Lunes 3 de noviembre de 2014, p. 3
En el lugar más espinoso del gobierno que conduce Cristina Fernández de Kirchner, el ministro de Economía, Axel Kicillof, ejerce un poder real, sin dejar de ser lo que siempre fue: un militante político afable y sencillo, atributos que contradicen el estereotipado perfil del argentino promedio.
Kicillof (1971) creció en un contexto traumático: dictadura cívico-militar (1976-83), guerra de las Malvinas (1982), decepción con la democracia burguesa (1983-89), hiperinflación, privatizaciones, degradación institucional (1990-2002), el funesto corralito que desembocó en el caos social (2001), y la aparición de Néstor Kirchner, quien alcanzó la presidencia con 22.4 por ciento de votos desesperanzados (2003).
En un par de macizos libros sobre historia de las teorías económicas y las ideas de Keynes (Eudeba, 2008 y 2010), con rigor marxista despojado de altisonancia ideológica, Kicillof desplegó las premisas que, en los años recientes, pusieron contra las cuerdas a las mafias jurídicas que en Wall Street apañan a los llamados fondos buitres. Y que en Argentina reciben, tristemente, el respaldo de una oposición aldeana y corta de luces.
Trate con quien trate (caciques del Fondo Monetario Internacional, tecnócratas del Banco Mundial, magnates del one per cent, políticos euro
despistados, gobernantes del G-20), el ministro viste sin corbata, usa ropa de confección y parece estar consciente de las tribulaciones de un cargo que en abrir y cerrar de ojos puede restar popularidad. A cambio, hasta sus enemigos reconocen la seguridad y autoridad que irradia de su persona.
Con pinta de rockero desaliñado, Kicillof luce 10 años menos de los que acaba de cumplir (43). Y al parecer sigue fiel a los ideales de Tontos pero No Tanto (TNT), agrupación que lideró en sus años de estudiante. Un modo de convalidar, quizá, a las juventudes que en Argentina y América Latina abrieron el siglo gritando ¡basta!