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Venezuela: imaginario económico vencido
L

a crisis que enfrenta Venezuela es resultado de la pobreza del imaginario económico del mal llamado socialismo del siglo XXI, que en realidad no ha sido sino una versión delirante del desarrollismo del siglo XX. El bolívar fuerte, que se estrenó con fanfarrias en 2007 para recuperar una moneda dura, hoy se cambia a 6.30 por dólar el oficial, cierto, pero a casi 30 veces esa cifra en el mercado negro (187 por dólar). Tras la bonanza petrolera mayor de su historia, Venezuela –que es un país de apenas 30 millones de habitantes– está al borde del abismo.

El presidente Nicolás Maduro le echa la culpa a una guerra económica que habrían declarado los enemigos del proyecto bolivariano. Por eso, tras aprobar una ley que autoriza al ejército a disparar sobre manifestantes, Maduro acusó a Estados Unidos de estar tramando un golpe de Estado, metió a la cárcel a los directivos de una empresa de farmacias supuestamente por saboteadores, y movilizó al ejército para asegurar la distribución de azúcar en una cadena de supermercados.

Pero, por más que los especuladores existan –de hecho, es imposible que no existan, dada la diferencia tan pronunciada entre el valor oficial y el valor extraoficial de la moneda–, no se le puede endilgar la debacle económica a los enemigos de la patria cuando se ha estado en el poder sin interrupciones desde 1999. Tras 16 años de ser gobierno, alguna responsabilidad tendría que asumir la política oficial en el desastre económico. Hoy se impone una crítica realista del modelo económico seguido. Las deficiencias no se podrán ocultar metiendo a la cárcel a cinco o seis especuladores, o acusando a Estados Unidos de estar manipulando los precios del petróleo.

En vez de ello, habrá que comenzar por reconocer que durante los gobiernos de Hugo Chávez y de Maduro la dependencia en el petróleo, en lugar de reducirse, llegó a 96 por ciento del valor de las exportaciones. Al mismo tiempo, el desbarajuste interno de Pdvsa, que es la contraparte venezolana de Pemex, llevó a que Venezuela no consiguiera aumentar su producción petrolera en estos 16 años, pese a que el petróleo había alcanzado su precio máximo histórico (recordemos que el barril de petróleo se cotizaba por los 30 dólares en 1999, y que sobrepasó los 100 dólares en 2007 para mantenerse por ahí hasta la caída de 2014).

Ahora bien, de los 2.5 millones de barriles diarios que produce, Venezuela le entrega 500 mil a China en pago por los empréstitos recibidos. El paradero del dinero chino, y su impacto en la economía venezolana, es bastante debatido, y difícil de medir, por falta de transparencia; ha habido escándalos de corrupción, y sospechas de que parte de los fondos chinos fueron a parar al gasto social inflado de los años de campañas electorales. Como sea, el reflejo de ese empréstito en la producción interna parece ser insuficiente. Luego, Venezuela entrega 100 mil barriles diarios a Cuba, y otros 200 mil a Petrocaribe. Hay otros 600 mil barriles que se consumen dentro de Venezuela a precio de regalo (un dólar negro compra mil 135 litros de gasolina). Resultado: Venezuela recibe dinero contante y sonante sólo por alrededor de 1.2 millones de barriles diarios, y su cliente principal es, irónicamente, el siempre vilipendiado imperio.

A precios actuales, estos 1.2 millones de barriles corresponden casi exactamente al valor total de las importaciones venezolanas, ya reducidas a casi una tercera parte de lo que se importaba hace dos años, y dejan poco margen para que el país sirva sus deudas. Venezuela debe dos pagos de deuda este año, y los mercados especulan ya sobre una posible moratoria, con consecuencias impredecibles. Por lo pronto, el Fondo Monetario Internacional predice que la economía venezolana se contraerá en 7 por ciento en 2015.

Para responder a la falta de dinero, el gobierno de Maduro consideró vender Citgo, la refinería venezolana en Estados Unidos, considerada por Hugo Chávez como la perla de la corona de la industria nacional. Al final, el gobierno decidió no hacerlo, quizá por temor de que el pago sería incautado por alguna demanda judicial de las empresas trasnacionales cuya indemnización esté en litigio. Para evitar aquello, Citgo acaba de lanzar una emisión de bonos, o sea de deuda, por 2 mil 500 millones de dólares.

Pero aun si se venden bien los bonos de Citgo, todo indica que la economía venezolana enfrentará problemas graves. Venezuela importa casi todo, y cualquier importación que no se haga con dólares preferenciales tiene precios prohibitivos. Por eso Venezuela tiene una de las tasas de inflación más altas del mundo –70 por ciento, según datos oficiales, y más del doble, según datos extraoficiales–. Por eso también enfrenta una escasez crónica de productos básicos. Al gobierno no le alcanzan los dólares para subsidiar tanta importación, y la escasez genera un mercado especulativo. Más que un oscuro complot, o una guerra económica, la escasez y la inflación son efectos predecibles de la política cambiaria, y no se resolverán metiendo a la cárcel a un puñado de empresarios.

Es hora de que los economistas progresistas ofrezcan un análisis serio de las ideas económicas del chavismo. La mejor y más duradera de ellas fue simple: entregar una proporción mayor de la riqueza petrolera a las clases populares. Pero hasta donde entiendo, lo demás se parece a las ideas que en su momento tuvieron un Luis Echeverría o un José López Portillo, sólo que sobredimensionadas por una bonanza petrolera sin par, por un caudillismo desbordado y por niveles de corrupción superiores incluso a los de México. Transparencia Internacional cataloga a Venezuela como el 162 país más corrupto, de un total de 179.

Por último, la adopción de parte de Nicolás Maduro de una visión de la política como una lucha sin tregua entre patriotas y traidores hace que su gobierno vea cualquier oposición como enemiga, aunque la protesta venga de amas de casa clamando para comprar productos básicos. El gobierno ya aclaró que cualquier disturbio será recibido a balazos.