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Rinden en La Habana emotivo homenaje a la autora de Palabras, quien celebra 80 años

El desarraigo es el suicidio del alma, dice Marta Valdés

La más importante exponente de la generación del bolero después del filin subió al escenario y ofreció una desbocada bohemia habanera

Mi primer contacto con la música no fue por el oído, sino que me sentía una punzada en el medio del pecho que se iba desplazando hacia la izquierda

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Marta Valdés, flanqueada por Haydeé y Pablo Milanés, durante el homenaje en la capital cubana. La compositora dijo que cuando escucho No puedo ser feliz en la voz de Bola de Nieve, descubrió que en una canción podía estar el paisaje espiritual del ser humanoFoto Ismael Francisco/Cubadebate
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 12 de octubre de 2014, p. 8

Acaba de realizarse en La Habana el primer concierto en casi una década que ve subir al escenario a Marta Valdés, cantautora de culto, la más importante exponente de la generación del bolero que vino después del filin, a mediados del siglo pasado. Está celebrando su 80 cumpleaños y al escucharla es inevitable transitar los santuarios de desbocada bohemia habanera, en donde se jugaba al cosmopolitismo y se respiraban aires mejores, con Bola de Nieve, Vicentico Valdés, Elena Burke, Doris de la Torre y una legión de voces rotundas que grabaron, entre otros clásicos, las canciones de Marta.

Sin embargo, no reside aquí –o solo aquí– el encanto de esta mujer, autora de joyas de la cancionística cubana como Palabras, En la imaginación, Llora y Tengo... Su principal atractivo es ella misma. Nadie escribe música, ni de la música como la Valdés –mantiene un blog, una columna en el sitio digital Cubadebate y ha publicado un par de libros–, y no sólo porque todo lo que cuenta lo ha vivido, sino por la energía con que relata una vida extraordinaria. O mejor dicho: las varias vidas extraordinarias que pasean por su memoria y sus canciones, metidas en una existencia única.

“Me encajan equivocadamente en el movimiento del filin –ella lo escribe así, cubanizado, y no feeling–. Apréndete las fechas: los que integraron ese movimiento eran jóvenes compositores en los años 40, y yo llegué después. Mi primera canción, Palabras, la escribo en 1955. Yo tenía 21 años y me salió el primer bolero, y luego el segundo, y el tercero. Estaba muy feliz de que aquella cosa me estuviera pasando”, dice.

¡Qué manía la de clasificar la música!, se queja: “Los músicos no podemos clasificarnos. Nosotros hacemos música, cosa que no hacen los clasificadores. Cuando veo esas discusiones –ella es esto o lo otro–, paso la hoja y sigo mi camino”.

Desde muy pequeña, cuando todavía no alcanzaba a tocar el pasamanos en la baranda de hierro de mi casa, tuvo su primer contacto físico con la música, no por el oído, como pudiera imaginarse, sino que me sentía una punzada en el medio del pecho que se iba desplazando hacia la izquierda. Para entonces Pedro Vargas cantaba la Tonadita de Agustín Lara, con aquello de hay en la taberna un piano viejo, que refleja en un espejo su sonrisa de marfil, y a la niña nacida en el barrio Miramar, de La Habana, y hoy Premio Nacional de Música, no le importaba qué quería decir aquello. Me acostumbré a saber que hay algo misterioso dentro de nosotros, gracias a las canciones.

Deudas

Tiene muchas deudas, admite. Con Adolfo Guzmán: “Lo que yo sentí cuando escuché a Bola cantar No puedo ser feliz, cuando vi y oí aquello, descubrí que en una canción podía estar el paisaje espiritual de un ser humano”. Con José Antonio Méndez: Él dejó una marca, un marca que dice por aquí va el sentimiento hecho música. Con César Portillo de la Luz: Es un iluminado. Atraviesa el filin y pasa para el siglo XXI con una gran vitalidad en sus enfoques musicales. Hizo las canciones que había que hacer.

Y va nombrado a autores e intérpretes, conocidos y desconocidos, algunos jóvenes, como el clarinetista Alejandro Yera, que en Santa Clara –el centro de la isla– dirige el grupo Raptus. ¡Niñaaaa, es un maestro! Tiene una gran técnica, pero ella admira en particular su arraigo, el hecho de que la música a este muchacho le llega limpia, de su tierra. El desarraigo es el suicidio del alma.

Pero las canciones de Marta Valdés le deben, sobre todo, al gusto por las frases bien colocadas, ese placer que no puedo comparar con algún otro. Prefiere que la letra de la canción sea directa y que haga uso de la síntesis: “Soy de la época en que la canción no usaba estribillo y se caracterizaba por una o varias frases, digamos, una ocurrencia que nadie había puesto antes y que ya nadie va a poder atreverse a repetir… Ahora las canciones se largan un discurso, dicen qué tienes que hacer, te regañan. Las llaman ‘canción inteligente’. Pues yo hago otra cosa”. Se ríe: “Lo mío son ‘canciones brutas’.”

Esta semana Haydeé Milanés –intérprete, compositora, pianista– le rindió homenaje en un concierto en el que Marta tocó la guitarra y cantó ante un teatro repleto que la ovacionó de pie, a ella y a su música, varias veces. El concierto ha sido considerado por la crítica como uno de los momentos más singulares y emotivos del sexto Festival Leo Brouwer de Música de Cámara, que reunió a figuras como Fito Páez, Pablo Milanés, Francisco Céspedes, Ernán López-Nussa, Jorge Reyes, Yaroldy Abreu y el propio Brouwer.

Allí estaba la que fui y la que soy

“Me están pasando cosas ahora que debieron suceder hace 30 años –asegura–, porque lo que cantó maravillosamente Haydeé son canciones de entonces. Yo no cambié, lo único que ha variado es mi físico. ¿Y eso qué importa? Allí estaba la Marta Valdés que fui y la que soy, ‘limpia para el saludo’, como dice un poema de Mirta Aguirre.”