n las elecciones del 7 de junio el número de votantes fue nuevamente menor al de los abstenidos. Las abstenciones, esta vez, no superaron en porcentaje a las de otras elecciones anteriores pero siguen expresando que la mayoría de quienes tienen derecho a voto no se sienten convocados ni por el gobierno ni por los partidos que defienden el sistema capitalista (o por los que quieren un capitalismo humano
, un canibalismo vegetariano).
Es cierto que la gran mayoría de quienes se abstienen no repudian a nadie sino que expresan desinterés y atraso político o no van a las urnas porque están enfermos, ausentes o prefieren ver o practicar algún deporte. Pero, de todos modos, la abstención es considerada siempre y en cualquier país un signo de rechazo, pasivo si se quiere, pero rechazo al fin.
A diferencia de lo que sucedió en elecciones anteriores la abstención fue combatida, así como el boicot, no sólo por el gobierno con todo su aparato represivo sino también por los medios de información
(léase de intoxicación popular) y por muchos académicos que sólo ven el juego institucional mediante el cual el capitalismo asegura su dominación, y si en este caso no aumentó es también porque muchos sintieron que abstenerse calladamente era un modo pasivo e inocuo de lucha, tal como expuse reiteradamente en artículos anteriores en los que defendí el boicot a las urnas en los estados donde los promovían movimientos sociales amplios y reales (como la CNTE de Oaxaca o los familiares de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa).
Quienes llevaron a cabo ese boicot donde y como podían, con valentía y heroísmo y con apoyo popular, no eran ni vándalos ni resentidos sino sectores en lucha que repudian activamente al Estado asesino y sus métodos fraudulentos, su militarización, la corrupción de las instituciones y la mentira organizada.
Ellos, a diferencia de la mayoría de los mexicanos, comprenden ya, gracias a sus experiencias, que los puercos no se matan a besos, que la legalidad y las conquistas sólo se logran fatigosamente con la lucha y no únicamente con el voto, que lo fundamental es elevar el nivel político de la gente común con la acción y el combate. Porque la conciencia se construye en un largo y trabajoso proceso y los que hoy son minoría podrán llegar a ser mayoría cuando los hechos –que son rudos– superen la ignorancia y cuando poco a poco pueda generalizarse, gracias al ejemplo de los que hoy están más avanzados, y a su prédica y explicaciones constantes, la construcción de elementos de poder popular que ya existe en algunos puntos del país.
Las revoluciones y los grandes cambios sociales, es cierto, no son el resultado de la acción y la voluntad de los revolucionarios o de quienes quieren un cambio social. Ellos se producen cuando el capitalismo pone a la mayoría de los trabajadores y oprimidos contra la pared y no les deja otra opción que rebelarse y conseguir con su lucha radical un cambio social porque no les queda otro modo de preservar su modo de vida, la independencia nacional, su cultura, su existencia misma. En esos momentos, cuando los hasta entonces sumisos insurgen y los conservadores cambian su mentalidad y deciden jugarse, es cuando adquiere importancia vital la acción de la minoría que hoy lucha intransigentemente contra el régimen. Porque las grandes olas sociales cambian antes que nada la mentalidad de las grandes masas humanas, que nunca se resignan a sufrir pasivamente las catástrofes, y en éstas, se ven obligadas a transformarse y sacan lo mejor de sí mismas.
El régimen y el gobierno conocen bien la importancia de esas minorías, que tienen el papel de la levadura en la masa. Por eso de inmediato se lanzaron a la represión contra los maestros de la CNTE oaxaqueña para suprimir los focos rojos tratando de atemorizar y aplastar a quienes pudieran seguirlos en su lucha. Por eso también –ayudados por muchos satisfechos con sus puestitos de piojos en las costuras del disfraz intelectual
del capitalismo– ningunean el boicot en Guerrero o en Oaxaca que, cualesquiera sean sus resultados inmediatos, es una semilla que podría germinar en el terreno fértil creado por la represión y la constante ofensiva capitalista contra la mayoría de la población.
En México el crecimiento demográfico es cercano a 2 por ciento anual y los pronósticos del Banco Mundial para la economía nacional oscilan entre esa cifra y 3 por ciento. O sea que el gobierno ni siquiera puede garantizar un empleo a los 2 millones y medio de jóvenes que se incorporan cada año al mercado de trabajo, aunque le promete a Estados Unidos que México asegurará un cero por ciento de emigración. ¿Cómo no van a aumentar la crisis, la delincuencia, los asesinatos, cuando las políticas del Estado promueven la desocupación y la miseria al mismo tiempo que destrozan la educación pública, matan normalistas, persiguen maestros, asesinan estudiantes y cierran la válvula de escape de la emigración? Por ahora sectores muy atrasados votan por Blanco o El Bronco y hay gente honesta y luchadora que quiere un cambio social pero cree posible que en 2018 la justicia electoral y el gobierno, tocados por la iluminación divina, reconozcan un triunfo de Morena… siempre y cuando ésta logre en tres años multiplicar por cinco sus votos, aunque muchos son inferiores a un dígito. Pero ahora es sólo un momento fugitivo en un proceso cambiante.
Por último, cada elección requiere un análisis y posiciones que pueden variar porque el objetivo es organizar a los trabajadores, no contar papelitos. No puede haber una oposición de principio a las elecciones. La única regla es el rechazo a todo lo que consolide a los represores vendepatrias y sirva en cambio para organizar y dar confianza en sí mismos a los únicos que pueden construir un futuro mejor, los oprimidos.