Hay en el alma una tablilla de cera o también un palomar
en la infancia está vacío, pero se va poblando de aves (la posibilidad del recuerdo) de vez en cuando cogemos una con la mano (el recuerdo efectivo)
Sócrates contado por Platón
as palabras, como los pájaros mexicanos con su canto estridente al pasar junto a nosotros en bandada bulliciosa no excitan nuestra sensibilidad. Nos envuelven la cabeza y hasta parece que nos dan golpes en las mejillas, pero no nos entran por los sentidos ni rebullen en nuestra conciencia. Suelen sobrecogernos y seducirnos las palabras lentas y graves, las que vienen solas entre el silencio. Encienden e iluminan, proyectan sombras apacibles sobre nuestros desiertos interiores y nos aterrorizan.
Las imágenes televisivas, digitales, fotografías hablan, llaman, en lenguaje que incendia nuestras pupilas o aturden. A veces proceden de mundos desconocidos, sin embargo, están al alcance de nuestra voz: Imágenes de violencia y caos en las pasadas elecciones, en que desfila gente extraña en medio del rumor de tráfago callejero. Cada persona es apenas una sílaba y todas juntas una frase sin sentido. Pero también hay como palabras en cinta. Absorbentes y ávidos nuestros ojos se ponen a resonar hasta soliviantar sonoridades que resultan tumultuosas a nuestra conciencia.
De golpe aparece un discurso espumoso de voces y candidatos independientes a la Presidencia de la República en tres años. No se puede esperar una revolución, sino, a lo más, una escena quijotesca en que todos hablan al mismo tiempo. La revolución en su tenor más noble, esa generosa revolución que todos queremos hacer dentro de nosotros mismos, puede esperarse de un grito, solo, de una sola voz, como un ruido de muchas aguas…
Al que escribe, le impresionan las elecciones llenas de voces, en que todos hablan el mismo día, la misma hora, a final de cuentas nada se entiende. Mientras tanto, se suceden escenas campiranas resumidas en la palabra quietud, quietud azteca, que no es inercia, ni reposo, ni sosiego, sino marasmo final. Espectrales aparecen imágenes de campesinos abatidos, dormidos sobre una piedra o bajo un árbol. Hombres y mujeres transidos de estupor que han recibido el soplo álgido de la muerte. Así, la vida pasa como deletérea sombra de un recuerdo. Hambre sentirían si el hambre no fuese tan piadosa que anestesia a sus víctimas.
La agonía del pueblo es terrible. De sus resoplidos se forma el trueno social. Un día estos hálitos estertorosos llenarán e incendiarán las atmósfera que todos respiramos. Campesinos resentidos a los que les valen madre las elecciones. Permanecen, gravitan y forman nubes tempestuosas que no saben perdonar. Gobernantes van y vienen mientras el campesino y descendientes en el campo o en la ciudad sigue muriendo de hambre.
Memoria, historia y olvido
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