l compás del ir y venir de los aficionados que en poco número llegaron al final de la temporada invernal, se congelaron en aburridísima corrida cuyos momentos cálidos fueron los insultos que se lanzaron Angelino y El Chihuahua.
Nada ayudaron los toros de Monte Caldera bien presentados, manseando y algunos muy toreables como los de Angelino y el segundo de Mauricio. En última instancia las ovaciones fueron al heterodoxo banderilleo de El Chihuahua.
Se acabó la temporada que dejó faenas para el recuerdo y sólo quedaron las divinidades inferiores toreras, semejantes a las mujeres de la mitología gitana de cabellos azabache y ojos almendrados, que se desnudan en los olivares y en la noche llaman a los aficionados y a los toreros. Seguro estas ninfas llaman a su vez a los torerillos a repetir la historia vulgar del torerillo anulado, devorado por la mujer. La muerte como castigo al delito invencible de la pasión amorosa.
Mal oscuro, misterioso, al igual que la raza que conduce a la muerte y aqueja a la fiesta brava y antes de desaparecer necesita desembarazarse del polvo de los ruedos de los pueblos y la sangre de los torerillos que después de años puebleando no la hacen, menos llegaron a la Plaza México y en ocasiones terminan en el panteón víctimas de cornadas mal atendidas. Pero la raza amante del sol y la sangre ni en la eterna sombra renunciará al toreo. A pesar que la tarde de ayer el ruedo parecía bañarse en el frío maléfico y morir en medio de alucinaciones perdidas en los túneles del coso basadas en antigua cultura torera.
La plaza se quedó silenciosa. Se guardaron los olés los cabales y sólo quedaron algunas gitanas lujuriosas penando por los torerillos sin contratos, ni fama, ni orejas.