Opinión
Ver día anteriorLunes 13 de octubre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El cuarto desnudo
L

a infancia desnuda. Un niño hiperactivo de 10 años, ansioso en grado extremo e irascible, se vuelve un severo problema para el padre que sin saber qué hacer con él lo amenaza muchas veces con dejarlo abandonado en la calle. Ante la cámara fija el niño refiere sus miedos y su angustia ante la idea de quedar desamparado; también su incapacidad absoluta de controlar sus propios actos. Fuera de cuadro se escucha la versión paterna: el ahora paciente infantil manifestaba su cólera orinándose en la cama, guardando su excremento en bolsas de plástico, mismas que el padre descubría luego en el refrigerador. Ante los dos personajes confrontados, un siquiatra interroga también fuera de cuadro. El espectador contempla únicamente el rostro pasmado, impotente y perdido del nuevo paciente, quien intuye que el único lugar en el que desde ahora tendrá cabida será el hospital siquiátrico.

En El cuarto desnudo (2013), estremecedor segundo largometraje documental de la realizadora española radicada en México Nuria Ibáñez (La cuerda floja, 2009), se suceden una docena más de testimonios de niños y niñas, también de adolescentes, que revelan cada uno alguna historia de maltrato familiar, de inadaptación juvenil, de comportamiento anómalo, por la que los propios familiares han decidido llevarlos primero al consultorio médico y abandonarlos luego, con pesar o con alivio, en una reclusión siquiátrica por tiempo indeterminado. El catálogo de comportamientos anómalos es muy diverso: una joven esbelta imagina, por ejemplo, tener los senos de un tamaño desproporcionado, estar pasada de peso, y anhela una figura tan delgada como la de aquellas mujeres, para ella atractivas, en las que es posible contar las costillas a simple vista. Ese impulso anoréxico palidece en gravedad frente a otros casos de jóvenes con repetidos intentos de suicidio, con prácticas constantes de auto infligirse heridas y mutilaciones, con fuertes sensaciones de vulnerabilidad y abandono ante agresiones sexuales o frustraciones más íntimas por los galanes que nunca llegan o que llegados desaparecen muy pronto, o los casos de dependencia amorosa extrema.

En el caso de los varones, abundan los casos de agresividad gratuita, de bullying escolar, y también, de nueva cuenta, la obsesión de sentirse rechazados por familiares y el impulso de responder con violencia hacia los demás y, más frecuentemente aún, contra uno mismo.

Ante este repertorio de patologías juveniles, el espectador podría temer una explotación malsana de la miseria humana o una mirada conmovida incapaz de resistirse al sensacionalismo. La realizadora Nuria Ibáñez muestra en cambio una realización sobria y muy controlada. En ningún momento fija un marco narrativo convencional; de hecho, cada historia se muestra fragmentada, súbitamente trunca, y deja al espectador la tarea de llenar los cabos sueltos del relato. Algunos testimonios duran apenas tres minutos, otros se prolongan más, y cuando alguno de los personajes comienza a detallar su malestar, su imagen y su voz desaparecen abruptamente, cediendo el lugar al caso siguiente, para reaparecer luego en una nueva ronda de testimonios y redondear un poco lo antes esbozado. La cámara se mantiene estática ante los niños y adolescentes captados en primer plano, mientras las intervenciones médicas y la presencia de los familiares se registran fuera de cuadro. Son así únicamente los pacientes quienes refieren sus historias al espectador, en ocasiones lo hacen también los padres, pero en ningún momento la realizadora, quien se abstiene de emitir un juicio o mostrar algún involucramiento emocional. Este estilo directo, despojado de artificios narrativos, tiene un antecedente claro en el cine documental del estadunidense Frederick Wiseman (Near Death, 1989), pero sus acentos de intensidad dramática se ubican en línea más directa con el cine del realizador chino Bing Wang, cuya portentosa incursión intrahospitalaria Hasta que la locura nos separe (Feng ai, 2013), presentada en el pasado Festival Internacional de Cine de la Riviera Maya, explora la manera en que muchos familiares recluyen en un asilo siquiátrico a personas de todas las edades cuya convivencia doméstica se ha vuelto un inconveniente o un lastre insoportable.

El cuarto desnudo apuesta estilísticamente por un laconismo eficaz y respetuoso, sólo en apariencia frío, alejado de toda manipulación sentimental o explotación de sus personajes. Una infancia al desnudo, como muy pocas veces suele mostrar el cine mexicano. Recibió el premio al mejor documental en el pasado Festival Internacional de Cine en Morelia.

Se exhibirá mañana a las 16 y 20 horas y el miércoles a las 15 en la sala 9 de la Cineteca Nacional, 16 y 20 horas. Como complemento de programa se proyecta Estatuas, corto documental de Roberto Fiesco.

Twitter: @CarlosBonfil1