Esperando a Quetzalcóatl
i, todavía… Porque si no llegó por el mar, tal vez un día logremos encontrarlo en las urnas. Y allá vamos, como devotos hijos de Pedro Páramo, en busca de un remedio para la orfandad que nos mantiene lelos; porque, incapaces de convertir la esperanza en estrategia, al menos estamos seguros de que la esperanza es lo último que muere
. Antes, mueren asesinadas las mujeres, los maestros y los niños, los campesinos, los estudiantes, los jornaleros: muere la vida, mientras la esperanza sigue esperando.
En estos días se han cumplido ya indignantes ocho meses de la matanza de normalistas en Ayotzinapa, sin que nada se logre contra la impunidad oficial. Se cumplen también el próximo 5 de junio seis años de impunidad de la muerte por calcinación de 49 nenes, cuya vida nada importó a las autoridades del IMSS, al nepotismo de Felipe Calderón y Margarita Zavala y a la mísera mentalidad de negocios de los dueños de la guardería ABC de Hermosillo.
El gobierno sigue matando inocentes, asfixiando trabajadores y acorralando maestros, mientras el más notable resultado de la reforma educativa está a la vista: ¡Ya los niños están aprendiendo a matarse entre ellos! (Un menor de seis años ha muerto en Chihuahua, el pasado 14 de mayo, en el juego realista de ser secuestrado y asesinado por dos niñas de 13 años, uno de 11 y dos de 15 años).
El juego de los niños siempre se ha podido leer como reflejo y revelación de la verdadera sociedad en que viven. Reproducen en sus ellos los juegos
de los adultos: los valores reales que mueven a su sociedad; en este caso llena de sangre y en pleno proceso de putrefacción: ¡Ahí lo tienen!
Hoy somos todos desaparecidos, porque el gobierno ni nos oye ni nos ve, ni le importa nada una ciudadanía a la que atropella todos los días con sus actos cotidianos, sus dobles discursos, sus oceánicas mentiras y sus decisiones totalitarias disfrazadas de reformas contra los reales intereses de las gente; contra la voluntad de un pueblo que irá a las urnas el 7 de junio, a ver si ahora sí llega Quetzalcóatl.
Estragón: –No puedo seguir así. /Vladimir: –Eso es un decir. /Estragón: –¿Y si nos separásemos? Quizá sería lo mejor. / Vladimir: –Nos ahorcaremos mañana… A menos de que venga Godot. /Estragón: –¿Y si viene?/ Vladimir: –Nos habremos salvado. (Esperando a Godot, de Samuel Beckett.)