Carlos Arruza XL
sí que… ¡adiós!...
Pero a medias.
Se cortó El Ciclón la coleta, en forma por demás sorpresiva, el domingo 22 de febrero de 1953, es decir, a los 33 años de edad y dejando un vacío en la historia de la fiesta brava en México, mismo que, hasta la fecha, nada ni nadie ha podido ocupar.
¿Habrá quién?
Ojalá y así sea.
+ + +
Al concluir el anterior capítulo, decíamos que Carlos se había ido, pero que no se había ido.
Y así fue.
Obviamente fue algo muy trascendental, pero antes de entrar en materia, hay que dejar constancia que la despedida del 22 de febrero de 1953 no fue la última ocasión en que Carlos vistió de luces, ya que hubo una corrida más, en Ciudad Juárez, el 28 de febrero del tan recordado año de 1953, toreando mano a mano con Juan Silveti y con toros de La Punta y, para cerrar con broche de oro su sensacional historia taurina, le tumbó las orejas y el rabo al del postrer adiós.
¡Qué grande fue!
Bien, ahora a pagar la deuda
contraída con los lectores de La Jornada y pasemos a referirnos a su permanencia en el mundillo taurino.
Fue así.
Carlos, de tiempo atrás, acariciaba la idea de ser ganadero en México, lo era ya en España aunque relativamente, ya que sus compromisos como matador de toros y el tiempo que dedicaba a la administración de sus propiedades aquí y todo lo que siguió.
Desde que Carlos toreó por vez primera toros de Pastejé, se enamoró de esa sangre y más creció ese amor –que habría de transformarse en sueño– cuando don Eduardo Iturbide lo invitó a tentar en la ganadería, aquello que llegó a ser casi una obsesión: poder comprarla algún día.
Y como él me lo comentó: “soñaba yo con que aquellos gritos de torero, torero
pudiera transformarlos en ganadero, ganadero
.
Pasaba el tiempo y aquel propósito crecía y crecía y entonces llegó el momento de la decisión: ¿comprar u olvidarse de aquella magnífica obsesión?
Pastejé, lo habían adquirido don Guillermo Barroso y su hijo Luis Javier, más conocido como El Chacho, otro de mis grandes amigos quien, a temprana edad, habría de dejarnos. Y tras largas pláticas, conversaciones y estira y aflojas, Carlos volvió a la puerta grande, entrando como dueño y señor de tan extraordinaria ganadería que hoy día no es ni siquiera gris sombra de lo que fue.
Obviamente, ya sin tanto viaje y sin tanto cruzar el charco
, nuestra amistad fue creciendo y un día de tantos le pregunté ¿qué te decidió a comprar Pastejé?
Y, más o menos, así me contestó:
–Mira, lo que tanto sufrí y lo que había ganado en los ruedos, me pareció bien valía la pena invertirlo en la ganadería de mis sueños. Sabía yo que tal vez el ganado y las siembras no me dejarán el diez por ciento de utilidad, pero mientras tuviera yo lo suficiente para comer y torear a diario, me bastaba y sobraba, así que aquí me tienes.
–¿Y no tenías desconfianza por la situación agraria?
–Claro que yes, y muchísima.
–¿Y el mundo que has encontrado aquí, ha correspondido a tus sueños?
Ay, contigo, preguntón; sí y, además, me ha surgido un nuevo y desconocido amor.
–Y ¿eso?
–El que además de querer y cuidar del ganado, estoy aprendiendo a querer y cuidar de la tierra.
Y, por cuenta nuestra, agregaremos que las amistades que hiciera Carlos a lo largo de su vida se fortalecieron y que de ellos, sus grandes amigos, debemos recordar a los hermanos Solórzano –Chucho y Lalo, quienes habrían de adentrar a Carlos en el fascinante mundo de los caballos–, Fernando El Gavilán García, Edmundo Fausto Zorrilla (gran general Garmendia), Fernando Sala Gurría, el general Hernández Cházaro, El Papi Picón, Placo Llopis, los Tres alegres compadres de su cuadrilla (Alvírez, Aguilar y Cerrillo), a la que le donó el sueldo que cobró en Ciudad Juárez, don Juan Gutiérrez Dosal, don Andrés Gago, quien, por cierto, me comentó que ojalá y Carlos no fuera a equivocarse con las vacas, ya que con su formidable poderío a todas las haría ver buenas y Chucho Solórzano hijo, que se iniciaba en el mundo de los ruedos, debiendo señalar que de esa lista únicamente quedamos Solórzano Jr. y yo.
Híjole.
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Ya comenzó…
Tirano, hijo de %·&=, no cabe duda que sabes odiar.
Así que cortamos.
(AAB)