s evidente el ambiente crítico y de hartazgo que priva en todo el país contra los partidos políticos y los políticos mismos. El alejamiento que han mantenido frente a la sociedad se viene incrementando día a día, así existe una marcada resistencia a permitir que la ciudadanía participe y decida de forma autónoma, al margen de condicionamientos y subordinación.
La fama de los políticos suele ser pésima y se confirma con datos e información que cotidianamente los exhiben en su afán de utilizar sus cargos para enriquecerse y crear redes de influencia en favor de socios o cercanos. La indignación es mayor en época de campañas, porque su abultado costo es finalmente sufragado por una ciudadanía que diariamente batalla para cubrir sus necesidades básicas. Ello provoca el sentimiento de que todos los partidos son iguales.
Al añejo autoritarismo priísta se agregan la decepción por la alternancia política panista y la reproducción de vicios de algunos funcionarios por los que en otros tiempos votamos; el encono se incrementa con el cinismo del Partido Verde, que sistemáticamente miente y se burla de la ley, y cuando es acorralado y exhibido pretende distraernos exaltando los sentimientos más bajos de venganza social, promoviendo la pena de muerte.
Sin embargo, responder ante este escenario con la abstención o el voto nulo no favorece el cambio, porque no responde a un movimiento organizado y programático. Esta acción, sin quererlo, favorece a los partidos hegemónicos y su voto duro y su ineficacia resulta evidente porque carece de propuestas para el futuro.
Decido mi voto en favor de Morena por varias razones; subrayo tan sólo cuatro: la primera, porque la mayoría de sus candidatos son gente honesta. Sin duda habrá excepciones a la regla, pero es público y notorio que quienes fundaron e impulsan este proyecto político y social se mueven esencialmente por un interés ajeno a beneficios personales y han puesto en el centro de su programa la búsqueda de un cambio que enfrente la desigualdad y la injusticia. Esta probidad se confirma en el desempeño de sus actividades públicas o privadas y, sobre todo, en el entorno de su propia vida comunitaria, donde es imposible engañar. Esta calidad explica la razón por la que muchas voces de prestigio en la sociedad se definen en favor de Morena, aun cuando algunos adviertan diferencias y tengan críticas al propio partido y sus dirigentes. Sin embargo, la honestidad no es motivo suficiente para votar por una opción, pero sí una premisa esencial para hacerlo.
Una segunda razón es que Morena, o gente cercana a este partido, propone un proyecto nacional que busca reducir la desigualdad, combatir la pobreza, generar crecimiento y desarrollo sustentable. No se trata de una ocurrencia o programa elaborado por encargo, sino que ha sido fruto de la colaboración de mucha gente que ha aportado en el ámbito de sus propias especialidades o experiencias, propuestas que se han integrado en un modelo alternativo, bajo la consideración de que el actual modelo reduce la calidad de vida de la mayoría de los mexicanos y mexicanas en un círculo vicioso que impide la solución de los grandes problemas nacionales: pérdida de soberanía, inadecuada orientación de la economía, pobreza extrema, inseguridad, degradación del medio ambiente e ineficacia real del estado de derecho. Morena ha elaborado propuestas viables y razonables para transitar por una vía que favorezca el bienestar de los mexicanos y plantea que ésta no sea una elección que reproduzca los mismos intereses, sino que coadyuve a un verdadero cambio.
No sólo honestidad y proyecto necesitamos, hay un tercer motivo para decidir la votación que es fundamental: la congruencia. Es importante que resulten electos hombres y mujeres que acrediten en su vida diaria congruencia con principios fundamentales en materia de ética y racionalidad. Todos los partidos hacen propuestas ideales para atraer al electorado, el punto es valorar cómo han actuado en su vida cotidiana, qué papel han jugado en la lucha ciudadana, qué valores han defendido en lo privado y en lo público. ¿En los debates legislativos quiénes son las personas que han votado por las leyes que favorecen a la mayoría empobrecida del país? ¿En la lucha en defensa de la industria energética como patrimonio de la nación, quién movilizó y encabezó la acción ciudadana?¿Quiénes han promovido en los hechos, no sólo en los discursos, la mejora de salarios, el seguro de desempleo, la pensión universal y la democracia gremial? ¿Quiénes defendieron la propiedad social de los medios de comunicación, quiénes un sistema de seguridad social universal? Por señalar como ejemplo algunos temas. Sería exagerado afirmar que sólo lo han hecho militantes de Morena, pero no lo es subrayar que buena parte de ellos orientan su energía y su trabajo en esta línea de acción.
Un motivo adicional para razonar mi voto en favor de Morena es que dentro de las limitaciones que conlleva la administración de una ciudad, con recursos y tiempos acotados, muchos de estos principios y valores guiaron la administración encabezada por Andrés Manuel López Obrador en sus cinco años al frente del Gobierno del Distrito Federal, razón por la que obtuvo una aprobación de más de 80 por ciento de sus habitantes. Alejandro Encinas en este sexenio gobernó el último año con los mismos resultados.
No sólo honestidad, congruencia y programa de acción son suficientes, se necesita romper con la inercia propia de la partidocracia. Morena deberá atender el descontento de la sociedad por las actuales formas de representación que explican y justifican el rechazo a los partidos. En el interior deberá consolidar mecanismos de debate y decisión democrática para procesar las nuevas responsabilidades derivadas de esta elección, tanto en el plano formal de la administración pública como en las tareas legislativas. Todo ello en el entorno de una organización que pretende no sólo ser partido, sino también movimiento social.
Sería un gran día si después de la elección nos despertáramos con la noticia de que muchos mexicanos y mexicanas votaron en favor de sus propios intereses, de sus familias y de las próximas generaciones y no inducidos o coaccionados por los grupos que compran la conciencia.