Desde el 3 de febrero, 18 artistas expusieron sus obras lumínicas en varios puntos de la ciudad
Se formaron largas filas de personas cuyo fin era interactuar y tomarse una selfie
Lunes 9 de febrero de 2015, p. a12
Filas largas. Decenas de personas que esperan pacientemente su turno para interactuar con las instalaciones que se colocaron en la explanada del Palacio de Bellas Artes y el Atrio de San Francisco, en el Centro Histórico, como parte de Visual Art Week (VAW): transformando el espacio público, que concluyó ayer por la noche.
En el Hemiciclo a Juárez otros 18 artistas internacionales expusieron sus obras lumínicas. Todas competían con las luces de la ciudad, de los vehículos, de las farolas de la Alameda Central, de los anuncios colocados en los puestos de revistas y de préstamo de bicis. Luces vs. luces.
Visual Art Week comenzó el pasado 3 de febrero en distintas sedes tanto del centro como en otras zonas de la ciudad: en el Museo Jumex, donde el viernes terminó la exposición de la obra del colectivo Squidsoup titulada Submergence, la única que se presentó en un espacio cerrado. El recorrido siguió hacia la Glorieta de la Palma, que fue intervenida por el grupo Visual System, de Francia, con la pieza Potted Palm. Colocaron luces led que creaban figuras geométricas desde la base de la palma.
Otra instalación estuvo en la Plaza Río de Janeiro, en la colonia Roma, con una pieza que funciona de día y de noche y que se llama Marentus.
El circuito siguió en el Hemiciclo a Juárez, la explanada del Palacio de Bellas Artes y el Atrio de San Francisco, donde los fines de semana se encuentran miles de paseantes. Algunos iban con destino definido: ver las obras que estaban ahí, y otros fueron tomados por sorpresa y pausaron su recorrido.
A la izquierda de la entrada del Palacio de Bellas Artes (viendo el edificio de frente) estaba la pieza Control, no control, del artista Daniel Iregui (Quebec). Dos pantallas negras sobre las que se creaban líneas y cuadros de acuerdo con el movimiento de las personas que se colocaban frente a ellas. Al tocar la pantalla las líneas se deslizaban siguiendo el movimiento de las manos. O eso parecía.
–Ira, mueve las manos así – decía una señora a su hijo.
–¡No pasa nada! –exclamó frustrado el adolescente.
El propósito principal era tomarse la foto con las luces de fondo. Una selfie. Dos. Tres. Las que se pudieran antes de que los encargados les anunciaran que se acabó el veinte y hay que dar paso a los siguientes en la fila.
En el Atrio de San Francisco la situación no fue diferente. La fila era larga. Muchos querían interactuar con la pieza de Joao Martinho Moura, de Portugal, que se titula Wide/Side. Aquí la interacción no era directa. No se tocaba la pieza, sino que las personas se colocaban a unos metros de ella y su imagen, al menos la silueta, se reproducía en la pantalla. Eran más los que sólo movían los brazos, otros inclinaban el cuerpo a derecha e izquierda, eran menos los que se atrevían a dar de brincos. Todos con teléfono o cámara en mano para que no faltara la foto.
Captada la imagen, muy pocos se detenían a mirar lo que pasaba en la instalación, preferían revisar que las fotografías hubieran salido bien.