Aunque en ocasiones basta
ólo de pan o de tortillas de maíz, de arroz o de papas, de yuca o de ñame, basta en ocasiones a millones de seres para abatir su sensación de hambre y transitar hasta el día siguiente y al siguiente, hasta que muchos caen debilitados o enfermos… Y es entonces cuando se acusa a estos ingredientes, fundamentales en la alimentación humana, de ser deficientes en vitaminas, minerales y fibras, inventando las grandes empresas alimentarias complementos nutricionales que adicionan a productos anunciados como enriquecidos. Así, la gente prefiere adquirir un pan de caja cortado en rebanadas idénticas, sea blanco o llamado integral, cuya etiqueta exhiba la lista de complementos, en vez de una media bola de pan de trigo entero, molido por el propio cultivador, amasado en familia y cocido en leña; del mismo modo que muchos prefieren tortillas de maíz hechas mecánicamente con harina de marca enriquecida, que venden en expendios, aunque el volumen de esta producción industrial lleve a sospechar que la materia prima provenga en gran parte de cultivos transgénicos, mexicanos o estadunidenses, rechazando en cambio las tortillitas azules, amarillas o blancas torteadas a mano, porque desconfían de la higiene en su producción.
Mientras que el consumo de maíz no nixtamalizado, común en otras partes del mundo, habiendo sido acusado de provocar pelagra (deficiencia en vitamina B3 o niacina) dio origen a una serie de comestibles a base de harina de maíz enriquecida, en general además frita.
Por su parte, el arroz integral, que contiene el germen y el salvado cuya cocción más larga da un resultado menos suave que el arroz blanco, lo redujeron con el tiempo al consumo campesino en los países que basaron su desarrollo en este cereal, terminando por ceder su lugar también en la alimentación del pueblo al arroz refinado –que en el nombre llevaba el destino social de su consumo–, de tal modo que al cabo de siglos de haber propiciado, el uno y el otro, un prodigioso aumento demográfico con el florecimiento de diversas culturas, terminó por ser marginal el primero y el segundo por ser acusado de producir graves enfermedades en los pueblos que lo consumían, debido a su carencia en vitamina A. Lo que laboratorios suizos piensan haber solucionado con manipulaciones transgénicas que permiten transformar la Beta-carotena en dicha vitamina, mediante nuevas semillas que denominaron arroz dorado. Pero en tanto éstas llegan a los países antiguamente exportadores, sus pueblos consumen arroz blanco (también importado) para colmar el hambre, que no todas las necesidades nutricionales.
Los tubérculos farináceos, aportadores como los cereales de energía, tales como la papa y la maca de los Andes, o la yuca y el ñame, entre otros que se dan en los trópicos del cinturón ecuatorial del planeta, mantienen en vida poblaciones que de otro modo ya habrían desaparecido de la faz de la tierra, y esto porque dichos cultivos (salvo la papa) son considerados inferiores en Occidente, no dignándose aún a secuestrarlos, patentarlos y producirlos en extensos monocultivos, tratados con agrotóxicos, modificados genéticamente y, o adicionados de complementos nutricionales, todo ello significando un valor agregado cuyos beneficios se acumulan directamente en el uno por un billón de los habitantes del planeta.
En otras palabras, la frase no sólo de pan… se vive indica que la vida depende de una variedad de alimentos cuyas distintas propiedades en equilibrio permitieron a la humanidad atravesar cientos de milenios, produciendo la mayoría en cultivos mixtos y trocando sus excedentes contra otros que les fueron siendo necesarios por el placer del gusto… Hasta que el despojo de tierras de los productores desde el siglo XIX a la eliminación de los policultivos ancestrales en el siglo XX produjeron el hambre mundial, las carencias nutricionales y las enfermedades de la mayoría de los pueblos que hoy conocemos. No son los alimentos fundamentales los causantes de desnutrición y enfermedades y no es a éstos que se deben añadir complementos vitamínicos, la única solución es permitir a los pueblos del mundo retomar su soberanía alimentaria con los cultivos históricos y, para ello, los alimentos deben dejar de ser considerados mercancías en el sentido capitalista del término.
Muchos colaboradores de estas páginas y de otros medios insistimos desde tiempo atrás en ello (desde el año 2000 quien suscribe), pero nos falta reconocimiento mutuo para establecer un proyecto que no sólo denuncie sino proteja activamente el ámbito de nuestra preocupación común: la restauración de la sociedad campesina con base en policultivos libres de agrotóxicos y transgénicos, no sólo como solución para la salud humana –física, mental y moral– íntimamente vinculada a la preservación y salud de la naturaleza, sino como detonadora de un cambio de rumbo en la historia de la humanidad, con una perspectiva que nos saque del fatalismo del capital y nos permita retomar la evolución que cada pueblo habría tenido si no nos hubiera atrapado la mercantilización de todos los elementos de la vida humana y de la naturaleza. Parafraseando a Jorge Luis Borges, no nos digamos que es inútil protestar porque todos estamos adentro ¡Salgamos aliados! Todos somos útiles en esta empresa.