n intrigante homenaje a Bill Clinton, a quien se le atribuye la consigna “It’s the economy, stupid”, el presidente Enrique Peña Nieto ha propuesto que fue la economía
la que dio a su gobierno la mayoría legislativa necesaria para gobernar. Un tanto inopinadamente, el presidente comunicó: “Cuando me preguntan, oiga, a su partido le fue muy bien en la elección que tuvo lugar el pasado 7 de junio (…) Su partido y los partidos aliados lograron lo que no ocurría desde 1991, mantener una mayoría en la Cámara de Diputados (…) Sí, es cierto. Y creo que mucho lo explica el que la sociedad está advirtiendo y entendiendo los avances que está habiendo en el desarrollo de nuestra economía. Así lo explica el nivel de desempleo, la tasa baja de desocupación, el mayor consumo que está habiendo en nuestro mercado interno. En qué se traduce esto, en que la población está teniendo ingresos que les están permitiendo adquirir mayor número de bienes y servicios, que les está rindiendo de mejor manera su ingreso” (Roberto Garduño, La Jornada, 18/06/15, p. 11).
De seguir está lógica, digamos que economicista, podríamos también concluir que por el Partido Revolucionario Institucional y sus aliados votó la minoría, independientemente de cuán satisfecha se sienta de la marcha económica del país. Menos de 30 por ciento de los trabajadores obtiene ingresos iguales o superiores a los tres salarios mínimos, mientras apenas 10 por ciento obtiene el equivalente a cinco o más salarios mensuales. Los ingresos laborales reales promedio, nos informa el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), han descendido sostenidamente y no más de 50 por ciento de la población ocupada tiene empleos permanentes y formales. No pasamos de 20 por ciento los mexicanos que, como se decía en la antigüedad, tenemos nuestros derechos a salvo
y gozamos de garantías ciertas, digamos, en materia de salud, educación, ingreso y seguridad social. Es decir, no somos pobres ni vulnerables.
Por años, tanto en el Estado como en la academia se han hecho esfuerzos importantes para contar con información oportuna y creíble en materia de ocupación y remuneraciones. Hoy, como ocurre en buena parte del mundo, los criterios para evaluar estos aspectos fundamentales de la vida social están de nuevo sometidos a crítica y renovación, debido entre otras causas a los cambios profundos que trae el cambio técnico global, así como los que ha impuesto brutalmente la crisis económica derivada de la Gran Recesión sobre los mercados laborales.
Más que hablar sólo de desocupación abierta, se nos dice, hay que referirse a la brecha laboral que incluye otras categorías de subempleo y mal empleo, así como la renuncia a buscar uno, aunque se esté dispuesto a trabajar en caso de existir ofertas asequibles. Pues bien, nuestra brecha laboral es más del doble de la tasa de desocupación abierta, siempre puesta en cuestión por la magnitud del subempleo, la informalidad y desde luego la inexistencia de un seguro de desempleo digno de tal nombre. Si en algo no podemos cantar victoria es en el frente del trabajo cuyos resultados son en realidad impresentables.
No pienso que los votantes sigan el credo economicista. Pero de tener razón el presidente, él y su gobierno nos deben más de una explicación sobre la ciudadanía que gobiernan y representan, y que no es esa minoría que conforme a la regla simple de tres usada aquí les habría dado su apoyo. La celebración de los satisfechos no puede asimilarse a la celebración de la jornada democrática a la que concurrieron muchos más que esos adelantados oficiantes de la Nueva Grandeza.
Por ahí no llegará lejos el festejo de una recuperación que pocos se arriesgan a predecir como que está al alcance de las manos de todos.
Quizá habría que decirle al presidente Peña: No es la economía
… O no es ésa.