivamente converge con los permanentes intentos de Washington por desestabilizar a la República Bolivariana instaurada en Venezuela por el difunto Hugo Chávez, ello no debe provocar que el conflicto que vive la nación sudamericana se aparte de los cauces institucionales y constitucionales establecidos, y en este sentido cabe saludar el anuncio formulado ayer por el CNE.
El panorama para las elecciones que vienen es incierto. Por una parte, el gobierno de Maduro enfrenta un innegable desgaste, producido en parte por la combinación de las manifestaciones opositoras y el constante acoso político, diplomático y económico procedente del extranjero, particularmente, de Estados Unidos; de la clase política española, cuyos dos partidos hasta hace poco hegemónicos, el Popular y el Socialista Obrero Español, son capaces de deponer su diferencias cuando se trata de operar en contra del gobierno venezolano, y de estamentos oligárquicos y reaccionarios latinoamericanos representados por, entre otros, los ex presidentes de Colombia, Álvaro Uribe, y de México, Felipe Calderón.
Por la otra, el chavismo tiene un historial de triunfos electorales casi ininterrumpidos desde que Chávez ganó por primera vez la presidencia en 1999: once victorias por una derrota, entre comicios presidenciales, regionales y legislativas y un referendo revocatorio. Todo ello, en comicios cuya validez fue certificada por organizaciones y personalidades internacionales.
Es una buena noticia, en suma, que incluso en el tenso contexto político por el que atraviesa actualmente, la institucionalidad venezolana sea capaz de procesar por medio de las urnas la extremada polarización en que vive el país desde la muerte de Chávez, y es pertinente hacer votos por que los comicios de diciembre próximo logren su propósito: desactivar los enconos y las fracturas sociales y determinar el sentido del mandato popular en una forma que resulte aceptable tanto para los triunfadores como para los derrotados.