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El combo actuó el miércoles pasado en el Auditorio Nacional, dentro de su gira de despedida

Demuestra el Buena Vista Social Club a quién pertenece el ritmo

Para recordarlos, en pantallas gigantes se proyectaron imágenes de los fallecidos Rubén González e Ibrahim Ferrer

Con voz potente y emotiva, Omara Portuondo cantó, entre otras, 20 años y Tiene sabor, la cual bailó, animada con energía sobrenatural, con su esposo Marvin Oviedo

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Para cerrar, la orquesta interpretó Candela, en la que el público ya no soportó y se puso a bailarFoto José Jorge Carreón
 
Periódico La Jornada
Viernes 6 de febrero de 2015, p. 7

Noche de espíritus guapachosos, de palabras de un campo semántico tropical, de zafra, de movimiento más allá de los cuerpos tullidos. De ellos es el ritmo, desde que amanece hasta que anochece, bohío al bohío, esas casas de campo que se alegraron con un cha cha chá, un danzón o un son montuno. Tal fue la atmósfera del concierto del Buena Vista Social Club, versión 2015, el pasado miércoles en el Auditorio Nacional.

Anunciado como parte de su gira de despedida, en este caso sí es cierto, pues quedan pocos de la emblemática orquesta original. Se han sumado hijos y jóvenes músicos cubanos, herederos de una música que provoca el deseo de moverse, de comprobar lo que Galileo diría en este caso: Y sin embargo, se mueve, en relación con que la edad no es óbice para la alegría y el romance.

El Auditorio se llenó al máximo y los bienaventurados hijos del son vivieron casi dos horas de música de alto nivel, de armonía y amistad que provoca hacer maniobras casi imposibles con los instrumentos, como cuando el guajiro se lució y emocionó a la multitud.

En las pantallas se proyectaron imágenes de Ibrahim Ferrer al piano, donde las teclas se le acaban y sigue percutiendo al infinito. La gente responde y rinde homenaje al pianista, una de las cumbres del buen avisto. Las fotos que se aprecian datan de la segunda década de 1900. Rubén González, otro que ya se adelantó, en una imagen donde luce fuerte y bromea.

Así, la iconología del Buena Vista refuerza en el público la idea de que lo que viene valdrá la pena. Entra al escenario una corista llamada la muñequita que canta, una de esas cosas de Cuba que provocan ensueños, ilusiones.

Se escuchan las notas de Como siento yo y el coro es celestial, catedralicio. Miles siguen el ritmo en sus asientos con la punta del pie y otros con las manos o la cabeza. Con un danzón, baile nacional de Cuba, se marcan las reglas de un ritmo que en México tiene adeptos al por mayor. Danzón, palabra chévere para el superlativo de danza. Todos imaginan la frase de echarse un dance sobre la superficie de un ladrillo, con la base de estribillos y montunos. En la imaginera, bailar en una plaza jarocha o chiapaneca con una orquesta o una marimba.

Rolando Luna, quien tuvo la enorme responsabilidad de tocar el piano ejecuta los acordes del tema Bodas de oro. Se gana aplausos cuando golpea las teclas y refuerza el tiempo de una decepción amorosa de cinco lustros o cinco décadas.

Con 20 años de historia, los del Buena Vista se hicieron famosos hace 20 años, y una muestra de su nivel lo dio El Guajiro Miraval con la pieza Trombón majadero. Intercala temas de la película El Mago de Oz, que el público cantó en inglés.

Tocaron otros temas que sacudieron el esqueleto. A paso lento, pero seguro, entró la diva del Buena Vista: Omara Portuondo, o Marita, con un traje níveo, elegante para la ocasión; se escucharon las notas de la clásica 20 años, pero la reina tuvo un pequeño traspié y equivocó la letra, comenzando por Dos gardenias. No hubo problema y le aplaudieron, comenzó la rola sentimental y Omara hizo alarde de su voz cuadrada, potente, emotiva, expresiva. Los asistentes se deshicieron en aplausos. Los amo a todos. Qué gusto estar aquí. Por supuesto me recuerdan a Ferrer. Para llevar al paroxismo continuó con Tiene sabor.

Remate clásico

Presentó a su esposo Marvin Oviedo y, animada por energía sobrenatural, bailó con él en el centro del escenario. En un movimiento sorprendente, ambos doblaron las rodillas y siguieron el ritmo casi en cuclillas; nada es real, todo es relativo. Omara gritó orgullosa: ¡Mi esposo, mi esposo, mi esposo! Omara remató con la clásica y esperanzadora Quizás, quizás, quizás.

Se va la diva y, aunque se le pedía más, la orquesta comenzó a tocar Chan Chan, homenaje para Compay, quien recordaba en México ese día en que llegó por primera vez y le dieron a probar mole con guajolote. El ritmo circular de la composición creó en ese momento un clímax.

Se acerca un fin y la orquesta toca la ardiente El cuarto de Tula. El grupo se despide, pero la gente quiere más. No se hacen del rogar y regresan con Omara, quien interpreta Dos gardenias. El cierre estuvo cañón con Candela, en la que el público ya de plano no soportó y se puso a bailar en los pasillos. ¡Ae, Ae, Ae, Ae, Ae!, gritó Omara como despedida, prometiendo regresar.