a 24 Cumbre Iberoamericana se inició ayer en Veracruz con un anuncio de renovación en el formato de esos encuentros, que en lo sucesivo serían bienales. En esta ocasión sólo concurrieron 15 jefes de Estado y de gobierno de un total de 22 países que integran la región. Particularmente significativas son las ausencias de los mandatarios de las dos principales economías de Sudamérica, Brasil y Argentina, así como de Bolivia, Nicaragua, Venezuela y Cuba.
Se confirma de esta forma el extravío y el deslucimiento crónico que ha venido padeciendo esa cumbre, realizada por primera vez en 1991 en Guadalajara, a instancias de los gobiernos de Felipe González y Carlos Salinas. Las ausencias de los mandatarios de países de gran peso político, económico e ideológico en la región, en conjunto con la intrascendencia que han tenido los resolutivos adoptados en ediciones recientes, hacen pensar que esos encuentros requieren de una cirugía mucho mayor que la modificación de la periodicidad con que se realizan.
Tales cambios tendrían que pasar necesariamente por una adaptación del foro al tiempo y las realidades políticas de la actualidad, entre las que figuran un realineamiento ideológico de los gobiernos de nuestro continente, en claro contraste con la fiebre neoliberal que se vivía a principios de los años 90, y la decadencia de uno de los principales promotores de estos encuentros: el gobierno español. A diferencia de la España de hace dos décadas, que ostentaba una pujanza económica envidiable, hoy la nación ibérica vive abrumada por la crisis económica y se encuentra sumida en el descrédito de la corrupción, el autoritarismo centralista, la falta de representatividad y los cuestionamientos crecientes al régimen monárquico y a los personajes que integran la familia real.
En contraparte, la mayoría de las naciones de la región se han ocupado en impulsar sus propios proyectos de desarrollo político, social y económico, y han proliferado los intentos de construcción de entornos regionales equitativos y soberanos, como el Mercado Común del Sur (Mercosur), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Alianza Bolivariana (Alba) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
Cabe dudar, a la luz de estas consideraciones, de la relevancia y el alcance de los resultados que se puedan adoptar en la cumbre que se desarrolla en Veracruz. Además, y sin negar la existencia de lazos culturales y sociales iberoamericanos, es incluso cuestionable, a estas alturas, la existencia de un interés común entre la antigua metrópoli y las naciones latinoamericanas que justifique la realización de un dispendio tan insustancial y estéril como el que representan estas cumbres.