Panorama regional
Martes 9 de diciembre de 2014, p. 32
Fue grandioso mientras duró. En un periodo dorado, de 2003 a 2010, las economías de América Latina crecieron a una tasa promedio anual cercana a 5 por ciento, los salarios subieron y el desempleo cayó; más de 50 millones de personas fueron sacadas de la pobreza y la clase media se extendió a más de un tercio de la población. Pero ahora el acelerón ha terminado. Lo que algunos temían que fuese una expansión de vuelta a la normalidad
de 3 por ciento anual está resultando algo mucho peor.
Las economías de la región crecerán en promedio apenas alrededor de 1.3 por ciento este año. Los analistas continúan recortando sus pronósticos, como han hecho los dos años pasados (ver tabla).
Ahora sólo prevén la más moderada de las recuperaciones el año próximo: tanto el FMI como el Banco Mundial pronostican un crecimiento de apenas 2.2 por ciento en 2015. América Latina se desacelera más rápido que gran parte del resto de los países emergentes, señala Augusto de la Torre, economista en jefe del banco para la región. Alejandro Werner, su equivalente en el FMI, anticipa un crecimiento promedio de apenas 2.7 por ciento en los próximos cinco años.
Algunas de las razones son obvias. El factor más importante es el fin de la bonanza de los productos primarios. Conforme el crecimiento de China pierde vigor, los precios de estos productos han descendido hacia sus niveles más bajos desde la recesión mundial de 2009. Ahora también el precio del petróleo ha sido afectado, gracias sobre todo al incremento de la producción en Estados Unidos. Todo esto ha lastimado a las economías productoras de bienes primarios de Sudamérica, aunque algunas se benefician por el petróleo más barato. El panorama para México, con sus reformas estructurales y sus vínculos manufactureros con Norteamérica, es ligeramente más favorable.
Los peor librados son los países con gobiernos populistas que derrocharon los excedentes de la bonanza. Los pronosticadores no perciben un aligeramiento de la estanflación que afecta a Venezuela y Argentina. Gracias a la falta de inversión y al deficiente manejo macroeconómico, la economía de Brasil apenas si crecerá este año y enfrenta un apretón fiscal para 2015. Sin embargo, la desaceleración va mucho más allá de esos países. Las economías de Chile, Perú y Colombia, de altos vuelos y bien manejadas, también sufren. La tasa de crecimiento este año en Chile (2 por ciento) y Perú (3 por ciento) es la mitad de la de 2013, en contraste con África subsahariana, que es también gran productora de bienes primarios y que según previsiones del FMI crecerá 5.1 por ciento este año y 5.8 el próximo.
Una segunda causa muy citada del estancamiento latinoamericano es el giro hacia una política monetaria normal en Estados Unidos, lo cual elevará el costo del crédito en la región. Pero hay pocos signos de que esto tenga impacto todavía. Las empresas latinoamericanas emiten bonos a un ritmo acelerado.
Algunos economistas perciben ahora que la bonanza enmascaró problemas estructurales muy arraigados. El historial de productividad de la región podría haber sido aún peor de lo que los datos parecían indicar, apunta De la Torre. El efecto de los cambios en términos de comercio, y el peso de las empresas de servicio y el de la economía informal en la región, hacen este cálculo especialmente difícil.
Werner tiene otras dos corazonadas. Una es que la deficiente educación en la región y la escasez de habilidades por fin han cobrado su precio. Observar y esperar en lo que los empleados de tiendas y compañías de telecomunicaciones batallan con equipo cuyo funcionamiento desconocen o que con frecuencia está descompuesto, es preguntarse si la tecnología eleva o socava la productividad. La segunda corazonada es que la falta de inversión en transporte público significa que las grandes ciudades de la región, saturadas de autos nuevos que la bonanza permitió adquirir, obtienen menos economías de escala y especialización, porque a las personas les resultan muy difíciles los traslados.
Lo que parece claro es que la región padece una parálisis del lado de la oferta. Muchas economías han estado operando cerca de su límite, señala Werner. Así pues, la inversión para estimular la demanda –como en la política fiscal brasileña o la reciente entrega de un bono extra a empleados públicos en Perú– parece errada. Los balances fiscales se han debilitado en un promedio de tres puntos del PIB desde la recesión de 2009.
Sin embargo, la baja deuda, la mayor fortaleza de los bancos y el aumento de las reservas permiten una política monetaria más laxa en algunos lugares. Muchas divisas latinoamericanas se deprecian sin provocar el pánico del pasado, y por tanto ofrecen la esperanza de crecimiento en exportaciones aparte de productos primarios (aunque no está claro cuántas empresas tendrán dificultades para pagar sus bonos en el extranjero). Los costos del crédito se mantienen bajos todavía, así que ahora es el momento de que esos países aumenten la inversión en infraestructura.
Tales inversiones, al igual que los muy necesarios esfuerzos por mejorar la educación y la capacitación, tardan años en dar fruto. El problema es que los líderes de América Latina se enfrentan a una población movilizada que se ha acostumbrado a los buenos tiempos. Esto requiere un diestro manejo político. Donde no lo haya, América Latina se volverá más combustible en los años venideros.
Economist Intelligence Unit
Traducción: Jorge Anaya
En asociación con Infoestratégica