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Ricardo Yáñez
El Tenebras
Éramos más o menos de la edad, tempranos veinteañeros. Se llamaba Enrique y fue uno de los aprehendidos, creo, por razones políticas (se enfrentaban entonces en la capital jalisciense la Federación de Estudiantes de Guadalajara, FEG, y el Frente Estudiantil Revolucionario, FER) que solicitaron al profesor José Guadalupe Zuno les consiguiera quienes les dieran clases en la Penal de Oblatos, ahora ya desaparecida.
Me dispuse a enseñarles lo poco que sabía de literatura. La Biblioteca del reclusorio era casi una burla, un pequeño salón con casi nada de libros, aunque sí algunos periódicos.
Y los lectores de éstos no estaban dispuestos a recibir clases. Así que terminamos sesionando en las celdas. (Eran muy pocos los alumnos y recuerdo bien a bien, aparte de al Tenebras, sólo al Gallo, que robaba automóviles y al que, luego de que logró salir, en un nuevo robo lo mataron). Desde la suya Enrique podía avistar su casa, ver a su madre... La peni estaba en su barrio, por la 54.
Poco a poco la clase se tornó taller y un día el Tenebras, que tras una sonada fuga terminaría acribillado se me figura que por el norte de la República, llevó un poema en el que hablaba de Marx y, si la memoria no me falla, un biberón, imagen que me desconcertó muchísimo y que él sencillamente explicaría: –Así le puse a mi hijo. |