na de las preguntas centrales que nos hemos formulado desde hace más de dos meses la mayoría de los mexicanos ha sido: ¿dónde están los 43 alumnos de la Normal Rural de Ayotzinapa que desaparecieron el 26 de septiembre? A esta pregunta se ha sumando la exigencia a las autoridades para que estos jóvenes sean encontrados y presentados con vida. No obstante, la esperanza de recuperarlos vivos se ha desvanecido en un caso, con la confirmación de que una de las muestras óseas obtenidas y enviadas por la Procuraduría General de la República (PGR) a Austria corresponde con las características genéticas de Alexander Mora Venancio, quien formaba parte del grupo de estudiantes secuestrados en Iguala.
Son los científicos del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Innsbruck quienes han venido a darnos una respuesta que, si bien es terrible, resulta indispensable, pues es una pieza que llena uno de los vacíos en esta historia de horror que ha indignado a millones de personas en México y el mundo: uno de los estudiantes entre los 43 está muerto. Otros especialistas, que forman parte de una organización no gubernamental de gran prestigio: el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), proporcionó a sus colegas austriacos 135 perfiles genéticos, con los cuales fue posible comparar la muestra seleccionada con las secuencias de ácido desoxirribonucleico (ADN) de los familiares de los jóvenes normalistas. Así, son expertos argentinos y austriacos quienes vienen a darnos algunas de las respuestas que más necesitamos ahora. Surge una pregunta inevitable: ¿acaso no tenemos en México las capacidades científicas para hacerlo?
¿Por qué en momentos que son claves, como el que actualmente vive México, tenemos que solicitar ayuda externa? Una respuesta posible es que se pone en marcha una especie de reflejo pavloviano por el cual, tratándose de capacidades científicas y tecnológicas, estamos acostumbrados a mirar siempre al exterior. Pero, salvo casos muy especializados, como identificar los restos del rey Ricardo III o descifrar de qué color eran los ojos de Copérnico, hay en México instituciones científicas con capacidad de realizar estos estudios.
Tenemos instituciones científicas con capacidades que no aprovechamos y a las que la PGR pudo haber recurrido, como la Universidad Nacional Autónoma de México, el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados o el Instituto Nacional de Medicina Genómica, por citar sólo algunas. Hay una gran desconfianza en la historia que ha venido construyendo la PGR, en la que la mayoría de la población no cree. No por dudar de las instituciones científicas citadas –propongo–, sino por el manejo de los resultados que pudiera hacer la procuraduría. Este desde luego no es un asunto científico, sino de percepción, pero está justificado referirse a el porque lo han expresado los padres de los jóvenes desaparecidos (quienes encabezan uno de los movimientos sociales más importantes en los años recientes en México), al afirmar tajantemente que no creen en lo que dice la PGR y que sólo aceptarán los dictámenes de los expertos argentinos, quienes, por cierto, ya validaron los resultados provenientes de Austria en el caso de Alexander Mora Venancio.
Hablando de la historia oficial, hay un excelente y esclarecedor artículo escrito por José Carreño Carlón publicado en octubre (El Universal, 22/10/14), en el que señala la importancia de llenar lo que él llama vacío narrativo
y la necesidad de contar una historia cabal de los normalistas desaparecidos, pues sostiene que esa ausencia podría llevar a una percepción en la que se trasladen las responsabilidades de los criminales hacia las autoridades. Desafortunadamente, la historia construida luego por la PGR no fue lo suficientemente sólida para frenar el riesgo advertido por Carreño, puesto que la narración fue muy apresurada (todavía quedan detenciones y datos forenses pendientes), evidentemente preocupada por ubicar el tema en un plano estrictamente local (Iguala), gobernado por un presidente municipal de izquierda (PRD), y aderezada después con metahistorias que llegaban incluso hasta la figura de Andrés Manuel López Obrador, el principal opositor de Peña Nieto en las elecciones presidenciales. Una historia construida así no ha podido cambiar la percepción social, como lo muestra el clamor unánime en las manifestaciones públicas: ¡Fuera Peña Nieto!
O peor aún: ¡Peña, asesino!
Una historia para ser creíble, en mi opinión, debe contener la verdad. Como ha dicho el propio titular del Poder Ejecutivo: Tope donde tope
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La historia tiene al parecer varias lagunas y cabos sueltos, pues, de acuerdo con el titular de la PGR, Jesús Murillo Karam, los restos calcinados fueron llevados en bolsas desde un basurero (donde fueron quemados los cuerpos) al río San Juan, ambos ubicados en la localidad de Cocula. El fragmento óseo enviado a Austria, de acuerdo con la versión oficial, estaba en una bolsa cerrada hallada en el río, la cual fue abierta por personal de la PGR. Los expertos del EAAF, mostrando un gran rigor científico y honestidad, tuvieron que aclarar que ellos no estuvieron presentes en el hallazgo del fragmento analizado y señalan: “(…) por el momento no hay suficiente certidumbre científica o evidencia física de que los restos recuperados en el río San Juan por peritos de (la) PGR y en parte por el EAAF, correspondan a aquellos retirados del basurero de Cocula, como indicaron los inculpados por (la) PGR”. Esto es muy fuerte, pues significa que no hay certeza sobre el sitio del que proviene el fragmento óseo analizado en Austria.