‘‘Vivimos aquí y el Ejército y los federales se van a ir’’, dicen
Martes 14 de octubre de 2014, p. 5
Iguala, Gro., 13 de octubre.
‘‘Aquí al que habla lo matan’’. A más de dos semanas de la noche en que la policía municipal persiguió y desapareció a 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, los habitantes de Iguala prefieren seguir guardando silencio, no sólo sobre los detalles que vieron aquel 26 de septiembre, sino sobre esa zozobra que se respira en los pueblos controlados por el crimen organizado. ‘‘Aquí está cabrón; yo no hablo porque vivo aquí y la Policía Federal y el Ejército se van a ir’’, comentan.
En voz baja, don Pedro, quien atiende una miscelánea, dice que no se quiere ni imaginar qué va a pasar cuando se vayan los elementos de la Gendarmería y del Ejército que patrullan las 24 horas la ciudad.
La presencia militar es muy vistosa en el centro de Iguala y en la zona donde fueron encontrados 28 cuerpos en fosas clandestinas. La vida de los jóvenes, se quejan algunos, de por sí ya difícil en una ciudad de alta incidencia delictiva, ahora se ha vuelto más complicada. No pueden salir por las noches y sus padres los quieren llevar y traer de la escuela ‘‘como si fuéramos niños de prescolar’’.
Javier Chávez, otro igualteco, se dijo sorprendido de que ahora la clase política se espante de los nexos del alcalde con licencia (José Luis Abarca) con los Guerreros Unidos: ‘‘Ahora resulta que no sabían las autoridades que este ayuntamiento estaba coludido con el narcotráfico, cuando casi todos los presidentes municipales están así en Guerrero y en otros estados’’.
Para este ciudadano, los responsables de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa son desde los policías municipales, el alcalde y el gobernador, hasta el presidente del país, los legisladores locales y federales, porque ‘‘todos han solapado la operación de las células criminales, convirtiendo a México en narcoestado’’.
Don Vicente ya carga con muchos años; mientras bolea su calzado en la plaza central se dice indignado por la desaparición de los normalistas; se solidariza con los padres que están a la espera de noticias de sus hijos, pero expresa que lo peor de todo es ‘‘que esto pasará; los políticos y todos nos iremos olvidando de esta desgracia, será una más y no es por ser resignado, pero nadie aquí dirá nada sobre el destino de los jóvenes porque no hay garantías para hablar.
‘‘Al rato se van todos: los gendarmes, el Ejército… la Marina, y volverán los dueños de la plaza o los nuevos dueños’’, termina casi con un susurro.