Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Revueltas y el mal
José Ángel Leyva
José Revueltas o la
entereza del árbol
Elena Poniatowska
José Revueltas y la
desobediencia crítica
Enrique Héctor González
El santo hereje
Sergio Gómez Montero
José Revueltas y las
orillas de sus crónicas
Gustavo Ogarrio
El sombrero de mi abuela
Eleni Vakaló
Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
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Luis Tovar
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La Jornada Semanal
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Rogelio Guedea
Zapatos con suela de tractor
Seguro habían sido ahí abandonados por un niño. Tenían las agujetas largas anudadas de las puntas. Me recordaron aquellos que me compraba mi madre en la Zapatería Canadá. Ponérmelos era como enfundar mis pies en un motor de tractor. Subía corriendo montículos con ellos y, una vez arriba, me jactaba de su potencia, miraba a mis amigos –que se quedaban a medio camino– con orgullo, y luego los hacía derrapar y echar polvo hacia uno y otro lado, tal como hacen los carros de carreras. Además eran impenetrables a cualquier clavo, vidrio o estaca. Por eso cuando vi los zapatos que estaban afuera de la casa, junto a la cerca de madera, de bruces, pensé en el niño que los llevaría puestos y en las razones que lo hicieron abandonarlos ahí. Ya no subirían los montículos de nieve como él quería o quizá estaban tan agujereados que podías tocar con los dedos el suelo. Quién lo sabría. Los hice a un lado, para que no entorpecieran el paso de los transeúntes, esbocé una media sonrisa y me perdí entre la niebla de la mañana fría. |