ominar el arte de la pérdida. Este propósito resume la es-trategia desesperada de Alice Howland (Julianne Moore), especialista en ciencias del conocimiento, lue- go de ser diagnosticada con una forma precoz de Alzheimer. En Siempre Alicia (Still Alice), el realizador neoyorquino Richard Glatzer y su colaborador y esposo, el británico Wash Westmoreland, retoman la trama de la novela homónima de Lisa Genova para presentar el paulatino deterioro del mapa mental de su protagonista.
Revisando las anteriores colaboraciones artísticas de la pareja Glatzer/Westmoreland, sorprende un poco la elección del tema. A ellos se deben tres cintas favoritas en los festivales de cine gay (Grief, The fluffler y La última aventura de Robin Hood, este último título centrado en la supuesta homosexualidad de Errol Flynn), y también la estupenda Quinceañera. La sorpresa es menor cuando en los medios se difunde la noticia de que Glatzer padece una enfermedad crónico-degenerativa (esclerosis lateral amiotrófica, tema de la cinta La teoría del todo, de James Marsh, sobre la vida de Stephen Hawking), y que posiblemente ese drama privado haya motivado a la pareja de cineastas a abordar un caso similar vivido en carne propia.
La idea era, por supuesto, interesante, aunque al mismo tiempo arriesgada. Existía la tentación de incurrir en un tratamiento melodramático del tema y repetir los viejos clichés hollywoodenses ligados a la enfermedad y a la solidaridad de la pareja conyugal.
Desafortunadamente, Siempre Alicia no consigue rebasar esos convencionalismos. O no le interesa hacerlo. Elige una construcción narrativa que inicia como crónica familiar para dejar luego en la sombra, o en el olvido, a personajes secundarios y a tramas paralelas que hubieran podido enriquecer el relato, y se concentra luego en el drama íntimo de Alice, mismo que aborda de manera cautelosa. Al parecer, según esta óptica, el mejor contrapunto para una historia tan devastadora como el deterioro mental de una mujer inteligente debe ser su contacto cotidiano con un entorno doméstico equilibrado y comprensivo, poblado de seres buenos e intenciones todavía mejores. Precisamente ese entorno del que no pudieron gozar ni la pareja de ancianos en Amor, del austriaco Michael Haneke, para enfrentar el horror del deterioro físico y la soledad de la esposa, ni aquella otra pareja conyugal, los escritores John Bayley e Iris Murdoch, frente al diagnóstico de Alzheimer de esta última, en Iris, de Richard Eyre.
En los tres casos, las actuaciones femeninas (Julianne Moore, Emmanuelle Riva, Judi Dench), han sido soberbias. Lo que ha variado, y mucho, es el talento y la sensibilidad artística de cada director para plasmar con honestidad y sin concesiones una historia tan delicada y difícil.
Contando con el profesionalismo y poderío expresivo de Julianne Moore, ¿por qué recurrir a colaboradores tan evidentemente menores como un director de fotografía (Denis Lenoir) quien para ilustrar el extravío mental de Alice sólo acierta a difuminar las calles, la gente y los objetos que la rodean, como si el problema fuera óptico y no neuroló-gico, una pérdida parcial de la memoria? O a un responsable musical (Ilan Eshkeri) que con una pista sonora insistente y almibarada trivializa a tal punto el drama de la protagonista que uno pudiera suponer en toda enfermedad irreversible algún providencial desenlace feliz. Es cierto que la película no muestra, en ese final suyo en blanco, como una mente en blanco, nada particularmente amable; también lo es que la música y la fotografía se empeñan en evitar al máximo tonalidades demasiado sombrías.
En su peculiar desconexión con las realidades concretas de la protagonista, la melancólica partitura musical actúa como soporte de una fotografía que acude a imágenes de video casero (como al final de Filadelfia, de Jonathan Demme) para evocar una atmósfera de duelo anticipado. Antes de que fallezca la protagonista, la cinta elabora ya la elegía de la remembranza y la condolida marcha fúnebre para edificación moral de los sobrevivientes. Y es que para el puritanismo esencial de Hollywood, ninguna tragedia humana tie- ne sentido si no anticipa o no se acompaña de una oportuna y muy convencional lección de vida. Si como afirma la cinta, el padecimiento Alzheimer puede golpear con mayor severidad a las personas con un alto desarrollo intelectual, no hay nada como la abnegación conyugal, la armonía familiar y el orden social circundante para aliviar de la crueldad de una paradoja semejante.
La situación de Julianne Moore frente a sus colaboradores técnicos y artísticos en la película es similar a la de Alice Howland ante sus familiares comprensivos y bien intencionados. Naufraga solitaria por un cálido territorio para ella ya incomprensible. Pero lo hace con una dignidad portentosa. Por ella vale la pena ver esta película; es ella quien merece el máximo reconocimiento esta noche.
Twitter: @Carlos.Bonfil1