Número 220
Jueves 6 de Noviembre
de 2014
Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER
Directora general
CARMEN LIRA SAADE
Director:
Alejandro Brito Lemus
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Joaquín Hurtado
Vagancias
Aquel era el paraíso para mí y decenas de hombres, jóvenes y viejos, que usábamos el
trazado citadino como escondite y coto de caza. Fuimos una generación ajena a las paranoias de la guerra narca o el insidioso teléfono celular y sus nuevos medios de vigilancia idiotas.
No rendíamos cuentas a nadie. El cuerpo retozaba sin texto ni pretexto.
Comenzaba muy temprano, como a las siete, apenas salía de la oficina. Subía a mi carrito compacto y encendía el tocacintas. Cantaba para amenizar las dos horas de mi dulce libertad, antes de desembarcar en casa, besar a mi esposa, preguntar por las novedades de los
vecinos, bañar y acostar a junior.
Ah qué deliciosos minutos arrebatados a la rutina doméstica cargada de carencias, obligaciones y conflictos. A veces llegaba a casita aún con el sabor del semen victorioso en
la boca y el olor a sobaquina de un albañil encandilado.
Yo buscaba las calles paralelas a las rutas camioneras. Me fascinan esas callejuelas con nombres de mártires de la patria y héroes olvidados de un país despedazado por las recurrentes crisis. Geografías salvajes que constituían un excelente campo de juegos eróticos
y promesas de amistad entre varones taciturnos. Si veía un hombre solitario, si lo atisbaba en
un portal o lo adivinaba saliendo de un bar o un baldío, sólo accionaba el claxon y clavaba
mis ojos lujuriosos. Con eso bastaba para comenzar el efímero y gozoso ritual de ligue.
En general los hombres del anonimato callejero volteaban al clamor de mi pito pero, para mi pesar, la mayoría seguía su camino. Peladitos indiferentes y altaneros. Jamás enojados. Sospecho que su gesto traducía cierto halago. Su actitud me impulsaba a explorar colmado
de excitación otras cuadras, otros resquicios de la ciudad anochecida. Las rutas por las que circulaban los buses ofrecían mejores posibilidades a mis pesquisas. No me interesaban.
Su fauna ya estaba muy maleada, sabía de qué iba el asunto cuando alguien le hacía ruido. Aquellos machitos ya tenían tarifa. Ellos mismos o sus secuaces policiacos habían acordado
ya un precio al mercado gay. Muchos buscadores, pocas prendas, la carestía sexual escalaba hasta cantidades ridículas: cincuenta pesos por un oral, cien por la relación completa. Advertidos ambos: no se permiten besos, que nadie en este pedo es maricón.
Las braguetas que en cambio encontraba en otros sectores, los más familiares, garantizaban cierto grado de pureza. Se subían a mi viejo Volkswagen y lo primero que preguntaban era el modelo del mismo. Como si esa información fuera vital para abatir la angustia del encuentro entre dos perfectos desconocidos y se cancelara toda posibilidad de peligro. El único riesgo era el sida pero aún nadie lo sabía.
-¿Cómo te fue en el trabajo, mi amor?
S U B I R |
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