oy día podemos examinar sin trámite alguno en el Palacio de Bellas Artes (segundo piso) el retrato de Sor Juana, por Juan de Miranda, perteneciente a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM, Rectoría) y contrastarlo con el de Miguel Cabrera, que es posterior.
La leyenda que ostenta el retrato de Juan de Miranda, llamado copia
(es decir copia
de la modelo según esa leyenda) termina con requiem, por tanto, un retrato póstumo y debido al uso moderno de la palabra copia no queda claro si es réplica basada en un supuesto autorretrato de ella, en cuyo caso a sus innumerales dotes hubiera añadido pericia pictórica.
Hay otro retrato, que está en el Museo de Filadelfia, que no se ha exhibido en México. Según los especialistas, tampoco éste es de mano de Sor Juana.
Uno más, perdido, fue litografiado por Lucas de Valdés, pero tampoco se sabe si el original fue realizado por Sor Juana. Octavio Paz fue un consumado ensayista, además de un lector insaciable, pero no fue propiamente hablando un investigador que persiguiera con tenacidad obsesiva un tema en lo particular. El más reciente ensayo sobre los retratos, gracias a la pluma de José Pascual Buxó, puede acarrear mayores luces.
Yo supondría que Paz sí vio el retrato de Sor Juana por Juan de Miranda, no con demasiada atención o bien lo hizo de manera apresurada. En su libro Sor Juana y las trampas de la fe se entretuvo demasiado en una larga diatriba que entabló con nuestro venerado Francisco de la Maza.
Hay más retratos que se han perdido o que no han sido localizados, alguno o algunos fueron regalados por Sor Juana a la virreina María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes, y la constancia que existe la proporciona ella misma.
La confusión sobre sus posibles prácticas pictóricas en buena parte se debe a que en su caso la palabra copia
se usaba tanto en el sentido actual de imitación (reproducción de otra pintura), como de retrato
(copia del modelo de carne y hueso).
Dada la enjundia de la modelo, el retrato que pertenece a la UNAM llega a tener carácter de reliquia, pero desde mi punto de vista como pintura retratística sea novohispana o de cualquier latitud en el siglo XVII, no es excelente.
Todos los retratos de Sor Juana derivan de una fuente común y por lo menos estamos ciertos de que el rostro se corresponde con el de la poeta, ya sea que el de Miranda sea o no copia del de Filadelfia, de otro que se ha perdido o de alguna obra desconocida para la que Sor Juana sí posó directamente.
El rostro plasmado tanto por De Miranda, como Cabrera, no es un esquema ni una idealización, parece realmente fidedigno a partir de una fisonomía posada, pues todas las fisonomías conocidas coinciden.
El de Miranda es muy plano y la figura de la monja, desde el aspecto visual común, parece apeada en una especie de pedestal que mediría aproximadamente más de un metro de altura.
Ese pedestal corresponde no sólo a la amplitud de un miriñaque, sino a un cono truncado sobre el que está parada la modelo, cuya cabeza cabe más de nueve veces en relación con la altura de la figura. No es necesario hacer la medición, basta ver la longitud desde la cintura hasta el borde azulado en que termina el hábito. La cosa es que tal alargamiento no es una derivación manierista, como sucede con las figuras del Parmigianino, sino un medio de conferir etiqueta. Aparte la inclinación del libro al que apunta su dedo índice está invertido, eso se debe a que el libro debe someterse al texto que contiene, o sea el soneto de la esperanza “verde embeleso de la vida humana…” Estos son detalles interesantes de observar en dicha pintura, sin menoscabo de su disfrute, sino al contrario.
El retrato de Cabrera, proveniente del Museo Nacional de Historia, es mayormente pictoricista
y, aunque de carácter oficial, es de mejor pincel, baste detectar la configuración de las manos. Igual ignoro si Octavio Paz lo vio o no, porque él anota que “los ojos no nos miran…” y es contundente no sólo que hacen contacto de ojo con el espectador, sino que siguen la propia vista, el iris mirándonos un poco de reojo, como sucede con la fisonomía realizada por Miranda.
Los ojos del pincel de Cabrera son ligeramente exoftálmicos (párpados marcados, globo ocular pronunciado hacia afuera). Actualmente uno puede dialogar con estos dos homenajes, y como anota Octavio Paz, visualmente al menos, nos queda idea fija de semblanza y empaque. En el cuadro de Cabrera ella está sentada, pero si imaginariamente la paramos, resultaría casi una giganta, cosa que puede deberse a los siguientes factores: a) es una deferencia hacia al cuadro de Juan de Miranda, b) obedece a la misma licencia poética que la etiqueta determina, c) es resultado de impericia proporcional anatómica. En la misma sala de exhibición hay dos castas
de Cabrera que son excelentes muestras de su quehacer pictórico. Eso me lleva a plantearme una pregunta: ¿su retrato de Sor Juana pudiera ser obra de taller que él retocó?