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La crítica de la teología se torna en la crítica de la política
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Marroquíes se manifestaron ayer en Rabat frente a la Agencia Francesa de Prensa en solidaridad con París, debido al ataque contra el semanario Charlie HebdoFoto Ap
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l incidente perpetrado en París a manos de fundamentalistas islamitas nos llama a la reflexión aplicable a otras situaciones del presente mundial, convulsionado por una religiosidad de derecha sumamente peligrosa. Desde el comienzo queremos indicar que nos referimos no sólo al fundamentalismo islamita, sino igualmente a los fundamentalismos cristiano y sionista, que hoy aterran a la humanidad. La izquierda modernizante entendió la crítica de la teología (y de la religión) como su directa supresión. Con ello encubrió el problema de la religión en sus formas profanas (de la que nos habla Marx en su teoría del fetichismo) y dejó a la teología fundamentalista en la oscuridad, no sabiendo de su existencia ni pudiendo criticarla. Ese fundamentalismo renace sobre sus cenizas y reaparece desde una lógica ignorada por la izquierda, no por Marx, que planteó explícitamente el tema.

Hoy, en enero de 2015 se nos presenta un acontecimiento que toma desprevenida a la izquierda moderna y secularizante. Para Karl Marx la historia, la filosofía y la teología se articulaban en el pensamiento crítico. Por ello escribe en un texto célebre acerca de estos tres niveles epistemológicos que:

“La misión de la historia consiste (…) en descubrir la verdad del más acá (Diesseits) (…) La misión de la filosofía puesta al servicio de la historia (…) está en desenmascarar la autoenajenación bajo sus formas profanas (…). La crítica de la teología se torna en la crítica de la política.”

Veamos entonces la relación de estos tres niveles: historia, filosofía y teología, quizá para escándalo de marxistas tradicionales y de antimarxistas cristianos (y de islámicos, taoístas, sionistas, etcétera).

En efecto, Marx escribió de su puño y letra que Thomas Münzer, por medio de la Biblia, enfrentó el cristianismo feudal de su época con el sencillo cristianismo de los primeros siglos. Y continúa: Los campesinos utilizaron este instrumento contra los príncipes, la nobleza y el clero. Ese instrumento es un volver a los primeros siglos del cristianismo, cuando era mesiánico. En América Latina, al comienzo oscuramente y posteriormente con toda claridad, se entendió que Marx se estaba refiriendo anticipadamente a lo que hoy llamamos Teología de la Liberación, que en su versión más radical y primera es una crítica de la teología fetichizada (como la utilizada por las dictaduras militares a partir de 1964, que actuaban en nombres de la civilización occidental y cristiana) para abrir el horizonte de una crítica de la política liberal y de la economía capitalista. Deseo reflexionar unos instantes sobre la cuestión, no situándome subjetivamente como creyente de una comunidad religiosa, sino desde la objetividad sociopolítica, cultural y económica del mundo actual. Por ello, de una manera aún hoy provocativa y chocante, también contra los marxistas vulgares (me animaría a agregar), escribe Marx:

Por tanto (pensaba Münzer), el cielo no es cosa de otro mundo; hay que buscarlo en esta vida, y la tarea (aún) de los creyentes consiste en establecer aquí, en la tierra, ese cielo que es el reino de Dios.

Para Marx, la religión fundamentaba o negaba cierta praxis. Por ejemplo, el calvinismo reformuló el cristianismo para hacerlo compatible con el capitalismo que nació en su seno. No olvidar que en Escocia se practicó el presbiterianismo calvinista de John Knox, cultura religiosa de Adam Smith, por ejemplo. Marx critica esa inversión teológica y práctica del cristianismo (que ha dejado de ser mesiánico y crítico como en los primeros siglos, posición también asumida por Engels y Kausky). Si hay que efectuar una crítica teológica, es necesario saber entrar en la lógica del discurso teológico (que Marx conocía muy bien, pero que el marxismo posterior ignoró completamente hasta el presente) para mostrar que la teología cristiana es esencialmente crítica del liberalismo en política y del capitalismo en economía. Esta es igualmente la tesis de Walter Benjamin, hoy en disputa interpretativa.

La cuestión se centra en el tema del fetichismo de las formas profanas. En efecto, primeramente, la teología moderna (española del siglo XVI) criticó la teología medieval (que con Ginés de Sepúlveda fundamentó teológicamente el colonialismo y el capitalismo naciente). Después, con el calvinismo, entre otros, se criticó la teología católica de la primera modernidad preindustrial, fundando la posibilidad de una completa identificación entre cristianismo, colonialismo y capitalismo, que desde el siglo XVIII será industrial (por la creación de plusvalor relativo). Ese cristianismo escocés, calvinista, es el que critica principalmente Marx. Leamos un texto un tanto inadvertido en la tradición marxista (y por supuesto cristiana):

“De ahí que la crítica esté en su perfecto derecho, cuando obliga al Estado (cristiano del norte de Europa) que invoca la Biblia, a reconocer lo torcido de su conciencia (…) desde el momento en que la vileza de sus fines seculares, que trata de encubrir con la religión, se hallan en flagrante contradicción con la pureza de su conciencia religiosa.”

Marx, blandiendo la tradición teológica crítica del pensamiento semita y cristiano mesiánico primitivo, critica el cristianismo nord-europeo, que ha negociado con la política moderno-liberal (léase igualmente en economía: con el capitalismo) su mutua fundamentación (la religión sacraliza las formas profanas de la política y la economía, y éstas apoyan la religión invertida de la cristiandad, criticada ya por S. Kierkegaard). El mensaje del cristianismo mesiánico de los primeros siglos no puede aceptar ni el liberalismo ni capitalismo, ya estaría en contradicción con sí mismo. Esta contradicción es lo que debe mostrar la crítica de la teología (sea el crítico creyente o no). Y lo peor es que, a partir de la Ilustración, no como crítica sino que negación de la religión, se proclama lo que mucho después Nietzsche enunciará como la muerte de Dios. Pero el dios que muere es el del cielo, y renace como un dios profano de la tierra, sacralizando o dioses profanos constituyen el hecho del fetichismo que sólo una crítica de la teología (profana) puede erradicar.

Los fundamentalismos (cristiano, como el de G. Bush; islámico o sionista) son un retorno de un dios (o un politeísmo como diría M. Weber) que justifica y absolutiza una política, una economía, una cultura, una raza, un género, etcétera, y usa las armas en vez de argumentos razonables, comprensibles para el otro interlocutor (nadie como el fundamentalismo estadunidense utiliza las armas en vez de argumentos: pretende imponer la democracia con guerras en vez de argumentar desde la tradición del otro, por ejemplo, con los creyentes del Islam a partir del Corán ). Al fundamentalismo no se le vence con las armas (y no olvidar que fue la CIA la que enseñó al fundamentalismo islamita en Afganistán a usar las armas contra la Unión Soviética, y ahora cosechamos las consecuencias sobre cuyo origen nadie habla), sino con argumentos razonables y con una praxis honesta (como enseñaba Bartolomé de las Casas respecto de la conquista). Pero esto último no entra en el horizonte de los intereses del imperio. Se utiliza la violencia irracional islamita para justificar y aumentar la violencia irracional del neoliberalismo político-económico.

La izquierda honesta, por el contrario, debe comenzar una crítica de la teología como momento de una crítica de la política liberal y de la economía capitalista, tal como la practicó Karl Marx.